EL VIAJE

Xihmhüwi

Joseba Urruty

Don Armando sonríe y señala una pequeña población al fondo del valle, apenas visible desde nuestra distancia, pero perceptible a esta altura. Una vez recobrado el aliento después de la dura y empinada travesía a través de los frondosos bosques de pino que cubren el lugar, logro observar una pequeña iglesia en el centro del municipio señalado por nuestro guía. Un blanco impoluto adornado con un azul cielo en sus detalles y coronada con un campanario. El color resalta en el paisaje tanto como lo hace la montaña desde la que la observamos llamada por sus guardianes Toxyewi, Peña Blanca curiosamente. San Francisco Oxtotilpan es una localidad pequeña, diminuta, como lo es su población, pues pocos son los últimos hablantes matlatzincas. Pero, al igual que esa brillante iglesia, capaces de resaltar entre la inmensidad de la brecha abierta por la naturaleza. Aquí, 3371m más cerca de las nubes, tan solo la roca y las palmas florecen. Estas últimas adornaran el cementerio en el día de muertos; las primeras adornan todo el año las casas de las águilas.

Cocinando tortillas de maíz azul con Don Armando

Fotografía de Idoia Olaizola

Al tiempo que Don Armando recoloca su intenso bigote, esboza una religiosa sonrisa que, por suerte, siempre acompaña su bronceado rostro. Una mueca suya nos indica que es tiempo de comenzar el descenso a casa, sabedor que nuestra condición física hará de esto una labor lenta. El volcán de Toluca nos despide con su majestuosa presencia, tan cercano a nosotros que casi osamos tocarlo. Nanas y tatas acuden a él para rogarle benevolencia en las mala épocas, solo ellas pueden tocarlo y lo sabe, pues es su lengua la que habla. Katut´una fot´una -gente que habla con la boca- son los matlatzinca, algo que los jóvenes han olvidado ya. Toluca está sordo frente a ellos, cada vez menos gente habla con su rostro nevado.

La promesa de unas tortillas de maíz y un trago amargo de cerveza local aceleran el paso. El estruendo del avance altera el descanso de otras invitadas de honor de la zona. Reinas del norte que retornan al descanso de su tierra, al hogar, mariposas que un día tuvieron que emigrar también en busca de oportunidades. Xihmhüwi, la mariposa monarca, encuentra en el abrazo a los pinos de la región su descanso anual, en las que florece su color anaranjado tomado de los cempasúchil, las flores de muertos que son sinónimo de vida, y guían el viaje de los insectos a su descanso. El verde y el naranja bailan para la vista, hablando una lengua que las hermana a cantar, una conexión ancestral que parecia imposible de quebrar. Por asombroso que parezca, Don Armando esboza un gesto serio y triste por primera vez en 3 días. Él ha sido testigo directo de como esa conexión natural fue quebrada, de como esa danza quedó enmudecida, de cómo xihmhüwi comenzó a llamarse mariposa.

«Xihmhüwi, la mariposa monarca, encuentra en el abrazo a los pinos de la región su descanso anual, en las que florece su color anaranjado tomado de los cempasúchil»

Una niña corretea por el campo tras un pequeño insecto de un tímido color anaranjado que trata de alzar el vuelo de manera torpe. Un tiempo después, será enviada a un colegio estatal donde le dirán que ese animal se llama mariposa. Ahí, con ese pequeño insecto, comenzará un tormento lleno de racismo y discriminación, considerando su monolingüismo una piedra más en el desarrollo social del país. Lo que para unos es orgullo para muchos significó una profunda humillación, y ambas verdades son muy reales. Esa niña correrá llorando a casa, asustada y encogida en su caparazón antaño abierto, y cuando sea madre, no querrá que su hijo comparta su martirio y se interponga al bienestar de la nación. Las heridas pueden crear monstruos terribles.  Le mostrará como vuelan libres las mariposas, aunque en el hogar y para ella misma en el fondo sigan siendo xihmhüwi. Para entonces, habrá sido tan empequeñecida que su hijo nunca conocerá su verdadero nombre, ni siquiera el de la Peña Blanca, ni el de muchos otros que habrán sido renombrados para siempre. Se convertirán en palabras resguardadas por los mayores y condenadas al olvido, tan solo libres para volar de nuevo en ceremonias y rituales.

Esta historia es la crónica de la niñez de Don Armando, pero lo es también de su pueblo, de México y de tantos y tantos pueblos originarios de Abya Yala.

Vistas de la Peña Blanca

Fotografía de Idoia Olaizola

El sonido de las campanas nos hace regresar a un presente de alas mutiladas, a un 28 de noviembre. Mañana esas campanas cambiarán de dueño en una ceremonia anual para nombrar a los nuevos mbexoque. Ellos serán los encargados de marcar el paso del tiempo, una palabra que aguantará ese avance, un conteo que alzará el vuelo en el eco de la sierra. El cambio de mayordomo representa el ritual más importante del pueblo matlatzinca, herencia congelada en el tiempo, una ceremonia en la que la lengua brilla y baila, canta y ríe. Por ella hablan los mayores, pues son seres que soportan el peso del tiempo sobre sus lenguas, y ellos nombran las nuevas autoridades, ejemplo también de los que poseen el don del idioma materno. El matlatzinca es una lengua herida como otras tantas, muy frágil y enferma, como lo son sus hablantes. Escondidos y refugiados al calor del tamal, tan solo en este día especial parecen resurgir con todo su color y alegría de antaño, esa que antes traían las xihmhüwi y hoy se llevan las mariposas. Una superviviente que siempre ha necesitado protegerse de lenguas de sentimientos superiores tratando de domarla, de capturarla, manteniéndose oculta y en silencio en este su refugio que es la montaña. Cuando una lengua ha sufrido tanto dolor, sí no se construye un sentimiento de su propia valía, se hunde en el pesimismo de la fuerza de sus conflictos. Es por ello que cuando un ritual tan importante para la comunidad se lleva a cabo, tan solo la lengua que ha visto crecer a su pueblo puede hablar, ella conoce mejor que nadie su historia y sus palabras, su presente y final. Los mayores representan ese abrazo con las raíces condenado a apagarse más pronto que tarde.

Los nuevos mbexoque ensayan el tañido de las campanas

Fotografía de Joseba Urruty

Don Armando gira a la izquierda y nos despide desde su casa mientras nosotros continuamos descendiendo por la pequeña calle que hace de carretera principal y cruza el municipio, resguardado por comercios y viviendas a ambos lados. El tono gris y apagado de los bloques de hormigón que visten las construcciones contrasta con los verdes y marrones que cubren el otoño en San Francisco Oxtotilpan. El calor también propio de estas fechas comienza a apagarse al tiempo que el día avanza, y un trago de café nos aguarda paciente en casa de doña Mari. Ella es otra de las pocas guardianas de una lengua invisible -o invisibilizada, mejor dicho- llena de saberes y conocimientos que es el matlatzinca, sumida en las labores que exigen un día tan importante para una madre cuando uno de sus hijos será uno de los protagonistas, que entregará su cargo de mbexoque a otro joven. Un relevo que no es tan sencillo si se refiere a lengua materna, esa que solo los tatas y las nanas conocen y guardan y tan difícil resulta entregar a los jóvenes. Por ello, los mayores son los que se encargan de realizar la oración más importante y pieza clave sobre la que gira el cambio de mayordomías en la comunidad: la choyatá. Sabedores de sus raíces físicas y espirituales, solamente en lengua matlatzinca puede y debe hacerse la conversación, remitiendo a los ancestros y cosmovisión propia del pueblo. Una petición de respeto, orgullo y admiración conjunta que comienza a deteriorarse con el lento caminar del tiempo, convertido ahora en enemigo incansable.

Después de haber realizado esta choyatá en todas las casas correspondiente a los nuevos y antiguos mayordomos, se realiza el cambio real, el físico, pues el espiritual ya lo habrán realizado los mayores. Algo que alcanzará su momento de esplendor, y color, máximo por la noche en la coronación bajo el canto de las campanas de la iglesia. Adornados con decenas de flores de cempasúchil hiladas entre si mostrarán ese camino que también conducen a los muertos a la vida, hoy iluminan a los representantes del municipio, sus brazos y piernas para el año entrante. Se convertirán en nuevos seres coronados en colores naranjas vivos, como la propia lengua vive en el día de hoy. El grito de “¡viva el nuevo!” retumba en el valle para honrar y bendecir el trabajo futuro, pero también para impulsar una lengua que se resiste a apagarse. Al igual que tampoco finaliza aquí la velada, pues todavía queda la labor de rendir tributo a las casas de la comunidad por las que la nueva autoridad espiritual ha de pasar para recitar la choyatá con todos los invitados, continuar la coronación e intercambiar tamales y bebida con sus allegados, eso que nanas como doña Mari han estado elaborando durante días con la familia en el resguardo de los hogares., ellas son protagonistas principales también en unas fechas que requiere de la participación de todos y todas. Cada visita a los hogares supone adentrarse en el corazón y alma del pueblo matlatzinca, observar y absorber saberes propios de los que disfrutar en silencioso respeto. Palabras intangibles sobrevuelan el ambiente y se entrecruzan con las coronas de flores en una escena cargada de un misticismo que parece carecer el presente.

Ceremonia de coronación de mayordomos

Fotografía de Joseba Urruty

La noche camina al tiempo que apuramos el último trago del sexto o cuarto tequila. Afuera, al calor del fuego, un grupo de sombras que ahora ya son amigas acompañan el final de la velada entre risas y algún torpe amago de baile. Ni siquiera el denso humo de las brasas es capaz de cubrir las estrellas de un cielo superlativo, completamente limpio e, incluso, imponente. Resulta imposible no descansar la vista contemplándolo. Tan solo la oferta de un último vaso más de licor altera los pensamientos de uno. Negarlo no es una opción. Los ojos se vuelven pesados después de un día sin final que por fin termina mientras el frio que aviva las brasas sigue cubriéndolo todo. El vaho que producen nuestros calentados cuerpos son síntoma de las altas horas de la madrugada en las que estamos, perdidos entre nuevos amigos matlatzincas a las faldas del Nevado de Toluca. Las ascuas danzan alrededor de nuestros cuerpos helados, mariposas ardientes, pequeños puntos de luz en lo profundo del valle de Temascaltepec.

El último día comienza como finalizó el anterior, en casa del fiscal. Una gran comida popular aguarda a toda la comunidad en el hogar de la máxima autoridad comunal, recién coronado en la iglesia entre los honores que su cargo requiere. Una estrambótica orquesta sacada de otro tiempo conduce a todos los comensales entre trompetas y cohetes al aire, tan solo silenciada por la choyatá que da inicio -y final- a la comida. Entre saludos y bendiciones de los mayores, los jóvenes aguardan y observan prestando atención para aprender algo que los colegios hace tiempo que olvidaron enseñar y, aunque por sus bocas siga saliendo la palabra mariposa, sus corazones seguirán gritando xihmhüwi sin ni siquiera saberlo, en un eco constante que retumbará en ese pequeño bosque interior que todos poseemos, aleteando en una forma de entender la vida, el tiempo o los sentimientos que solo una lengua propia es capaz de transmitir. Una metamorfosis necesaria y próxima que las generaciones están incubando, esperando a emerger y volar libre.

La sonrisa de doña Mari, mal endémico del lugar, nos encoje y achica al saber de la despedida. Un trozo de nuestras vidas aquí sembrado, sabedores de la suerte de haber podido ver, y sobre todo comprender, una ceremonia tan privada como lo es su lengua y sus hogares, nunca antes abiertos al foráneo. Uno se pregunta si ese tesoro que según los locales guarda en su interior la Peña Blanca, brillante color dorado que el sol de la tarde le otorga, no se encuentra a sus pies, en esos hogares que son refugios del idioma matlatzinca, esperando a brillar cada 29 de noviembre, pero ansiando hacerlo todos los días. El cuerpo viaja allá donde el alma ya ha estado anteriormente, por ello sabemos que como las golondrinas de Becker volveremos, pero será convertidas en xihmhüwi.

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