Abejas tzotziles por la resistencia y la dignidad
A 20 minutos por carretera desde Chenalhó, se llega a Acteal. El camino es sinuoso, no apto para los que flojean de estómago. Nos recibe una de las tres columnas de la infamia que existen en el mundo, esculpidas por el artista danés Jens Galschiot. Las otras dos se encuentran en Hong Kong y en Brasilia. Fue creada en 1999 y expuesta en la Plaza del Zócalo en Ciudad de México, antes de ser trasladada para ser ubicada finalmente en la entrada de Acteal. Tras un pequeño tramo de escaleras aparece el pequeño pueblito. A la derecha se encuentra la casa donde se reúne la mesa de la directiva y, a la izquierda un pabellón que hace las veces de panteón presidido por una gran estatua de Jesús crucificado, en la zona donde se dio sepultura a los cuerpos de la masacre. Más adelante están la cocina, una tiendita de ropa y la casa de salud, rodeadas por diversas viviendas. En el centro, una pequeña iglesia, centro de la vida de los habitantes. Es un pueblo tranquilo, habitado por gente de habla tzotzil, una de las lenguas con más fuerza y mayor número de hablantes en Chiapas. Desde que ocurrió la matanza, hace ahora veinte años, el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas envía brigadistas internacionales a la comunidad para evitar, en la medida de lo posible, que se repitan los hechos. “Es una medida de evasión. Cuando ven extranjeros, los enemigos suelen actuar con más cuidado”, relata uno de los trabajadores del centro.
Con pena dejamos Acteal. Son un pueblo fuerte, que se ha sobrepuesto de muchos golpes. Pero sobre todo queremos volver para poder seguir aprendiendo tzotzil con los mejores maestros que pudiéramos desear.
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