
Es una tarde fría, poca gente camina por la ciudad. La humedad del lago Titicaca no mejora la situación. En una calle cercana a la Plaza de Armas de Puno nos espera Soledad Rosario Mamani. Trabaja en la Asociación de Servicios Educativos Rurales (SER), una ONG que lucha por mejorar las condiciones de vida del sector de población más vulnerable. Entre sus dos principales programas están el “Proyecto de gobernabilidad y descentralización” en el que promueven el empoderamiento y la educación a población rural y el “Programa de agua y saneamiento” que lleva agua potable a familias sin recursos a las que el gobierno central ha dejado desamparadas. La mayor parte de su trabajo se lleva a cabo en zonas rurales, donde la gente, habitualmente, no suele hablar en castellano.
—En Puno hay un buen número de intérpretes profesionales. Pero hay un problema, muchos traducen de acuerdo a su interpretación, no a lo que realmente dice la persona —explica Soledad—. Además, si pides apoyo para realizar algún taller o reunión te cobran mucho. Esas tarifas solo las puede pagar el gobierno regional o los ministerios.
Esta es la razón por la que, en su trabajo, prefieren usar intérpretes locales. Estos usan un lenguaje simple, sencillo, con ejemplos de su vivencia. Tampoco cobran por su trabajo, tal y como explica Soledad: “Ellos dicen: ‘yo ayudo, yo colaboro, yo acompaño’. Son las tres palabras que son una constante cuando hablamos con ellos”. De hecho, no suelen denominarse a sí mismos como traductores. Prefieren pensar que están ayudando a su gente.
Esta ayuda suele darse de forma casual, cuando la necesidad aparece. Por ejemplo, en las mismas reuniones, cuando hay algún problema de entendimiento, hay gente que se ofrece voluntaria a traducir.
—Berta, una de las compañeras, en una oportunidad hubo un desencuentro en la comunidad y llegaron los policías que no conocían aymara. Ella ayudó a los policías a traducir lo que la gente quería y ellos así pudieron entender. Otra compañera, por ejemplo, fue al centro de salud. La enfermera no entendía nada a la señora que estaba atendiendo, y ella le ayudó a traducir —relata Soledad.
Uno de los mayores problemas a la hora de traducir es la vergüenza y el miedo. «Hablar en tu idioma no significa faltar el respeto a la otra persona, significa ejercer tu derecho» dice Soledad. Pero hay gente que aún tiene cierto reparo a hablar en su lengua materna en público. “Durante muchos años había mucha presión en el colegio… con los apellidos”, cuenta Soledad y agrega: “Ahora siento que eso se ha revertido porque veo a los niños que todavía hablan, pero no como antes. Curiosamente ahora en el trabajo todos somos profesionales, pero ninguno sabemos hablar el idioma como se debe, y es frustrante. Si mi generación estamos así, ¿cómo lo van a tener las siguientes generaciones? Van a tener aún más problemas para trabajar en el sector rural”.
Infraestructuras y mineras, los grandes enemigos
Otro de los grandes problemas a los que se enfrentan en las comunidades es a los megaproyectos estatales y de empresas privadas. “Un episodio flagrante sucedió hace poco. Las empresas mineras suelen cumplir con la normativa, pero con ciertas trampas. La minera canadiense Bear Creek realizó una consulta previa para empezar la exploración de una nueva zona. En este caso, se realizó en un solo día cuando la ley da 30 días. Además, se envió un intérprete con una variante quechua distinta, cuando en Puno también hay intérpretes. Por último, el plan de consulta se aprobó en Lunes, Martes y Miércoles Santo”. La mediación necesaria para este tipo de procesos debería ser, no sólo lingüística, sino cultural. El trabajo de traducción, pues, no debe ser literal, se tiene que asumir también la cosmovisión y cultura del pueblo a quién se está interpretando.

En otro caso, en Ilave, una localidad cercana a Puno, un juez dictaminó que se tenía que ejecutar una carretera. “El pueblo se levantó y en aymara dijo que no iba a ocurrir. Uno de los grupos protestante solo hablaba aymara, pero otros hablaban castellano. Gracias a su traducción pudieron dar respuesta a la necesidad que tenían en un determinado momento”, declara Soledad. Finalmente, la carretera no se construyó. “La educación y el empoderamiento de las comunidades provoca que la gente pueda defenderse y defender su tierra y sus derechos”, explica con satisfacción.
Empieza a anochecer y la conversación va llegando a su fin. Para relajar un poco la conversación, hablamos de Wiñaypacha, una película hecha completamente en aymara, realizada por un puneño.
—Fui a ver la película con mis hijos. Mi hijo, de nueve años, no paró de llorar en toda la película. A veces creo que les hablo demasiado de mi trabajo en las comunidades. Yo le pregunté: “¿Por qué lloras por esta película y por todas las demás no?”. Él me miró a los ojos y señalando la pantalla contestó: “¡Mira, mamá, mira! Las otras películas, es todo mentira, pero mira esto. ¡Es real!”.
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