EL VIAJE

«Xu»: el terremoto de México y el dolor de recomenzar

Natália Becattini

 

 

Gravemente herida por el terremoto, Juchitán ya empezó el proceso de sanación en las calles, cuerpos y mentes de sus habitantes.

Xu es la palabra en zapoteco para terremoto. El nombre deriva de una onomatopeya para el sonido que la tierra hace cuando tiembla. En Juchitán de Zaragoza, uno de los municipios del Istmo de Tehuantepec más afectados por el sismo de magnitud 8,2 que ocurrió en el sur de México el 7 de septiembre de 2017, el sustantivo ganó un nuevo significado en los últimos meses. «Antes, los pequeños temblores eran parte de nuestra vida, algo normal. Ahora, cuando escuchamos un ruido parecido al xu, se nos corta la respiración. A veces es un coche que arranca o el ruido de una moto, pero el corazón se dispara de miedo de que ocurra otra vez «, cuenta Griselda Santiago, una joven mujer que trabaja como voluntaria en la cocina comunitaria instalada en la séptima sesión de la ciudad. Su casa fue una de las cuatro mil viviendas que sufrieron daño total o parcial como consecuencia del sismo. «Perdimos el techo y algunas cosas, de eso nos recuperamos, hay gente que perdió la familia», dice.

El zapoteco es una lengua metafórica. Los nombres de las cosas llevan en sí analogías, imágenes, poesía. Para decir que llueve, se dice que caen piedras de agua. Estar feliz es tener el clítoris vivo. En aquel día, para los zapotecos, el mundo había perdido su rostro, tamaña la desolación que se encontraba por las calles. Tres meses después de lo ocurrido, las marcas todavía son visibles en las grietas de las casas que permanecieron de pie, en las ventanas rotas y en la memoria de los moradores de Juchitán. Los escombros que aún no han sido recogidos obstruyen las calles y aceras y se mezclan con el material de construcción que poco a poco llega para levantar las paredes donde quedaron solamente vacíos.

Mujer trabaja en su tienda armada en frente al antiguo mercado, que sufrió daños severos con el terremoto.

Fotografía de Natália Becattini

Quien vive allí sabe que Juchitán tendrá que convivir con las cicatrices de la tragedia por mucho tiempo. Se estima que la recuperación total de la ciudad llevará hasta 10 años. Mientras tanto, la vida local se adapta al nuevo panorama. El puente principal que conectaba las dos orillas del río todavía permanece cerrado, pero los habitantes ya se acostumbraron a los caminos alternativos. El edificio en el que funcionaba el mercado se derrumbó, pero los feriantes montaron sus tiendas en las calles y plazas cercanas a él. Agencias bancarias enteras se redujeron a polvo, por lo que es necesario viajar a municipios vecinos. Las escuelas, que estuvieron cerradas en los últimos meses, retoman las clases a ritmo lento. Cada grupo de estudiantes asiste un día a la semana, a menudo para tener las clases en patios abiertos, ya que los edificios todavía están afectados.

Ante este escenario, la cultura comunitaria del pueblo zapoteca ha sido de gran importancia. Los vecinos y amigos trabajan juntos para superar las dificultades. El pequeño galpón que sirve de sede para la Asamblea Popular del Pueblo Juchiteco está repleto de donaciones de alimentos, ropa, material de limpieza y de construcción. A través de Radio Totopo, una radio comunitaria que da avisos de interés general y promueve la cultura y el uso de la lengua zapoteca, Carlos Sánchez convoca voluntarios, administra la distribución de cestas básicas y creó un sistema de uso colectivo de herramientas, dependiendo de las necesidades de cada familia. «El terremoto nos ha traído muchos daños, pero también nos ha traído solidaridad. Tenemos que saber sacar algo positivo de lo que sucedió, como el fortalecimiento de nuestra hermandad», dice.

La Radio Totopo recibe y distribuye acopio en la comunidad de Juchitán.

fotografía de Natália Becattini

Para fortalecer ese sentimiento de colectividad, el artista plástico juchiteco Francisco Toledo organizó, con la ayuda de voluntarios, 45 cocinas colectivas repartidas por toda la región. En los primeros días, los militares enviados por el gobierno mexicano se encargaron de preparar y distribuir las comidas, pero el artista se dio cuenta de que eso individualizaba el proceso y pasó a visitar los albergues para proponer una forma diferente de organización. «La adhesión fue inmediata, luego las señoras empezaron a buscar sus ollas y utensilios de cocina en los escombros, usaron la madera que encontraban para hacer leña», cuenta el historiador Rodrigo López, que ayuda llevando donaciones a las cocinas. Cada cocina consume 10 kg de carne por semana, 400 kg de tortilla, 4000 panes, y 360 huevos al día. Por eso, la movilización de toda la comunidad es importante para recaudar los alimentos necesarios, ya que no todo llega a través de las donaciones. Para él, la iniciativa funcionó tan bien porque se basa en la cultura y tradición del pueblo, que fue fuertemente sacudida en los primeros días post-terremoto. «Las cocinas reproducen la misma estructura de organización comunitaria que ya existía en nuestra cultura. En las bodas, las mujeres mayores se reúnen para cocinar por toda la comunidad, y cada uno tiene su función. Ahora, lo mismo sucede a la hora de preparar las comidas colectivamente «, explica.

Se estima que cada cocina comunitaria atiende cerca de 300 personas. Las mujeres mayores se encargan de la preparación de la comida, pero cada persona beneficiada ayuda de alguna forma. Zequele, de 5 años, es uno de los voluntarios más jóvenes. Él carga y distribuye artículos de higiene personal. Su hermana Italia, de 10 años, y la amiga Isabel, de 8, distribuyen el pan y cuentan cuántas tortillas fueron entregadas cada día.

La cultura también influyó en otras acciones. Al recibir las ropas que llegaban por las donaciones, muchas mujeres zapotecas se sentían incómodas. Acostumbradas a vestirse con el huipil, el traje tradicional compuesto por una camisa de algodón bordada con flores coloridas y una falda larga, ellas tendrían que conformarse con pantalones y camisetas. Fue observando esa situación que el escritor Elvis Guerra movilizó a la comunidad con el proyecto «Mi indumentaria es la otra mitad de mi corazón», que tiene como objetivo recaudar donaciones de tejido para la confección de los trajes y reactivar la economía local a través de la contratación de costureras y modelistas. «Hemos recorrido las colonias de Juchitán y distribuimos casi 2000 piezas hasta el momento», cuenta.

 

«Estaba temblando. Xu.

Tembló más fuerte. Xu.

Fue un terremoto. Xu.»

— Poesía de una de las niñas participantes de los talleres de creación literaria

Con el apoyo del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI), la escritora y poeta zapoteca Irma Pineda convocó a otros escritores y artistas locales para ministrar talleres de música, pintura y escritura creativa con niños cuyas familias perdieron las casas. Rodrigo López fue el responsable de los talleres en un albergue instalado en el quinto sector. Él cree que las actividades fueron una importante herramienta para que los niños expresaran sus sentimientos con respecto al terremoto y aprendieran a lidiar con ellos. «En momentos como estos, es normal que las personas se enfoquen en conseguir comida y artículos de primera necesidad y acaben olvidándose de la dimensión subjetiva. Los niños ya tenían dónde dormir y qué comer, pero sentimentalmente no estaban bien. Espontáneamente, empezaron a expresar sus angustias en los trabajos de escritura».

En las actividades, Rodrigo trató de rescatar las canciones tradicionales de su pueblo. Una de las madres relató más tarde que, cada vez que había una réplica, los niños comenzaban a cantar esas canciones para espantar el miedo. En otro ejercicio, él pidió que los niños escribieran lo que eran hoy y de lo que se acordaban: «Me di cuenta de que para ellos, la vida se dividió entre antes y después del terremoto. Siempre trataban de relacionar la situación de contingencia en que vivían a las tareas, sin que yo les pidiera «.

Distribución de pan en la cocina comunitaria del quinto sector de Juchitán

fotografía de Natália Becattini

Rodrigo también trató de valorar la lengua zapoteca durante sus clases. Al notar que los niños tenían miedo o vergüenza de expresarse en la lengua materna, él pasó a incentivar su uso a través de canciones y juegos. Para él, después del terremoto, los patrimonios inmateriales de Juchitán adquirieron una dimensión aún más importante. «El representativo del zapoteca en Juchitán era nuestro templo, la casa de cultura, el palacio que cayó, las fiestas que se interrumpieron con la tragedia. Eso ha cambiado, ya no tenemos nuestros patrimonios materiales para referencia, pero tenemos las tradiciones, la organización comunal, la lengua. Si rescatamos eso, podemos reconstruir Juchitán a través de nuestras manifestaciones culturales y de toda la red simbólica que se organiza a través del idioma zapoteco. Estos serán los pilares para recomponer nuestra identidad después del sismo», afirma.

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