En el mundo andino todo tiene una pareja, todo se complementa para alcanzar el estatus de ser completo. Requerimos del “otro” para poder vivir de forma plena. Además, la cultura aymara se basa en relaciones horizontales y no verticales. Esa es la razón por la que existe chacha-warmi. El concepto, por tanto, no se plantea como una lucha entre contrarios sino como una unión con la que alcanzar la armonía sin subordinar unos a otros.
Elias Ajata Rivera, es uno de los máximos impulsores de la lengua aymara. Fundador del grupo Aymar Yatiqaña que trabaja en la traducción del Facebook al aymara, comenta: “Para explicar el concepto de chacha-warmi tenemos que ir a algo más amplio que es el hembra-macho. En nosotros hay esa forma de ver la realidad. Hay piedras hembra y macho. Hay amarro hembra y macho, cuando acordonamos el tenis primero es macho y luego lo hacemos casar con su hembra. En la medicina hay plantas macho y hembra que a la hora de curar se deben juntar y se deben consumir. El chacha-warmi es parte de eso. Es la complementación entre dos elementos que conforman el jaqi que es persona. Esa palabra tiene muchas connotaciones, pero nos vamos a enfocar en una: el jaqichasiña, que es emparejarse o casarse. Entonces te conviertes en persona, en jaqi. Jaqi sería el ente del que vienen los dos elementos del chacha-warmi y de ahí se hace autoridad. Si cuando vas a ser mallku no tienes pareja, tienes que “unirte” con tu mamá o tu hermana o al revés. Siempre es así en pareja. Ese es el chacha-warmi, dos elementos del jaqi.”
A priori entonces, la visión de subordinación no debería tener cabida en el mundo aymara, sin embargo, hoy en día no ocurre así. La mayoría de mujeres aymara sufren una triple exclusión, por ser mujeres, pobres e indias. Esto condiciona su vida, quedan relegadas al trabajo en el hogar y no suelen poder acceder a cargos de responsabilidad.
Como describe Mireya Sánchez Echevarría, filósofa boliviana en su artículo “Chacha-Warmi: del imaginario ideal a las prácticas cotidianas”: “Un día común en la vida de la mujer indígena del área rural significa levantarse a la madrugada, ordeñar las vacas, atender al marido y los niños, ocuparse de la comercialización de la leche (hacer queso para su venta en el mercado). Volver a su casa a dar de comer a los animales y ocuparse de limpiar la casa y poner la olla para cocinar. Después debe atender al marido y los niños en el almuerzo, volver a cuidar y alimentar a los animales. Bajo su responsabilidad también está lavar la ropa, hilar y tejer, asimismo acompañar a su marido en la siembra y la cosecha. ¿Y los hombres? Muchas de ellas dicen: ‘trabajan en la chacra nomás’. La función de la mujer indígena campesina como ‘cuidadora’ de la casa, de los niños, de los ancianos, de los animales, de la chacra, es un pretexto para que los maridos asuman y ejerzan en solitario las más de las veces, la autoridad tradicional que debía darse acompañada de la mujer”.
¿Y cómo revertir esta situación? Desde el feminismo comunitario, Julieta replantea en un par complementario de iguales warmi-chacha, mujer-hombre, que no es solo una inocente inversión del orden de las palabras, se trata de poner en primer lugar a la mujer, a aquella que está siendo enviada a una posición inferior para visibilizarla y darle ese poder que se le está negando.
Otro de los campos en los que chacha-warmi no se aplica es en las relaciones sexuales entre aymaras. Se tacha a la cultura aymara de ser una cultura machista, que tampoco acepta a los homosexuales, pero la realidad necesita de matices. Los aymara tienen la figura del q’iwsa, que es el varón que tiene cualidades femeninas. Igualmente existe urquchi que es la mujer que tiene cualidades masculinas. Por tanto, no son figuras extrañas para el aymara.
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