EL VIAJE

El hombre que coleccionaba palabras

Idoia Olaizola

 

 

Hay dos tipos de salvadoreños, a los que les importa que su pupusa se moje con la salsa, y los que no lo aguantan. Alberto Cruz pertenece al segundo grupo, así que siempre se las ingenia para crear una pequeña pendiente que evite tamaño sacrilegio. Siempre tiene una sonrisa que regala a todo el mundo y anécdotas con las que podrías oírle hablar horas y horas. Lo reconocerás por su sombrero. Apila decenas en su cuarto, son su prenda fetiche. Pero su característica más distintiva es su amor por el náhuat. Eso es palpable, al ver el cariño que le tiene la comunidad nahua-hablante de Santo Domingo de Guzmán. Para ellos es como un hijo, un nieto y un héroe, y muchos afirman con orgullo que puede el idioma más que ellos.  

—Hola tajtzin Chico. ¿Ha escuchado alguna vez la palabra tzuluntuk?

—Significa hinchado —contesta el anciano, mientras asiente.

Alberto sonríe, queda confirmado.  Ya tiene una palabra más para añadir a su particular colección.

Alberto acompañado de tajtzin Chico y de Don Eugenio Valencia en Santo Domingo de Guzmán
Fotografía cortesía de: Colectivo Tzunhejekat
Alberto Cruz es diseñador gráfico y ha trabajado en publicidad durante años, pero lo que realmente le apasiona es el náhuat. Es la única lengua viva que resiste en El Salvador, después de que el lenca, el cacaopera y el chortí se extinguieran en el país.  Hace siete años descubrió a Alan King, un lingüista inglés que llegó a El Salvador en 2002 para recuperar el idioma náhuat. A partir de sus estudios escribió el Timumachtikan (aprendamos), un curso del idioma náhuat que cautivó a Alberto en cuanto cayó en sus manos. Pronto se puso a estudiar, pensando que aprendía una lengua muerta. Pero un día navegando por internet descubrió un vídeo de Paula, una nahua-hablante de Santo Domingo de Guzmán. A dos horas de su casa existía alguien que hablaba esa lengua que creía extinta, tenía que acudir. Así que se plantó en su casa. Ella le abrió la puerta y él la saludó en náhuat. Sorprendida le dejó pasar. A partir de ese día se trabó una amistad que duraría tiempo, hasta la pérdida de Paula. Ella, una gran compositora y poeta, le enseñó a perfeccionar la lengua y le abrió camino para conocer al resto de la comunidad nahua-hablante.

Junto con unos amigos fundó el colectivo Tzunhejekat que significa “Cabeza del viento, el que lleva un caracol de viento en la cabeza” o lo que es lo mismo “loco” pero por el náhuat, como él matiza. En un principio planeaban que fuera un colectivo artístico, pero cuando conocieron a Don Genaro cambiaron de opinión:

—“Muchos vienen aquí preocupados por el náhuat, pero muy pocos se interesan por el nahua-hablante” nos dijo Don Genaro, y eso hizo que nos replanteáramos el proyecto.

Pronto descubrieron que no solamente en Santo Domingo había gente que podía hablar la lengua. En algunos pueblos cercanos como Nahuizalco o Tacuba también había hablantes. Sin embargo, en otros municipios el idioma fue totalmente exterminado. A finales del siglo XIX la economía de El Salvador dependía exclusivamente del cultivo de café. Así que los terratenientes empezaron a expropiar tierras a comunidades indígenas para aumentar sus ganancias. Durante años aumentó el malestar de estas comunidades hasta que, con el crack del 29, el expolio se hizo inaguantable y los campesinos se alzaron en armas. Enero del 32 será recordado como la matanza más grande de Centroamérica, donde cerca de 25.000 personas fueron asesinadas. Sin embargo, el castigo no fue igual para todas las comunidades. Aquellas poblaciones que tenían mejores condiciones de cultivo de café fueron las más arrasadas, como ocurrió con Izalco.  Santo Domingo, en cambio, no reunía unas condiciones de plantación de café tan buenas así que sus habitantes y su lengua allá sí pudieron sobrevivir.
En el pueblo todo el mundo tiene gran aprecio a Alberto
Fotografía cortesía de: Colectivo Tzunhejekat
Con las visitas a las comunidades Alberto pronto aprendió que no había un náhuat estándar. En cada comunidad se hablaba un dialecto diferente, con distinto vocabulario en cada uno. Fue entonces cuando empezó a recolectar palabras que aún no conocía. “Hay algunas más complicadas de conseguir que otras, algunas aparecen por casualidad y otras las buscamos explícitamente”, explica. Una de las más difíciles ha sido tamarindo. Preguntaba una y otra vez y nadie la conocía, así que se dio por vencido. Otra de las palabras complicadas, que aún no ha conseguido, es vagina. “Cada vez que pregunto por ella, la gente se echa a reír avergonzada y prefiere no contestar. Un día fui a visitar a una partera, pensando que ella debía conocerla, pero la reacción fue calcada a las anteriores. Intentado forzar la respuesta le pregunté: ¿No será tililis?, que en náhuat significa clítoris. ¿Cómo dijo? ¿Ishkilinit? No, ¡eso es tamarindo!, Respondió la mujer. ¡Híjoles, por fin encontré tamarindo!” Cuando ha conseguido una palabra nueva se esfuerza por usarla en su día a día, porque como él mismo dice, “cuando las empiezo a usar en conversación ya no se me van”. Así ha ido recopilando nuevas palabras junto a sus compañeros.
Ahora trabaja diagramando los libros de un curso completo de náhuat para niños. La idea es que se implante en las escuelas públicas de Izalco, Sonsonate, Santo Domingo de Guzmán y San Salvador. La mayoría de nahua-hablantes son mayores de 55 años, así que es una medida para conseguir que el idioma no se pierda y las nuevas generaciones empiecen a utilizarlo.

La palabra preferida de Alberto es yultaketza. “Significa hablar con el corazón o el corazón que habla. Esa es la palabra que utilizan los nahua-hablantes para el verbo pensar o meditar. Los nahuas tienen una manera de ver las cosas diferente, y gracias a haber aprendido el idioma, veo el mundo de una manera más rica y diversa”, sentencia.

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