Jaqi Aru: aymara en la era digital

Jaqi Aru: aymara en la era digital

El VIAJE
Jaqi Aru: aymara en la era digital
Ignacio Espinoza 

 

Son un grupo de doce personas. Se reúnen dos veces a la semanas voluntariamente. Un sitio web y una versión en Wikipedia son los proyectos en los que trabajan para fortalecer la lengua materna. Pero también tienen una iniciativa estrella: abrir una plataforma de Facebook en aymara, proyecto donde confiesan que ya hablaron Mark Zuckeberg para obtener los permisos correspondientes.

A mediados de 2007 la web 2.0 tuvo una revolución con la llegada de Facebook. El proyecto de la red social, encabezado por el estadounidense Mark Zuckeberg, rápidamente se apoderó del mundo digital y actualmente cuenta con más de 1.350 millones de miembros y ha sido traducido a unos 70 idiomas. Y un grupo de 12 personas trabaja en La Paz, Bolivia para que la plataforma tenga otra lengua en el sistema, el aymara.

La iniciativa fue desarrollada por Jaqi Aru, una comunidad de personas bilingües y trilingües en El Alto –Bolivia– que tienen como objetivo difundir el aymara. Para ello cuentan con un sitio web donde publican información de libros y han realizado proyectos como una Wikipedia en la lengua materna. “Estamos desde 2009 de manera voluntaria porque nadie nos financia”, cuenta Edwin Quispe, uno de los integrantes. Éste reconoce que últimamente se reúnen dos veces a la semana, de 5 a 8 pm de la tarde, con el objetivo de sacar adelante el proyecto de instalar la versión de Facebook que incluya el idioma de su pueblo originario. “Esto nace de la iniciativa de un integrante que es Elías Quispe, un día nos propone hacer una plataforma. Entonces ha visto las posibilidades técnicas de lo que es traducir la plataforma de Facebook”, agrega.

Edwin Quise es el director de Jaqi Aru y hablante del aymara
Fotografía de Alejandro González Amador

 

En un comienzo el objetivo fue traducir 24 mil palabras. Con ello el porcentaje de la lengua subirá en la plataforma. Pero faltaba un detalle: conseguir la autorización, tarea donde Quispe confiesa que incluso ya conversaron con el fundador de la red social, Mark Zuckeberg. “Elías se comunicó con él, o sea con él hizo la conversación”, afirma Edwin Quispe y agrega que actualmente ya consiguieron superar los 30 mil vocablos. Sentado en una sala de clases de la Universidad Pública de El Alto, Edwin cuenta que actualmente estudia Ciencias del Desarrollo en la institución educativa y, paralelamente, oficia como director de Jaqi Aru.

 

Los lugares de reunión suelen ser en la zona Satélite (al sur de El Alto), la frecuencia de los encuentros son una vez cada tres meses, salvo cuando hay una situación de emergencia que también los obliga a acudir a la cita. A pesar del trabajo el Facebook en aymara aún no está listo, solo lo han probado los integrantes del grupo quienes trabajan como traductores. “Cuando acabemos el proceso de socialización,  lo vamos a presentar en la universidad. Buscaremos un lugar estratégico para todos los hablantes aymaras. La persona que es simpatizante del aymara lo cambiará como el inglés o el francés”, afirma Edwin. Una cuenta en Twitter y otra en Facebook también forman parte del trabajo que realiza Jaqi Aru. En ambas cuentan publican textos en aymara y también memes. Rubén Hilari fue uno de los fundadores del grupo y destaca lo importante que es vincular la lengua materna con elementos tecnológicos, todo con el objetivo de generar interacción entre los usuarios y que vean que hablar la lengua materna no resulta aburrido.

 

«Me interesa mucho que nuestra ciencia y conocimiento se difundan. Hay muy poco conocimiento de manera sistemática. No tenemos suficientes libros, artículos y monografías»

 

La primera lengua que Edwin aprendió fue el aymara, de ahí cimentó las bases de su identidad, por eso reconoce que pese a no ser lingüista, cree que la plataforma de Jaqi Aru es un gran aporte para fortalecer una lengua indígena que se habla en cuatro países, Bolivia, Perú, Argentina y Chile. “Hablo en todos los contextos, me gusta y me interesa mucho que nuestra ciencia y conocimiento se difundan. Hay muy poco conocimiento de manera sistemática. No tenemos suficientes libros, artículos y monografías”, afirma y agrega la principal motivación de pertenecer a la organización: “No me identifico sin el idioma, antes de ser boliviano digo que soy aymara. Es por eso mi interés. Soy a morir aymara”.

 

“Iorana”, el amor tiene un lugar en el mundo

“Iorana”, el amor tiene un lugar en el mundo

FUERA DE RUTA
“Iorana”, el amor tiene un lugar en el mundo
Ignacio Espinoza

 

Iorana es utilizado en rapa nui para darle la bienvenida a alguien. Pero el término también fue el título de una teleserie que Televisión Nacional de Chile emitió en 1998. La producción fue la primera apuesta nacional que se grabó en Isla de Pascua, se convirtió en un fenómeno televisivo y, parte del elenco, tuvo que aprender la lengua materna que utilizan las personas originarias de la isla.

1998 fue un año que repercutió la agenda noticiosa de Chile. En el deporte el tenista Marcelo Ríos desplazó al estadounidense Pete Sampras del Nº1 del Ranking ATP, mientras que la Selección Nacional de Fútbol regresó a un Mundial —Francia 98— después de 16 años. En el ámbito político, el dictador Augusto Pinochet fue detenido en Londres por delitos de genocidio, torturas y desaparición de personas durante la dictadura. Y en el mundo del espectáculo, Televisión Nacional de Chile (TVN) dio el gran golpe en la parrilla programática con una novedosa apuesta: Iorana, teleserie que se grabó en Isla de Pascua y también fue la primera que utilizó dos idiomas en el guión, el español y el rapa nui.

La producción se emitió desde el 9 de marzo hasta el 30 de julio de aquel año. La dirección estuvo a cargo de Vicente Sabatini. La idea original fue de Enrique Cintolesi y el guion fue escrito por Fernando Aragón. Él argumentó narra la historia de Iriti (Álvaro Morales) un joven pascuense que está enamorado de Vaitea (Alejandra Fosalba). Pero aquella unión no se puede concretar debido a la familia del protagonista. El padre, Fernando Balbontín (Francisco Reyes), fue exiliado de la isla acusado de incendiar un museo arqueológico. Iriti creció con las costumbres del lugar, habla la lengua y vive en una cueva, pero su relación amorosa tendrá un giro con la llegada de Paula Novoa (Carolina Fadic), una periodista de Santiago en busca de un misterioso moai sumergido en el Océano Pacífico. Por otra parte, se narra la historia de Balbontín quien regresa a la isla en busca de venganza por un delito que no cometió.

En la historia quieren encontrar un moai sumergido en el oceáno

Fotografía de Creative Commons 

Desde el comienzo la apuesta de TVN logró imponerse a su competencia “Amándote”, teleserie que emitió Canal 13. Iorana promedió unos 30,2 puntos de rating, cifra equivalente a una aproximación de 2.903.460 personas que encendieron el televisor a las 20:00 horas para ver la producción. Pero el gran impactó que tuvo la teleserie, y que generó la aceptación del público, fue la idea de mostrar una historia alejada de la tradicional locación que era Santiago y llevarla a otro enclave del país, Isla de Pascua.

Durante el verano y otoño de 1998 el elenco de la producción se trasladó a la isla para grabar las escenas con un ingrediente especial: “Estábamos con un profesor directo y, si te daban las ganas, durante las escenas ibas pidiéndole que te los cambiara y le ponían los subtítulos abajo”, recordó en una entrevista Erto Pantoja, actor que encarnó a Petero, una especia de Don Juan autóctono. “Yo trataba de meter mucho lenguaje porque te para de una forma distinta, si tú hablas rapa nui te arma otro cuerpo del personaje”, agrega el actor quien todavía puede hilar frases y oraciones en rapa nui. 

«Yo trataba de meter mucho lenguaje porque te para de una forma distinta, si tú hablas rapa nui te arma otro cuerpo del personaje»

La palabra iorana la utilizan en Isla de Pascua para darle cordialmente la bienvenida a alguien. Maururu (gracias), ina (no), taote (médico), fueron otros términos que se utilizaron constantemente en los diálogos y que prevalecen en la memoria colectiva de los televidentes que vieron la teleserie. Esta no solo incluyó el rapanui para que la historia tuviera una mayor verosimilitud, parte del argumento también abordó personajes y momentos de la trama relacionados directamente con la cultura pascuense.

Francisco Melo fue el Yorgo Ismael, su papel representó a un ermitaño que vivió en una casa de madera con techo de paja. Él tiene una relación amorosa con la santiagüina Francisca Labbé (Viviana Rodríguez) a quien llamaba Matakuri (ojos de gato). Los yorgos no distan de aquel personaje: lucen un aspecto de ermitaños, andan en caballo o motos y son férreos defensores de su cultura. Por otra parte, la actriz Blanca Lewin representó a Tiare Tepano, una joven que tenía poderes espirituales y hablaba la lengua materna y la difundía a través del canto. Por ese medio le rendía homenaje a Hotu-Matua, el primer ariki (rey) que desembarcó en Isla de Pascua y estableció su linaje.

La teleserie emitió 102 capítulos y fue un fenómeno televisivo

Fotografía de Captura de pantalla

Unos 109 episodios emitió Iorana. En ellos la producción también profundizó en el vestuario y dirección de arte. Vestidos floreados, collares de flores, tatuajes tribales y el pelo largo marcaron los atuendos de los protagonistas. El puerto Hanga Roa y la Playa Anakena fueron parte de los escenarios escogidos para las escenas. “Isla de Pascua marcaba el extremo de irnos a la polinesia y mostrar este Chile que pocos conocíamos. Era muy importante lo que se buscaba, el objetivo final”, afirmó el actor Felipe Braun, quien representó a un piloto de aerolíneas en la historia.

La exitosa fórmula TVN la repitió en otras producciones con “La Fiera”, que mostró las bellezas de Chiloé, “Romané” donde enfocaron la historia  del mundo gitano en el norte —con diálogos en romané— y la época del salitre en los años 20 con “Pampa ilusión”. Las apuestas cautivaron al público chileno en lo que se conoce como el “ciclo de oro de las teleseries de TVN”, Iorana marcó el inicio y es considerada una teleserie de culto, el eslogan de la historia fue “el amor tiene un lugar en el mundo”,  también la lengua y la cultura.

El discípulo de los Apus

El discípulo de los Apus

 

EL VIAJE

 

 

El discípulo de los Apus

 

Ignacio Espinoza 

Su abuelo le enseñó el quechua. También le abrió un camino con el que pretende ayudar a otras personas a través de la espiritualidad. Danilo Flores realiza pagos a la tierra donde le rinde tributos a los ancestros y a los Apus con la lengua materna. “Si se pierde, se pierde la conexión con la naturaleza”, afirma el hombre que busca convertirse en maestro, pero para ellos necesita una aprobación que aún no consigue.

Un ave rapaz flamea bajo un sol radiante en un terreno del poblado de Maras. “El águila vuela sobre nosotros, eso significa que va a ser un buen día”, dice Danilo Flores. Vestido con un gorro y un poncho, que combinan en la gamma de colores fluorescentes, coloca una manta sobre el césped, saca un puñado de hojas de coca de una bolsa y las ordena en diferentes puntos sobre la prenda. El procedimiento marca el inicio del pago a la tierra, donde Flores le rendirá tributo a la madre tierra, a quien le hablará en quechua.

La ceremonia también es conocida como Pachamama, ritual ejercido durante siglos dentro de la cosmovisión andina y que busca mantener una reciprocidad entre las personas del mundo terrenal y los espíritus de la naturaleza. “No sé de cuándo hacemos eso, pero lo hacemos para estar bien con nuestros ancestros en casa. Principalmente lo que tenemos que vivir es la felicidad y el trabajo, tiene que estar el trabajo y el amor, para eso vives tranquilo”, corrobora Danilo Flores. Durante la ceremonia se inclina, balbucea, se levanta, selecciona las hojas de coca, las agrupa de a tres y, lentamente, las levanta  en dirección al cielo pronunciando oraciones en quechua, el eje esencial del ritual. “No sería lo mismo, con ella puedo conectarme y para entender mejor he sabido las oraciones quechua”, confiesa Flores sobre una lengua que ha sido imperante en su vida. El Español no  lo sabía, lo aprendió hace poco y, cuando habla, con dificultad logra hilar oraciones para explicar lo que quiere decir.

 

Danilo Flores selecciona minuciosamente las hojas de coca con que le rendirá tributo a la Pachamama

 

Fotografía de Alejandro González Amador

 

Tampoco sabe leer ni escribir, ni siquiera en quechua. El padre de Danilo murió cuando él tenía dos años. Todos los recuerdos de la infancia se los retribuye a su abuelo, principal artífice en la enseñanza del quechua. “Cuando hablo mantengo presente su memoria. A veces íbamos a curar a las personas y me llevaba a todas partes en nuestro pueblo”, recuerda. Aquella compañía fue la escuela. Aprendió la vida en las montañas, las costumbres y que también se hacían ceremonias para trabajar, criar animales, hacer chacra y desearle prosperidad en la vida a las personas. “Entregamos todo a la Pachamama, entonces la gente comienza a vivir tranquila”, explica sobre el ritual aprendido y que busca ayudar conectar a las personas natural y espiritualmente. Mientras las oraciones van dirigidas a una madre, que es la tierra, también existe una deidad masculina, el Apu. Éste representa al espíritu de las montañas y a quien también se le rinde tributo para que proteja a la gente, los animales y no ocurran desgracias. “Rezamos para que que estén bien, el padre, Apu junto a la madre Pachamama y nos puedan ayudar a entrar en su corazón. La oración era para conectarse a ellos», agrega.

 

«Entregamos todo a la Pachamama, entonces la gente comienza a vivir tranquila»

Danilo Flores creció en Quero, comunidad quechua y actualmente reside en Cusco por sus hijos. A ellos también les enseñó a hablar en quechua junto a los rituales para que puedan estar sanos y tranquilos. Ceremonias con ayahuasca y matrimonios andinos complementan las actividades que realiza el maestro, como también lo conocen. Pero Flores confiesa que aún no puede consagrarse como tal, para ello debe pasar por un rito de iniciación si quiere profundizar en la enseñanza del mundo espiritual de su cultura. “Primero a nosotros nos inician, sin iniciación no puedes ayudar. Te sabes las áreas y los espacios bonitos, pero no vale. Para ello siempre te vas a iniciar al cerro más alto y ahí estás tres días”, explica.

 

El espacio donde coloca las hojas de coca y las ofrendas se conoce como despacho

 

Fotografía de Alejandro González Amador 

 

En la montaña no debe haber nada, el requisito es que sea una zona virgen donde ni siquiera hayan animales. Ahí el futuro maestro debe meditar y encontrar su paz interior hasta encontrar la aprobación del maestro. “Buscamos algo que nos diga cómo poder ayudar a la gente y en qué y de otras formas también”, afirma. Nueve veces ha subido a la montaña y aún no encuentra la aprobación. Seguirá en el intento hasta encontrar la aprobación del Apu, que también puede estar representando en la selva o un lago. Pero mientras espera aquel mensaje, Flores también tiene un motivo propio y que se mantiene presente en cada ceremonia, el quechua. “Es mi lengua, no tiene que perderse. Tiene que estar siempre a través de nosotros, de mi abuelo, de mi papá y de mis hijos. Si se hace una ceremonia para poder conectarse, también se hace la ceremonia para nosotros”, sentencia.

 

La sal del quechua que vive en las montañas

La sal del quechua que vive en las montañas

EL VIAJE
La sal del quechua que vive en las montañas
Ignacio Espinoza 

 

 

La gente llega para deleitarse con los paisajes del valle y con las salineras de Maras. Pero el pueblo guarda otro tesoro, la lengua originaria que hablan las familias y vecinos en las calles. 
Benedicto aprendió a hablar el quechua en el hogar con sus padres y hermanos. Creció y se dedicó al oficio de la construcción. De a poco conoció palabras en español hasta que comenzó a dominar aquel idioma. La nueva herramienta le permitió desenvolverse en Lima, a donde se fue para trabajar. Pero ahí no pudo hablar su lengua sin condicionamientos como lo hacía en Maras.

Maras es una ciudad que está a 34 kilómetros de Cusco. Premunida por la cercanía del poblado con atractivos turísticos como Machu Picchu, Ollantaytambo, el lugar también aporta con un enclave de interés para los pasajeros, kachi Raqay en quechua, las sales de maras en español. El destino corresponde a la empresa Sal de Maras y Pichitongo S.A. que funciona hace más de 20 años y está conformada por más de 350 familias de las comunidades campesinas de Maras Ayllu y Pichintongo. Ahí hay unas cinco mil pozas donde se extraen la Flor de Sal, Sal Rosada y Sal Roja que son exportadas al resto del país y como al mundo convirtiéndose en uno de los condimentos favoritos de los mejores chef internacionales.

Las mujeres en las calles hablan el quechua

Fotografía de Ignacio Espinoza 

En el atractivo trabajan comerciantes que venden souvenirs del lugar. Sal, chocolates, tallados de condores y tortugas en sal junto a los toros que sacan lengua afuera complementan  la oferta de objetos. Pero los vendedores no son los únicos que están en la zona. La postal es compartida por mujeres que sacan sales de las pozas  junto a obreros que dedican las horas del día a cargar los camiones con sacos del mineral. En las horas de descanso se tienden sobre las islas de césped y conversan en quechua, una de las lenguas que se mantiene a pesar de la mixtura de idiomas que llegan con los visitantes de España, Estados Unidos y Argentina.

En el poblado de Maras el quechua también es uno de los pilares de la localidad. Las mujeres visten sombreros de copa y las conversaciones que tienen también son en la lengua materna. El silencio reina afuera de las casas construidas de adobe mientras que en las calles de tierra suelen pasar burros de carga acarreados y acompañados por ovejas. Benedicto volvió a su pueblo donde recuperó una comodidad que extrañaba: hablar la lengua materna. Durante el tiempo que vivió en Lima el quechua solo lo usaba los domingos en las reuniones con sus hermanos. Cuenta que uno de ellos nunca aprendió a hablar la lengua, al contrario de Benedicto quien nunca dejó su raíz, como la gente de Maras.

En el valle los campesinos cultivan la tierra

Fotografía de Ignacio Espinoza 

En el campo dos hombres hablan quechua mientras cuidan el ganado y trabajan la tierra. Una señora en la plaza de la ciudad pronuncia el español escuetamente para vender llaveros, chocolates y muñecas autóctonas. Cuando los mirones se ausentan, abraza nuevamente las palabras que ha usado toda la vida y contempla el pasar del día en la plaza. Una niña acompaña a su abuela a cosechar trigo en el campo y se lo pone en la espalda. Le habla en quechua, pero no tiene la atención de la pequeña.

 

La acción se repite y colma la paciencia de la mayor. Llegan las recriminaciones y con el sombrero le da un azote para que la menor le preste atención y sigan el rumbo por los prados que reverencian a las montañas de Los Andes. En una construcción al lado del poblado, Benedicto comparte faena con Tomás. Atienden quehaceres como acarrear piedras en una carretilla y barrer las obras ya terminadas. Ambos reciben las instrucciones del día en español, pero cuando están solos conversan en quechua, la segunda lengua más hablada en el Perú. Se sienten mejor, dicen.

 

La tigresa de la cultura shuar

La tigresa de la cultura shuar

EL VIAJE
La tigresa de la cultura shuar
Ignacio Espinoza 

 

 

Recibió los poderes de su abuela y los llevó a la escritura. Ahí Raquel Antun habla sobre los mitos, cantos y la naturaleza de una cultura, pero también denuncia a las compañías mineras y petroleras que se han instalado en la zona donde vive su etnia. Todo a través de la poesía y narrativa, la herramienta que usa para decir que su lengua materna está viva y que no debe terminar como objeto de estudio en un museo o una biblioteca.

 

Un flechazo. Así describe Raquel Antun la forma en que adquirió los poderes y sabiduría de su cultura shuar. Recuerda que tenía 12 años cuando recibió el conocimiento que le traspasó su abuela. Desde ese entonces comenzó la batalla, una que llevó al campo lingüístico con la poesía como punta de lanza para clavarla en el conocimiento de su gente y derrotar al enemigo, el paso del tiempo y el olvido que barre con los pensamientos del pueblo indígena.
Al hablar sobre su cultura Raquel Antun lo hace sin problemas y en un estado de dicha. Sentada en el sillón de su casa, una construcción de madera adornada con colgantes de plumas y dibujos en el piso, explica parte de su trabajo como difusora del shuar chicham. Desde pequeña aprendió la lengua materna porque en su hogar todos la hablaban, pero el interés por las letras llegó gracias a su padre. Él tenía una biblioteca y, con siete años, la joven aprendió a leer. Recuerda que los primeros textos, que le llamaron la atención, fueron los de Mao Tse-Tung hasta el momento en que recibió los flechazos. Desde entonces el interés por la literatura tomó otra dirección. “Allí me di cuenta que todo lo que mi abuela me había enseñado debía quedar escrito. Nuestra enseñanza era oral, pasaba de los abuelos a los hijos, los hijos a su hijos y así con el pasar del tiempo se olvidaban cosas”, cuenta.
«Me di cuenta que todo lo que mi abuela me había enseñado debía quedar escrito. Nuestra enseñanza era oral, pasaba de los abuelos a los hijos, los hijos a su hijos y así con el pasar del tiempo se olvidaban cosas»

La herramienta fue la poesía. Allí Antun comenzó a escribir sobre los anent, plegarias que los abuelos cantaban en las huertas, cuando tumbaban un árbol o cuando iban a las cascadas y la selva. Todo en lengua materna y con traducciones al español. “Es lo más cercano que puedo hacer, no es exactamente como lo digo en shuar, no es literal. Es un aproximado del shuar”, explica. Los anent no son lo único, la flora y fauna de la selva también son tópicos que inspiran a la poetisa. La espiritualidad también tiene su espacio, arista que aborda con seriedad cada vez que tiene un sueño. “Hace unos meses me fui a Taisha y traje un cangrejo grande al riachuelo para que se reproduzca. Ese día soñé con él y me dijo: ‘Yo soy tu abuela, por qué me has traído tan lejos, yo quiero regresar a mi casa’, entonces sueños como estos me inspiran para hacer poesía. Son cosas de mi pueblo”, afirma.

Para cada charla o entrevista Raquel Antun viste su traje shuar

Fotografía de Captura de pantalla 

En la historia, el pueblo shuar se caracterizó por ser de caracter guerrero, los conflictos eran entre tribus y la solución era un duelo entre los jefes. El derrotado, era decapitado y con la cabeza se realizaba la tsantsa, ritual donde la piel se separaba del cráneo y se reducía el tamaño. Además la boca se cosía y la nariz se tapaba para que no se escapara el espíritu del vencido, un proceso que catalogó al pueblo originario con la estampa de primitivos o salvajes. Raquel Antun cuenta que hoy la guerra está en otro frente y los enemigos son las compañías mineras y petroleras que se han instalado en la provincia de Morona Santiago, al sureste de Ecuador. La situación tampoco le resulta indiferente y ha sido un tema que también ha abordado en los poemas escritos. “Es una lucha constante. Yo, a través de mi poesía, puedo decir mucho de la lucha de las mujeres y hombres del pueblo shuar en contra de la minería y las compañías petroleras”, confiesa.

«Es una lucha constante. Yo, a través de mi poesía, puedo decir mucho de la lucha de las mujeres y hombres del pueblo shuar en contra de la minería y las compañías petroleras»

Mientras la pelea contra las mineras es una batalla aparte, la lucha principal de Raquel Antun es para que se difunda la lengua shuar y que el pueblo pueda perdurar. Con la poesía no solo busca dar a conocer el pensamiento, también quiere motivar a los jóvenes para que aprendan a escribir y leer en su lengua materna, la fórmula: si yo puedo, tú también puedes valorar tu cultura y hacer cosas diferentes. “Hay algo que falta, no hemos creado dibujos animados y canciones en nuestro idioma. Hay que ver qué jóvenes hacen eso, necesitamos más jóvenes. Son la esperanza, ellos son los que van a seguir pasando nuestros conocimiento de generación en generación”, admite y de paso culpa a influencias extranjeras, como el K-pop, que provoca un desinterés de la juventud por la cultura propia. La escritura de una novela es otro de los proyectos que la mantienen ocupada, un genero literario diferente pero que persigue el mismo propósito. “Es una situación donde los pájaros cantan cuando va a haber verano por ejemplo y cuando los shuar lean la novela digan: “¡Ah! Este pájaro se llamaba tal y no sabíamos que era el que anunciaba el verano por ejemplo”, cosas así. Es todo lo que es nuestro, que es importante y la gente está olvidando”, adelanta sobre el proyecto que aún no tiene fecha de término.

 

En dos terrenos ocupa gran parte de su tiempo. El que está cerca de Macas donde vive con su familia —esposo y tres hijos— y una finca alejada de la urbanización rodeada de árboles de papaya, cañas de azúcar y un gallinero con pollos y patos. Ahí también tienen una vivienda shuar de madera y techo de paja con un fogón que tratan de mantener encendido  día y noche. En ese lugar Raquel Antun guarda su atuendo shuar, un vestido azul que utiliza para cada ceremonia importante. Con él asiste a charlas, eventos y da las entrevistas. La vestimenta se complementa con aretes de flores, collares y pulseras rojas mientras que el rostro se lo pinta con tinta extraída del achiote. “Ahora en el pueblo shuar no vestimos nuestro traje típico, pero siempre en los eventos importantes tengo que llevar mi traje típico para no olvidar quien soy y para identificarme y que no se pierda nuestra vestimenta”, reflexiona. Una perforación arriba del mentón sobresale de la piel de la poetisa. Explica que antes las mujeres se colocaban una madera y, el orificio, simbolizaba el crecimiento de niña a mujer. Cuenta que una de sus hijas pronto cumplirá ese proceso. La joven también pasará por el ritual que culminará con una fiesta donde los invitados brindarán y comerán. 

 

Con el achiote se extrae el rojo con que los shuar se pintan el rostro

Fotografía de Captura de pantalla

Con la vestimenta no es suficiente. Reconoce que si la persona no habla el shuar chicham, tampoco entenderá la importancia de cada prenda y  se perderán las piezas de una identidad para terminar en un futuro que Raquel ya visualiza: “Si nos perdemos como pueblo o nacionalidad, también se pierde todo, entonces solo nos van a conocer en los grandes museos y bibliotecas que ellos fueron los shuar”. Una de las estrategias que emplea es hablar en la casa con su esposo para que sus hijos entiendan. Afirma que no solo aprenden palabras imposibles de traducir o diálogos que un extranjero no entenderá, también serán visiones y pensamientos que resistirán una extinción o las flechas que en un momento ella traspasará a otra persona.