EL VIAJE
El hombre que nació en la ciudad del trueno
Idoia Olaizola
Tras quinientos años abandonado, El Tajín, o Dajin en lengua totonaca, fue redescubierto. Los trabajos de excavación se llevaron a cabo hasta que en 1977 abrió sus puertas al público. Fue una de las tres ciudades importantes para la cultura totonaca junto con Zempoala y Xihuitzlan, pero su población la acabó abandonando. Sin embargo, hoy en día aún quedan comunidades que viven en la zona arqueológica y siguen utilizando la lengua, tal y como hacían sus ancestros, aunque cada vez su pérdida es mayor.

Desfile del día de muertos. En la plaza central de Papantla se nos acerca un hombre de tez morena, peinado con coleta y vestido con ropa informal. Nos pregunta por nuestro acento:

—No suenan de aquí, a ver repitan algo… Sí, son de España, ¿cierto?

Así entablamos conversación con Gaudencio Simbrón, un locuaz totonaca costeño, que tiene cientos de historias por contar. Se muestra receloso con su intimidad y rehúsa tomarse una foto; no lleva el traje tradicional, no quiere ser retratado sin su vestimenta. Tras un rato charlando sobre cine, —la ciudad de Papantla apareció en la archiconocida serie Raíces, comenta— se empieza a sentir cómodo y nos habla de su infancia. Él nació en el mismo Tajín, en la plaza del Arroyo, hace 60 años. El octavo de once hermanos, hasta los cuatro años solamente habló en totonaca, o más apropiado tutunakú. La mujer del arqueólogo encargado del Tajín fue la encargada de enseñarle a hablar español. Siempre fue un hombre inquieto, su sueño de pequeño era ser jugador de béisbol, y a punto estuvo de conseguirlo. Ha trabajado muchos años como guía turístico, y aparece en la guía Lonely Planet, donde se le conoce como el de la ropa típica.

Lugar de nacimiento de Dajú. Zona arqueológica de El Tajín
Fotografía de Alejandro González Amador

Dajín en tutunakú significa “Ciudad del trueno”. Se divide en dos zonas, la primera, Dajín grande, era un espacio ceremonial dedicado al dios del trueno y la lluvia. Más adelante se construyó Dajín chico, zona residencial para la clase alta de la sociedad totonaca. Su mayor gobernante fue 13 Conejo. Y es que los antiguos totonacos no tenían nombres al uso,. Contaban con cinco nombres. El primero, el día de tu nacimiento. El segundo, el mes. El tercer nombre era tu dios, que se heredaba por familias. El cuarto era tu planeta y, por último, el quinto, tu animal protector que era el primero que pasaba delante de ti en el momento de tu nacimiento. Los nombres totonacos cambiaron con la llegada de Hernán Cortés.

«Es lo que queda, la mayoría de artesanos que se encuentran en el Tajín ya no siguen las tradiciones»

Gaudencio no se siente a gusto con su nombre, prefiere que le llamen Dajú, con el que se identifica más. No nos llega a explicar su significado, pero es más cercano a la esencia totonaca, y no un nombre llegado con la conquista española. Cree que se están perdiendo los valores totonacas de trabajo en comunidad, en gran parte debido al éxodo de las familias a zonas urbanas. Dice que los totonacas se han individualizado y ya no se trabaja en conjunto para solucionar los problemas. Por eso, ocupa sus días en la creación de una asociación, el sueño de su vida, que luche por preservar la cultura totonaca. La filosofía tutunakú  se basa en tres principios: aprendo, mejoro y reflexiono. Esa es el cimiento con el que trabaja para crear un nuevo parque de conocimiento, alejado de las instituciones, en el que todos los involucrados sean 100% indígenas.

Niños en la escuela de la comunidad El Tajín
Fotografía de Alejandro González Amador

Los tutunakú eran un pueblo artístico, estético y pacífico, y eso se refleja en la arquitectura de El Tajín. Su templo más emblemático es el conocido como Templo de los Nichos. En él, se observan 360 nichos decorativos que representan los 360 días de trabajo en el año (los cinco restantes, se reservaban para la fiesta y el descanso que habitualmente regaban con alcohol). A los 52 años se consideraba que los templos perdían su energía, y por ello, volvían a reconstruirlos sobre los antiguos. Con las personas ocurría algo similar, nadie cumplía 53 años. Pero no eran sacrificados, tranquilos. Ya era complicado llegar a esa edad como para recibir tal recompensa. Si alguien llegaba a los 52 años, los errores y las deudas se le perdonaban y volvía a empezar de cero. ¿Por qué 52 y no otro número? El calendario solar duraba 360 días, el lunar 260 y éstos coincidían cada 52 años.

Gaudencio comenta que durante su infancia la zona arqueológica del Tajín estaba poblada, tanto por su familia como por otras  indígenas, pero que poco a poco fueron apartadas del lugar. Cuenta que en el año 1998 se expulsó a cincuenta familias que habitaban entre los edificios y se les reubicó a un kilómetro y medio de donde vivían. Hoy en día, existen pequeños poblados alrededor de la zona arqueológica. La comunidad que vive en el Tajín se llama San Antonio Ojital, en la que quedan 56 viviendas. Algunos de sus habitantes,  que apenas hablan español, se dedican a vender refrescos en la zona de paso entre Dajín grande y chico. Sin embargo, la mayoría ha perdido su lengua. “Es lo que queda —comenta Dajú— la mayoría de artesanos que se encuentran en el Tajín ya no siguen las tradiciones. Las mujeres han dejado de bordar, los vendedores comercian con productos exportados”. Ya no se usa el totonaca en el día a día, y es fruto del contacto con el mundo urbano. La tradición totonaca se ha extranjerizado.

Mujer totonaca vuelve a su comunidad después de vender bebidas en la zona arqueológica de El Tajín
Fotografía de Natàlia Becattini

Antes de despedirnos, Gaudencio nos pide que nos tomemos las manos con los brazos formando una cruz. Lo que se forma en el centro es el ombligo del mundo, lo que lo hace mover, nos dice. Porque para los totonacas no existen cuatro “puntos” cardinales —aunque prefiere llamarlos portales, no son puntos estáticos— sino cinco. El quinto portal es el movimiento, que aparece cuando los otros cuatro se juntan. Sin ese quinto elemento, la tierra no giraría, no habría noche y día, ni estaciones, ni floración. Sin ese quinto elemento el mundo no podría funcionar. Y con esta valiosa enseñanza, nos despedimos del hombre que nació en la ciudad del trueno.

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