FUERA DE RUTA

Welcome to Tortuguero, la tierra de los sin lengua

Idoia Olaizola

 

 

Costa Rica recibe alrededor de tres millones de turistas anualmente, siendo Tortuguero uno de los reclamos turísticos más explotados del país. El pueblo cuenta con cerca de tres mil habitantes, los cuales casi en su totalidad se dedican al turismo, ya sea a través de la hostelería, como guías turísticos o regentando tiendas de souvenirs. A sus playas acuden anualmente miles de tortugas a desovar, entre sus canales viven perezosos, tucanes, pumas. Todo ello atrae a millones de personas, en su mayoría angloparlantes. Es por eso que los tortuguenses tienen que volver a desplazar 500 años después su (impuesta) lengua, el castellano, y aprender a usar el inglés en su día a día.

—Hello! Welcome to Tortuguero! May I help you with something?

Después de una hora de viaje a través de canales, el bote atraca en La Culebra, el embarcadero principal de Tortuguero. En tierra esperan decenas de trabajadores de hoteles, dispuestos a venderte una cama en su hotel, o acompañarte al mismo. La mayoría nos recibe en inglés. Se siente raro que sólo se utilice ese idioma, pero quizás es casualidad, demos una segunda oportunidad. Dejamos las cosas en el hotel y salimos a conocer el pueblo.

—Wanna try our juices? —Nos asalta el primer comerciante.

“De acuerdo, todo va a ser en inglés”.

Un niño observa a los adultos trabajando en el muelle de Tortuguero
Fotografía de Idoia Olaizola
Hasta los años cuarenta, la industria maderera, creadora de los actuales canales de acceso a la población, sustentaba a gran parte de las familias de Tortuguero. Pero cuando el mercado cayó, los habitantes tuvieron que volver a sus antiguos trabajos, en el cultivo de café y de cacao y la ganadería y la pesca de tortugas. Tras unos años tranquilos, en los que la tortuga era el principal medio de sustento familiar, en 1975 fue convertida en parque natural y el motor económico volvió a desplazarse. Los turistas comenzaron a acudir a visitar sus bellos paisajes, y los habitantes tuvieron que adaptarse de nuevo. Dejaron sus trabajos en el cultivo de cacao y café, abandonaron la ganadería y empezaron a fundar pequeños hospedajes, restaurantes de comida típica, comenzaron a tallar cocos, a abrir sus propias tiendas de souvenirs. Pero no era suficiente, muchos de los visitantes no hablaban su lengua, así que tuvieron que aprender inglés.

Máquina oxidada, reminiscencia de la época maderera de Tortuguero

Fotografía de Idoia Olaizola

Buscamos un guía para conocer mejor el bonito parque en el que nos encontramos. Una señora que regenta una tienda de souvenirs nos recomienda a Abel. Carmen nos concierta una cita y quedamos con él al día siguiente a primera hora. Nos espera con una amplia sonrisa.

—In english? —pregunta.

Respondemos de forma negativa.

—Me alegro, los tours en castellano se me hacen mucho más fáciles. Aunque hablo inglés, me cuesta más expresarme y no conocer tan bien a los turistas que me acompañan —comenta con cierto alivio.

Llovizna, pero nos dice que no nos preocupemos, amainará en breves. Con cierta reticencia accedemos y lo acompañamos al bote. La mejor manera de conocer Tortuguero es a través de los canales que se adentran en la selva. Tenía razón, ha dejado de llover. Eso hace que se gane nuestra confianza. Comienza la excursión y avistamos monos, tucanes, iguanas, martín pescadores. Abel es experto en imitar los sonidos de todos ellos. Vino a vivir al pueblo los 12 años con su familia, pues ellos son de Arenal, al noroeste del país. No podría haber ido a un sitio mejor. Debido a su amor por los animales, siempre supo que quería ser guía. Tortuguero era un paraíso para él. Esperó años con ansía alcanzar la edad y estudiar para cumplir su sueño. Pero había una barrera, el idioma. Para llegar a ser guía que saber inglés, y a ello se dedicó durante un tiempo.

—Durante la capacitación como guía, aprendí la importancia de conocer el idioma inglés. Así que me tomé seis meses más para estudiarlo y tener luego más trabajo —explica—. Ahora quiero aprender francés, puesto que cada vez vienen más turistas de ese país.

Abel posa en su bote antes de empezar un nuevo tour por los canales
Fotografía de Idoia Olaizola

En poco tiempo nosotros también nos ganamos su confianza y nos empieza a hablar de su madre.

—Ella era indígena. Chorotega. Era una india chamana muy respetada. Conocía muchos remedios naturales. De hecho, una vez le mordió una serpiente venenosa, pero con sus ungüentos salvó la vida —relata—. A los meses tenía un bulto en la zona de la mordida, y se sacó el colmillo de la serpiente.

No puedo evitar preguntar si su madre o él mismo hablan alguna lengua originaria.

—Ella sí lo hablaba con mi abuela, pero a mí no me lo enseñó. Decía que no servía de nada conocerlo —contesta con pena.

Los chorotegas son un pueblo originario de la península de Nicoya, aunque su territorio llega hasta la zona del volcán Arenal. También ocupan territorios nicaragüenses, siendo la población indígena mayoritaria en ese país, e incluso llegan a Honduras. Su población, como ocurre en muchos otros lugares, comenzó a descender con la llegada de los españoles y hoy en día, solamente quedan cerca de 750 chorotegas. La lengua chorotega también llamada mangue, está casi extinta. Muy pocos son los que la hablan. La madre y la abuela de Abel son unas de las últimas hablantes del idioma. Y Abel podría haber continuado con la tradición, pero por culpa de los estereotipos y alguna mala decisión le negaron la oportunidad.

—En realidad, es una pena saber hablar inglés y querer aprender francés, y no saber tu propia lengua. La de tu comunidad. Es algo que me apena porque con su pérdida se pierde mucho más —sentencia Abel.

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El viaje continúa