EL VIAJE
Rapanui: La isla de los renacimientos
Alejandra Gayol
Hija del Pacífico, perfumada en lava y sal, navega el océano en un barco de tierra llamado Nazca. Un remanso de arena donde descansa el mar que no opuso resistencia a los invasores. La cabeza de un volcán donde convergen la cosmovisión polinésica y europea. Le llamaron Pascua en su tercer bautizo, cuando renació sin perder del todo su memoria.
Nació sin saber hablar. Abrió los ojos y solo vio azul. Era, sin saberlo, el punto más alejado de cualquier otro lugar poblado del planeta.  Pese a su aislamiento, el océano desafío al azar, y embarcaciones llegadas del sudeste asiático se posaron en su orilla. La lengua llegó para describirla, para interpretarla entre palabras. Te Pito o Te Henua, así la definieron como “El ombligo del mundo”. Rapa Nui fue el apodo que le puso el misionero Eugenio Reynaud, que en tahitiano quiere decir “Isla grande”. Se acercaron los marinos holandeses para bautizarla por última vez, Isla de Pascua fue el apelativo. El honor cristiano en una lengua extranjera, el presagio de su destino en un nombre.
Moái de la isla de Pascua. Estatua monolítica que solo se encuentra en la isla.
Creative Commons
La Polinesia le debe su limite oriental y ella le debe su cultura a la Polinesia. Desde Marae Renga, llegaron los polinésicos cargados de tradiciones y leyes ancestrales, y como si de semillas se trataran, estos saberes germinaron en su tierra. Los rostros de aquellos que la consagraron le pusieron cara. Levantaron miradas de piedra que petrificaban, los hoy famosos moai de Isla de Pascua reflejaban el poder de las familias más poderosas. La llave que encerraba todos sus conocimientos fue la lengua, el Vananga Rapa Nui, y su escritura propia, nacida entre figuras de madera rasgada en las tablas Rongo-Rongo, uno de los grandes misterios que aún esconde esta isla. Los maorí, antiguos sabios, eran los únicos capaces de descifrar su contenido.
Tablillas Rongo-Rongo. Escritura rapanui.
Imaginaisladepascua.com

Ella cumplió años, y siglos. Seguía modificándose, transformándose para adaptar sus expresiones sociales y culturales, como su lengua, a las condiciones de su entorno. Pero un periodo de catástrofe ambiental llegó a la isla, lo que supuso un colapso de la cultura.  La adoración a los ancestros y la construcción de los moáis se paralizó alrededor del siglo XVII. El nuevo paisaje que la catástrofe ambiental había dejado cambió su económica, sus ideologías, e incluso desembocó en enfrentamientos entre clanes. En este panorama de guerras clánicas los hokos cobraron una vital importancia. Los ojos abiertos inyectados en furia, las lenguas húmedas colgadas de sus labios tocando la barbilla, los músculos tensos, mientras los golpes en el pecho y en las piernas salpicaban la sangre hasta enrojecer la piel. Una danza guerrera que los rapanui solían hacer para intimidar a sus rivales.

Danza de guerra Haka de Nueva Zelanda, muy similiar al Hoko rapanui.
Youtube.
En un panorama crítico, nace en el imaginario popular el Hombre-Pájaro, que simbolizaba con su huevo la renovación de la vida. Un destino renovado, aunque las renovaciones vinieran más del océano que de sus entrañas. Conoció a Europa por primera vez en el año 1722, un nuevo contacto que cada vez se presentaba de forma más frecuente. Y así, llegaron los neerlandeses con el neerlandés, los ingleses con el inglés y los franceses con el francés. El Vananga Rapa Nui fue adoptando palabras, e inevitablemente, sustituyéndolas.

Aún le quedaban por recibir los golpes más duros. Alrededor de 1860, los traficantes que llegaban desde Perú se llevaron a cientos de hombres para someterles a la esclavitud en las haciendas peruanas. Entre ellos estaban los sabios, los ancianos, los conocedores de los saberes que se encerraban en la antigua escritura Rongo-Rongo, los últimos intérpretes. Su lengua se tambaleaba, también sus tradiciones. Se quedó sin sus maorís y con solo un centenar de habitantes, pues aquellos que volvieron de la experiencia esclavista portaban enfermedades que contagiaron al resto de la población. Un hachazo irreversible para su cultura.

Noche estrellada en Rapanui.
Creative Commons

Amaneció desolada, pidiendo auxilio en silencio, estaba quedándose muda poco a poco. Los gritos se escucharon desde un barco de misioneros, que más que la palabra “necesidad” socorrieron a la palabra “oportunidad”. Descubrió al cristianismo, y sin poder de decisión, asumió la disciplina alejándose cada vez más de sus creencias. Sentimientos encontrados, la esperanza y la nostalgia.

Deseada y algo desorientada, fue a su encuentro el francés Jean Baptiste Dutroux-Bornier, que la convirtió en un criador de ovejas. Condenada a ser objeto de lucro para el francés y para su amigo inglés John Brander, su población empezó a descender hasta llegar tan solo a 110 rapanuis. Le arrebataron a sus hijos, junto a los que forjó una identidad única durante cientos de años. Solo 150 años atrás, esta madre abandonada en el Pacífico daba el pecho a 6000 rapanuis. Los intereses de los comerciantes extranjeros la desnudaron, no solo despoblándola de personas, sino también saqueando gran parte de su patrimonio arqueológico. Se llevaron su cultura tangible y transformaron – e incluso hicieron desaparecer-  su cultura intangible.

La isla de Pascua está en mitad del oceáno Pacífico limitando la Polinesia en su vértice oriental.
Fotografía: Michelle Clarke. Creative Commons.
Y se convirtió en mercancía. La cosmovisión rapanui cada vez sufría mas estragos. Pasó, como las monedas, de mano en mano. El inglés se la vendió a un francés de Valparaíso para luego caer en manos de la compañía escocesa Williamson & Balfour. Absorbe aquí nuevas corrientes culturales que la siguen transformando. Su reino, dirigido por Atamu Tekena, recibió las “Escrituras de cesión” con la intención de adherirla a Chile. Un nuevo capitulo de sometimiento para ella, donde el rey Tekena con un gesto, le prometió no abandonarla. Cogió un pedazo de tierra entre sus manos y, mirando a la cara al capitán Policarpo Toro, dijo: “Esto es para ti, nosotros nos quedamos con la tierra”, con la intención de aclarar que la soberanía y la administración se la cedían a Chile, pero que ellos seguirían siendo dueños de su tierra. La lengua cayó en combate. La marina chilena atacó directamente a ese elemento que se les escapaba de las manos, algo que nunca podrían dominar como lo hacían sus habitantes. La lengua rapanui fue prohibida.
El mareo le duro unos años. Un poco anestesiada y bailando al son de lo que traían las olas del océano. Demasiadas lenguas, muchas tradiciones y religiones se batieron como una licuadora en su estrecho cuerpo. Hasta que en 1966 se despertó. Alfonso Rapu lideró un movimiento nativo que denunciaba los abusos del Gobierno y exigía derechos fundamentales, como hablar su lengua nativa con libertad. El presidente de Chile aprobó la llamada “Ley Pascua”, reconociendo alguno de los derechos demandados. Y se abrió a nuevos visitantes. Empezó a enfocarse en el turismo con una doble personalidad, entre la Polinesia y el continente americano.
Atardecer en isla de Pascua.
Creative Commons
A veces se confunde, o la confunden. A veces se ofende con los jóvenes, se siente traicionada al ver su tradición hecha negocio. Otras veces se queda callada, pensando en que es la única manera de sobrevivir. A veces llora pensando en lo que pudo ser, y a veces se alivia pensando que a pesar de todo, sigue viva. A veces se monta en el lomo del hombre pájaro que tantas veces la vio renacer y se observa, desde arriba, y escupe palabras en la lengua rapanui, regando con su saliva la tierra, pero pocos la llegan a entender. Entonces, se muerde la lengua, tiene miedo de hacer ruido. Se quiere deshacer de su cuerpo, regalarlo, pues no se siente cómoda vestida de otro idioma. Luego vuelve a ser tierra y espera mirando sus cicatrices. Siempre, desde algún rincón, encarnada en alguna persona, aparece la esperanza. Llega hablando rapanui, para recordarle que reinventarse empieza por no perder la memoria.

1 Comentario

  1. Arantza

    Simplemente, precioso.

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