FUERA DE RUTA

Profanación -Muxuk Maya Q’eqchí

 Idoia Olaizola
Tu país lleva en guerra 20 años. Hombres de tu comunidad son detenidos y desaparecidos. Junto a ellos, luchas por el derecho a recuperar las tierras que históricamente vuestro pueblo ha habitado. Tú y otras mujeres de la comunidad sois forzadas a trabajar durante meses en la base militar que se ha establecido en el pueblo, limpiando y cocinando para los soldados que de manera regular os violan. En muchas ocasiones frente a vuestros maridos e hijos. Cuando la pesadilla termina, tu comunidad te rechaza y te culpa de la violencia que has sufrido. No solamente has sido profanada, sino que tu propia comunidad te estigmatiza y expulsa de su entorno.
La guerra civil en Guatemala estalló en 1960, en el marco de la guerra fría, y continuó hasta 1996, año en que se firmó el alto al fuego con los Acuerdos de Paz de Guatemala. En ella murieron cerca de 200000 personas, de las que, según el informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico, un 83% eran de origen maya. La violación durante la guerra en Guatemala fue un acto generalizado que llevaron a cabo de forma sistemática militares y agentes del estado, fruto de una estrategia de contrainsurgencia para frenar la lucha campesina. Del número total de mujeres agredidas, un 80% fueron indígenas.
Campesinos guatemaltecos

Fotografía por
Steve Richards

En la comunidad Sepur Zarco, al noreste del país, entre los años 1982 y 1988 se estableció una base militar que funcionó como centro de recreación y descanso de las tropas. A su cargo se encontraba el coronel Esteelmer Francisco Reyes Girón. En la aldea habitaba el pueblo Q’eqchí, que luchaba por recuperar la propiedad de las tierras que llevaban habitando y trabajando durante años. Pero la llegada de los militares trajo la violencia. Las desapariciones y los asesinatos comenzaron a sucederse, y al menos quince mujeres fueron esclavizadas y sufrieron abusos sexuales. Algunas familias consiguieron escapar a las montañas, pero muchos, principalmente niños, murieron de inanición. En declaraciones recogidas en el periódico Diagonal, diversas mujeres relatan su historia.
«No me acuerdo cuántos me violaron porque quedé desmayada. Quedé muy dañada de mi cuerpo, sangraba mucho»
Mujer ataviada con perraje
Fotografía por Cristina Chiquin
Más de 30 años después, reúnes el valor para denunciar lo ocurrido. Junto con otras mujeres de tu comunidad acudes al tribunal a testificar. Cubierta por un perraje, llega la hora de declarar. Te enfrentas a los causantes de tanto dolor, pero en tu lengua no existe una palabra para violación. La palabra más cercana es “Muxuk”, profanación. Es la que utilizas. Otras mujeres usan “Maak’al chik inloq’a”, que se traduce como “me quedé sin respeto/sin dignidad”. Las palabras explican el mundo y definen la manera en la que lo entendemos. Por eso es importante que las lenguas permanezcan. Con su pérdida no solamente desaparece el acervo de un pueblo sino una manera de construir el mundo.

Para conseguir su objetivo, las mujeres indígenas tuvieron que agruparse y animarse a hablar. En 2009, tres organizaciones  (UNAMG, ECAP y MTM) se unieron para formar la “Alianza rompiendo el silencio y la impunidad”, un espacio de acompañamiento a las víctimas en el ámbito penal. Tras años de trabajo recogiendo testimonios, haciendo labores de educación en las comunidades y apoyando a las mujeres indígenas, consiguieron llevar a las cortes el caso de Sepur Zarco. 

En 2011 se abre el juicio oral. Quince mujeres acuden a testificar ataviadas con un perraje, una colorida manta de algodón con motivos típicos de la comunidad. Ocultan su rostro por miedo a represalias. Escuchan los testimonios de los dos principales acusados mientras mujeres de su comunidad lo traducen a lengua q’eqchí. Llega la hora de declarar, y a pesar de los problemas lingüísticos, por primera vez las mujeres q’eqchí son escuchadas. 

Mujeres indígenas acuden a una de las audiencias en solidaridad con las mujeres de Sepur Zarco. Mujeres Transformando el Mundo
Fotografía por Trocaire

La antropóloga argentina Rita Segato, una de las principales impulsoras de la demanda comenta en una entrevista en Página 12: “Es evidente que la violencia no pasa de los hogares campesino-indígenas a la guerra, como ha sido, en general, la lectura eurocéntrica y en especial de la cooperación española. Y sí, en cambio, de la guerra a los hogares. Al punto que no existe en lengua maya q’eqchí, y en general en las lenguas mayas, ninguna palabra para “violación”. Por eso quedé perpleja cuando mi tesis fue respaldada por el peritaje lingüístico. Cuando las mujeres empezaron a contar lo que les había sucedido no tenían léxico, no tenían en su lengua ningún término para el acto de violación, y la palabra que usaron, lo más próximo que encontraron es la palabra maya para “profanación”.

Y se hizo justicia. En febrero de 2016 el coronel Esteelmer Francisco Reyes Girón y el excomisionado militar Heriberto Valdez Asij fueron declarados culpables y condenados a 120 y 240 años de prisión respectivamente.  El caso Sepur Zarco, ha sentado precedentes ya que es la primera vez que en Guatemala se ha juzgado un caso de violencia sexual durante un conflicto armado. A su vez, es la primera vez que la esclavitud sexual se ha llevado a juicio en el mismo país donde fue cometido.

Para que el triunfo perdure la sentencia será traducida a las 24 lenguas mayenses y la lucha de las mujeres de Sepur Zarco se reflejará en libros escolares, documentales y monumentos. Sin embargo aún queda mucho por hacer. Guatemala sigue ostentando la tercera tasa de feminicidio más alta del mundo por detrás de El Salvador y Jamaica. El camino es largo, pero en el futuro conseguiremos que ninguna mujer más sea profanada.

El viaje continúa