EL VIAJE
Aldeia Pataxó Iriri
Alejandra Gayol
Con la mirada perdida y el pelo rozando la gravilla del suelo, Mairi, hija del cacique de la aldea, tararea las canciones que cantan los guerreros pataxós desde hace años. Su cuerpo reposa en una vieja rueda, una goma cada vez mas dilatada por el calor que emana la hoguera que esta a su costado. Ella repite la melodía, una y otra vez, moviendo los labios sin pretender ser escuchada. Mairi, en un acto inconsciente, retrata los logros de una lucha que se inició hace dos años en una aldea de Rio de Janeiro.
Un alboroto despierta a los pocos vecinos que aún siguen durmiendo a las ocho de la mañana. La falta de electricidad en la aldea les permite seguir siendo fieles a la luz del sol. La madera cruje al son de pasos agitados, y un gallo pide a gritos salvar su vida. Las risas se mezclan con gritos de desesperación, el ave abre las alas, intenta mostrar que es demasiado grande para ser una presa. Sus patas son más veloces que nunca, o eso dan a entender los ojos atentos de cuatro jóvenes que luchan por darle caza. Hoy hay que comer, como cualquier otro día, así que la batalla solo puede tener un vencedor. Un rostro cubierto por un despeinado cabello negro azabache da el golpe de gracia. Agarra con sus largos brazos al animal y lo mete, con los ojos cerrados para protegerse de las plumas, en una casa de adobe. La abuela tiene los fogones preparados, no hay tiempo que perder si tienes que preparar el almuerzo para más de veinte personas.
Kaua, uno de los niños de la aldea, espera la hora de comer jugando con las pinturas
Fotografía de Joseba Urruty
El sol cae como si en los rayos portase plomo. Los niños juegan al futbol empapados en sudor. Su piel es del color de la avellana, curtida por el sol. El portero ya está sentado, agotado, demasiadas horas en el terreno de juego. Se marca el último gol y, sin decir palabra, una marea de pies descalzos corren en la misma dirección. Se bañan entre saltos en la cachoeira, una cascada que se ha convertido en un reclamo para un turismo que, a cuenta gotas, se acerca de vez en cuando a la aldea. Estos visitantes son una oportunidad para generar ingresos con su artesanía, pero también pueden ser un peligro si no se miden los límites. “Ya tenemos dos años y cinco meses aquí en la aldea. Nosotros llegamos aquí, a un terreno donde se intentaba implantar un resort. Un lugar donde vivieron nuestros antepasados, los tupinambá, y el que fue uno de sus lugares sagrados. Ellos querían destruir toda la vegetación que nos rodea, pero al final estamos aquí, firmes y fuertes.” recuerda el cacique de la aldea alentando a algunos de los jóvenes.
“Nuestros antepasados pagaron hablar nuestra lengua con la vida, quien no hablaba portugués no sobrevivía. Mi madre, mi abuela, fueron obligadas a hablar portugués. Nosotros intentamos rescatar nuestra lengua. Rescatar a nuestro pueblo de ser esclavo.”
Papas, tomate, yuca, arroz. La comida ya pasa por la cabeza de todos, pero sobre todo por los estómagos de algunos. El abuelo lleva una camiseta de algodón blanco. Se sienta en el sofá que apunta a la entrada. La comida se le pone en las manos, ha pasado la mañana vigilando unos de los locales donde exponen su artesanía. Observa como pasan todos hasta la cocina, sus vecinos también son su familia. “Nuestra aldea, en el sur de Bahía, ha sido un territorio con muchos conflictos. Mi madre es descendiente tupinambá, por eso llevamos el nombre de Pataxó Hahahae, un pueblo que surge de la combinación del pueblo pataxó y el pueblo tupinambá. Una mezcla de dos pueblos indígenas” rememora el cacique que se apoya en una de las paredes de la casa. “La razón de estar aquí hoy, en la aldea Iriri, es por mucho conflicto. Invadieron nuestras tierras, mataron a muchos de nuestros líderes en Bahía. El último líder fue quemado vivo en Brasilia. Por eso aquí hoy, en la aldea, nuestros niños no están sufriendo lo que nuestros mayores sufrieron. Aquí hay salud, tenemos donde hacer que nuestra cultura viva. Tenemos cada vez mas orgullo de ser lo que somos.” dice con tono de alivio el cacique.
Hangui Pataxó lleva cinco años siendo el cacique de la aldea.
Fotografía de Ignacio Espinosa
Se retiran todos poco a poco. Los mayores se unen a los mas jóvenes, hay costumbres que no se pueden perder, como el de la diversión combinada con el deporte. Los niños y jóvenes agarran su balón de futbol, uno de los más ancianos, su arco. Lleva desde pequeño el arte de las flechas como estandarte. Su padre le enseñó a cazar y a ser un diestro arquero desde la infancia. En la playa de Iriri los deportes ancestrales y los modernos no están reñidos. Baño en el mar y vuelta al hogar. El ambiente esta animado, hay visita de parientes que llegan desde Bahía a la aldea. Las pinturas dibujan las pieles resecas del salitre. El color carmín del urucum cubre los rostros que ahora parecen incendiados. La tinta se convierte en un rio de significados, códigos milenarios, un lenguaje que empapa los poros para dar paso a la comunicación. Líneas que resbalan en rostros, brazos, piernas o pechos. En la Amazonia, los brazos más ágiles trepan arboles de hasta veinte metros para obtener el jugo de los frutos del jenipapo, una tinta de azul oscuro intenso que se derrama en las pieles indígenas. Las muchachas y muchachos solteras y solteros apuestan por dibujos y colores llamativos, una estrategia para llamar la atención de aquellos a los que pretenden conquistar. Azul, negro, amarillo, verde. Un abanico de colores encima de sus cabezas. El cocar deja mudos a los foráneos, el exotismo hecho tocado, el indigenismo estereotipado en su máxima esencia, pero una realidad espiritual para el pensamiento actual de los pueblos indígenas.
Y cae la noche, cerrada y ciega. Más intensa que en cualquier otro lugar que rodea la aldea. La luz de la luna y de las velas genera el ambiente. El sonido de palos retumbando en el suelo se lleva escuchando unos cuantos minutos, se amontonan en el suelo, sin conocer el fatídico destino que les espera, donde se consumirán abrasados. Un seseo pone la piel de gallina. Las maracas retumban rompiendo el silencio, imitando el sonido de las serpientes. Golpes de voz sincronizados con los golpes de los pies insonorizados por la tierra. Comienza la danza a un costado del fuego. Las llamas, naranjas y amarillas, dibujan sombran bailarinas. El cabeza de la fila da un grito como disparo de salida, avanzan. Las figuras que dibujan se retuercen como el cuerpo de una cobra, sin llegar nunca a cruzarse. Rompe el aire, proyectando magia, las palabras que conforman los cantos de guerra. La lengua patxoha resurge en los labios, en los oídos, abriendo y cicatrizando al mismo tiempo las heridas. Una lengua que, cuando toma la figura de canción, no reconoce la edad de las personas, contagiando a niños y a ancianos. Un ritmo armonioso, compaginado. Nadie se mira, nadie se ríe. Las gargantas no se irritan porque están acostumbradas. Las rodillas no se cansan porque están anestesiadas.
Acaba el baile y se forma un circulo perfecto. “El indígena no quiere traer lucro, eso es lo que no le gustan a los empresarios, porque nosotros lo que queremos es preservar. Esta es la razón por la que solo contamos con pocos apoyos, porque no hay lucro tras lo que nosotros solicitamos. Cuando pedimos ayudas a las autoridades, dicen que nosotros no somos de Rio de Janeiro, que los Pataxó somos de Bahía, pero eso es algo nuevo, nosotros somos los primeros habitantes de esta tierra, esas limitaciones no existían para nosotros.” irrumpe el cacique para abrir el discurso. “Cuando nos mudamos de Bahia para Rio de Janeiro, nos vimos obligados a vivir mucho tiempo en las ciudades, eso hizo perder mucha fuerza a nuestra lengua. Ahora intentamos dejar la huella de la lengua en nuestros hijos, pero algunos proyectos, como por ejemplo montar una escuela, es una tarea difícil. Es muy complicado, pero para eso conquistamos este lugar, para eso creamos la aldea, para trasmitir nuestra cultura, para desarrollarla, y los niños los están aceptando muy bien, ellos saben lo que son y no lo rechazan.” continua su discurso mirando a los ojos de todos los oyentes.
Una de las herramientas principales para transmitir la lengua a los mas jóvenes son las canciones.
Fotografía de Joseba Urruty
“El gobierno tiene miedo a que existamos, a que exista nuestra lengua, a que estemos en un congreso o tratando algún tema y hablemos en una lengua que ellos no puedan entender. Llevamos resistiendo muchos años, hemos sido el primer pueblo que ha tenido el contacto con los portugueses, y seguimos resistiendo. Siguen intentando desmontarnos, pero aquí estamos, para que entiendan que siempre seguiremos luchando. Para nosotros es muy importante la riqueza de ser indígena” avanzan las palabras del líder que preside el circulo. “Es muy importante mantener nuestro territorio para desarrollar nuestra lengua, nuestra cultura. A partir del momento en que vivimos en las ciudades todo sale fuera del panorama indígena. Para hacer tu comida, por ejemplo, tienes que comprarla en un supermercado. Para la gente de la ciudad el entorno no es tan importante, para nosotros lo es todo, es nuestra vida, es respirar mas puro. Nuestra salud depende de un territorio, nosotros no sabemos realmente sobrevivir en una ciudad. No si seguimos nuestros principios. Un indígena precisa de tierra para desarrollar su manera de entender la vida. Necesitamos el fuego en una hoguera, el agua. Todo está ligado a la tierra, sin ella no podemos dar continuidad a nuestra lengua.” espera, con una pausa silenciosa, la reacción de sus camaradas. “Nosotros estamos obligados a hablar en portugués, para hablar con el hombre blanco, que es quien tiene el poder. Para exigir nuestros derechos tenemos, forzosamente, que aprender la lengua dominante, ellos jamás van a intentar aprender nuestra lengua. Ellos llegaron a destruir nuestra tierra, nuestro país, pero nuestros guerreros antiguos pudieron resistir. Nuestros antepasados pagaron con su vida el poder hablar nuestra lengua, la muerte era el precio, quien no hablaba portugués no sobrevivía. Mi madre, mi abuela, fueron obligadas a hablar portugués. Nosotros intentamos rescatar nuestra lengua. Rescatar a nuestro pueblo de ser esclavo.” concluye. Durante unos segundos largos, la impaciencia se apodera de algunas gargantas y piernas. Quieren gritar de impotencia, quieren volver a repetir cada una de las palabras que ha expresado su líder, pero el silencio siempre ha sido una buena manera de decir las cosas. La hoguera, ahora, solo es brasa incandescente. El aire se tiñe de gris, pero no lo suficiente para hacer desaparecer a los presentes. El humo denso de las hogueras los envuelve, intentando invisibilizarlos, como si fuera una metáfora del enemigo al que se enfrentan. Pero allí, a solo medio metro, Mairi sigue pérdida en su canción, tarareándole al cielo mientras toca la tierra, desnudando el alma en cada palabra de la lengua patxohá, enviando aliento a la esperanza.
Qué pena que se acabe nuestro maravilloso viaje a través de vuestras almas. Os lo agradeceré siempre
Apasionante la lucha por defenfer nuestros origenes y adaptarnos a los avances sin perder nuestra identad.
Un articulo redondo que aporta lucidez y ganas de luchar. Gracias por compartir y enhorabuena por el excelente trabajo.