El VIAJE

Un caracol que combate el sistema mexicano

Ignacio Espinoza 

 

 

Enclave de lucha contra las leyes del gobierno. Los turistas lo visitan a diario para saber dónde está la gente que se cubre el rostro con pasamontañas y vive de forma autónoma. En Oventik, territorio zapatista, las decisiones son para el porvenir del pueblo indígena, la educación se organiza según las temporadas de cosecha y la enseñanza parte de una premisa, hablar la lengua materna, el tzotzil y tzeltal, significa valorar la cultura y un símbolo de resistencia. 

Un manto de niebla arrasa las montañas de los altos de Chiapas mientras la nitidez alcanza la misma distancia que un atleta consigue en el lanzamiento de jabalina. Dos mujeres se cubren la cara con pasamontañas y observan la lluvia caer desde una caseta. Son las encargadas de vigilar quien entra y sale por una reja de color negro y rojo que marca donde está Oventik. El nombre suena como cualquier otra localidad que se puede encontrar en el camino serpenteante de las montañas, pero un letrero explica la importancia del lugar: “Está usted en territorio zapatista en rebeldía, aquí el pueblo manda y el gobierno obedece”.

Oventik es un caracol que pertenece al Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y funciona de manera autónoma desde 2003. Tras no llegar a buen término las negociaciones con el gobierno mexicano en los Acuerdos de San Andrés, donde no se cumplieron las demandas planteadas por el EZLN  —conseguir un reconocimiento constitucional de los derechos de los pueblos indígenas en México—, éste decidió continuar de manera autónoma y creó los organismos llamados caracoles, que albergan los municipios indígenas que se erigieron tras el levantamiento zapatista de 1994. Con los años Oventik se transformó en uno de los íconos de la lucha por los derechos y dignidad de los pueblos indígenas en Chiapas como también un ejemplo de sistema de gobierno autonómo en rebeldía bajo el lema «mandar obedeciendo».

Por su cercanía con San Cristóbal de las casas, el lugar es visitado por los curiosos que llegan para conocer uno de los terrenos donde la gente lleva pasamontañas al igual que el subcomandante Marcos —la principal figura del EZLN— y donde se pueden tomar fotos de las casas pintadas con murales de Emiliano Zapata que van acompañados con mensajes de solidaridad con la lucha de otros pueblos minorizados en el mundo como los kurdos y mapuches, que también combaten por conseguir su respectiva autonomía.

Ingresar como visita es una probabilidad casi segura. Solo basta con llegar hasta la entrada y decir que se quiere conocer el caracol. Pero hablar con la Junta de Buen gobierno es otra petición donde el sí no está garantizado. Desde su formación, las Juntas de Buen Gobierno se rigen por una directiva elegida por la comunidad y vela por el bienestar del caracol. Todos los domingos los integrantes, hombres y mujeres, deben rotar los puestos por otra gente del lugar. Nuestra intención era solicitar una audiencia para conversar sobre la importancia de que se hable el tzotzil y tzeltal dentro de la comunidad y como símbolo de lucha. El día que hicimos la petición fue un domingo, un hombre nos recibió en la entrada y explicó que, como era el cambio de mesa, la solicitud no iba a poder realizarse. Pidió las disculpas del caso, recomendó regresar durante la semana y nos invitó a hacer una visita por el lugar, cordialidad que fue aceptada.

En el caracol también hay una cafetería donde los ingresos son para la comunidad.
Fotografía de Joseba Urruty
Tres días después fue el segundo intento. La niebla cedió ante un clima que da calor al sol y frío en la sombra. La mujer que montaba la guardia de turno utilizaba otra de las vestimentas icónicas del EZLN, el paliacate, especie de pañuelo que solo cubre la nariz y boca. Otra vez la pregunta de rigor: poder hablar con la Junta de Buen Gobierno. Se fue y a la media hora llegó un joven con pasamontañas en la cabeza que anotó los nombres, profesión y la petición. Completamos el trámite y entregamos un papel por escrito donde se explicaba el motivo de la visita junto a cuatro preguntas que queríamos hacer. La carta fue una recomendación debido a que los zapatistas no dominan bien el español y, al plantear algo por escrito, la comprensión de la petición se facilita para ellos. Se fue otra vez, pero con un regreso anticipado. Pasó el rato y comenzaron a llegar los curiosos del día. Cuando el joven regresó portaba otro papel. Nuevamente el mismo proceso; nombre, profesión y motivo de la visita. La misma respuesta y como postre la explicación de la visita: presentarse ante la Junta. “Eso no va a ser posible”, dijo en un español escueto.

No fue necesario un tercer intento.  Ya comenzaba el regreso sin la misión completada cuando el joven volvió a llamar. Apoyado en la reja roja con negro dijo que una de sus compañeras nos iba a guiar hasta donde estaba la Junta de Buen Gobierno. Entramos por segunda vez al caracol, de otra manera pero con el mismo propósito.

Caminamos y nos detuvimos frente a una casa. Tocaron la puerta y otra mujer con pasamontañas abrió. Entramos. En una de las paredes se extendía un lienzo con el dibujo del subcomandante Marcos y un ejército de zapatistas con pasamontañas detrás. En el resto de las paredes colgaba un retrato del Che Guevara, un machete y fotografías de zapatistas mientras que en el centro de la sala una vitrina resguardaba doce bastones amarrados con cintas verde, blanco y rojo. . Un hombre sentado frente a un escritorio habló en cámara lenta, llevaba un reloj marca Casio en la muñeca izquierda, el infaltable pasamontañas y una chaqueta Adidas roja sin mangas que cubría una camisa azul arremangada hasta los codos. Volvió a preguntar los nombres, país de procedencia y profesión.

         —Hay preguntas que se pueden responder y otras que no —dijo.

Una mujer con pasamontañas y una z bordada enla prenda estaba sentada junto a él. Mientras que dos hombres más y otra mujer vigilaban la situación de brazos cruzados y con una mirada penetrante. El interlocutor tenía en la mano el papel con la petición escrita. La miró y comenzó a hablar sobre la importancia de hablar en la lengua materna dentro del caracol.

         —Hablamos el tzotzil y tzeltal pero no podemos ir a la comunidad tojolabal a decir que nuestra lengua es la mejor.

El tzotzil y tzeltal no son las únicas lenguas que se enseñan en Oventik, también se imparte el español, pero con una condición. “Enseñamos español para comunicarte y no humillarte, porque un símbolo de nuestra resistencia es hablar en lengua materna”, afirmó. Mientras explicaba las fechas del sistema de educativo en la comunidad y que se rigen por el calendario de siembras y cosechas, y no por un año académico como lo dictan los programas de gobierno, uno de los zapatistas se quedó dormido mientras otro comenzó a leer un libro. “Saber tu lengua es autonomía. El mal gobierno tiene una educación única y no enseña la diversidad cultural”, expresó. Pero un plan de educación diferente al mexicano no significa renegar enseñanzas como las matemáticas o las ciencias.

        —Usamos hierbas medicinales porque valoramos nuestra cultura y respetamos la medicina occidental. Pero también estamos en contra del sistema privado.

Las casas en Oventik están adornadas con retratos del Che Guevara o Emiliano Zapata.

Fotografía de Joseba Urruty

Al interior del Caracol se pueden ver frases escritas en tzotzil que hacen alusión a la lucha zapatista. Mensaje que se les enseña a los menores con el arma del tzotzil: “Enseñamos nuestra legua para valorar nuestra cultura. No vienen profesores de afuera porque no entienden la cosmovisión del pueblo. No tienen sueldo porque es un cargo de la comunidad, cada gente les paga con especie”, aclaró el interlocutor quien también agradece el apoyo que le han dado los organismos extranjeros a la lucha del zapatismo y a los turistas incondicionales que visitan Oventik.

        —Mucha gente dice que es un honor, pero para nosotros es un honor que la gente se interese por nuestra lucha y resistencia.

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