EL VIAJE
La sal del quechua que vive en las montañas
Ignacio Espinoza 

 

 

La gente llega para deleitarse con los paisajes del valle y con las salineras de Maras. Pero el pueblo guarda otro tesoro, la lengua originaria que hablan las familias y vecinos en las calles. 
Benedicto aprendió a hablar el quechua en el hogar con sus padres y hermanos. Creció y se dedicó al oficio de la construcción. De a poco conoció palabras en español hasta que comenzó a dominar aquel idioma. La nueva herramienta le permitió desenvolverse en Lima, a donde se fue para trabajar. Pero ahí no pudo hablar su lengua sin condicionamientos como lo hacía en Maras.

Maras es una ciudad que está a 34 kilómetros de Cusco. Premunida por la cercanía del poblado con atractivos turísticos como Machu Picchu, Ollantaytambo, el lugar también aporta con un enclave de interés para los pasajeros, kachi Raqay en quechua, las sales de maras en español. El destino corresponde a la empresa Sal de Maras y Pichitongo S.A. que funciona hace más de 20 años y está conformada por más de 350 familias de las comunidades campesinas de Maras Ayllu y Pichintongo. Ahí hay unas cinco mil pozas donde se extraen la Flor de Sal, Sal Rosada y Sal Roja que son exportadas al resto del país y como al mundo convirtiéndose en uno de los condimentos favoritos de los mejores chef internacionales.

Las mujeres en las calles hablan el quechua

Fotografía de Ignacio Espinoza 

En el atractivo trabajan comerciantes que venden souvenirs del lugar. Sal, chocolates, tallados de condores y tortugas en sal junto a los toros que sacan lengua afuera complementan  la oferta de objetos. Pero los vendedores no son los únicos que están en la zona. La postal es compartida por mujeres que sacan sales de las pozas  junto a obreros que dedican las horas del día a cargar los camiones con sacos del mineral. En las horas de descanso se tienden sobre las islas de césped y conversan en quechua, una de las lenguas que se mantiene a pesar de la mixtura de idiomas que llegan con los visitantes de España, Estados Unidos y Argentina.

En el poblado de Maras el quechua también es uno de los pilares de la localidad. Las mujeres visten sombreros de copa y las conversaciones que tienen también son en la lengua materna. El silencio reina afuera de las casas construidas de adobe mientras que en las calles de tierra suelen pasar burros de carga acarreados y acompañados por ovejas. Benedicto volvió a su pueblo donde recuperó una comodidad que extrañaba: hablar la lengua materna. Durante el tiempo que vivió en Lima el quechua solo lo usaba los domingos en las reuniones con sus hermanos. Cuenta que uno de ellos nunca aprendió a hablar la lengua, al contrario de Benedicto quien nunca dejó su raíz, como la gente de Maras.

En el valle los campesinos cultivan la tierra

Fotografía de Ignacio Espinoza 

En el campo dos hombres hablan quechua mientras cuidan el ganado y trabajan la tierra. Una señora en la plaza de la ciudad pronuncia el español escuetamente para vender llaveros, chocolates y muñecas autóctonas. Cuando los mirones se ausentan, abraza nuevamente las palabras que ha usado toda la vida y contempla el pasar del día en la plaza. Una niña acompaña a su abuela a cosechar trigo en el campo y se lo pone en la espalda. Le habla en quechua, pero no tiene la atención de la pequeña.

 

La acción se repite y colma la paciencia de la mayor. Llegan las recriminaciones y con el sombrero le da un azote para que la menor le preste atención y sigan el rumbo por los prados que reverencian a las montañas de Los Andes. En una construcción al lado del poblado, Benedicto comparte faena con Tomás. Atienden quehaceres como acarrear piedras en una carretilla y barrer las obras ya terminadas. Ambos reciben las instrucciones del día en español, pero cuando están solos conversan en quechua, la segunda lengua más hablada en el Perú. Se sienten mejor, dicen.

 

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