Lo que no se puede expresar no existe.
Haruki Murakami. Escucha la canción del viento
Por lo tanto, lo que no tiene nombre, no es.
Llegó la esperada secuela de Blade Runner. Con un guion en ocasiones previsible, pero con una muy cuidada fotografía, Villeneuve nos sumerge de nuevo en el universo donde conviven humanos y replicantes, esta vez liderado por la corporación Wallace. El agente K (Ryan Gosling) trabaja retirando replicantes. Él es uno de ellos. Lleva una vida monótona, pero todo cambia cuando descubre que una replicante pudo dar a luz a un ser humano. K inicia entonces una lucha por descubrir la verdadera esencia de la humanidad. (¡Alerta, spoiler!) En esta búsqueda, K conjetura con la posibilidad de ser él mismo un humano. Ante esto, Joi (Ana de Armas), un holograma con la que mantiene una relación, dice: “Ahora necesitarás un nombre, serás Joe”. Un replicante no es más que una marca numérica. Sin embargo, la posibilidad de poseer un alma humana le convierte en merecedor de un nombre “real”. Ahora tiene derecho a existir.
Las cosas no poseen significado per se, somos las personas las que se lo otorgamos a través de la palabra. Por lo tanto, la realidad es lo que las personas queremos que sea. K empieza a experimentar emociones humanas en el momento en el que recibe un nombre humano. Tampoco el significado de dichas palabras es estático. Cambia conforme lo hace el contexto histórico en el que se desarrolla. Hoy, nadie duda de la humanidad de los indígenas o de los afrodescendientes, sin embargo, durante muchos años predominó un relato en el que se desposeía a estos sujetos de la etiqueta de ser humano, y por tanto no podían ser designados como tales. Algo similar ocurre con K/Joe. Hasta que no es considerado un ser “superior”, no recibe un nombre verdadero.
En la novela de Ray Bradbury Farenheit 451, Montag, el protagonista, trabaja en el parque de bomberos, en el que se dedican a quemar libros en vez de apagar incendios. Es una medida del Estado para así poder manipular a la población. Controlando qué información recibe la gente, se moldean sus ideas. En la novela se lleva a otro nivel quemando todo rastro de discursos alternativos, pero en la actualidad si algo no aparece en los medios de comunicación es como si no hubiese ocurrido. Éstos son los principales actores en la creación del discurso hegemónico. La percepción de las personas también depende en gran manera de cómo estos medios explican las noticias. No hay más que echar un vistazo a los diarios y analizar cómo se nos presentan nuestras realidades. Por ejemplo, las mujeres no son asesinadas, “aparecen muertas” a manos de sus parejas, familiares o amigos. Como si muriéramos de manera fortuita. No es algo casual, así se logran perpetuar los roles sociales machistas. No solo ocurre con las mujeres, otros colectivos minorizados, como homosexuales o indígenas, sufren similar tratamiento en los grandes medios de (des)información.
Por suerte, la fuerza de la palabra no solamente se usa para fines malévolos. Cada vez más personas trabajan para permitir que diversas minorías sean escuchadas. Cada lengua tiene una manera de referirse al mundo, de explicar sus costumbres y de entender la vida. Atender al discurso hegemónico empequeñece el mundo. Si cambiamos la manera de explicar nuestro entorno, dando voz a aquellos que hasta ahora eran silenciados, lograremos un mundo más plural y más difícil de manipular.
Porque lo que se explica, es. Porque lo que tiene nombre, existe.