Cristopher Coñoman y el rakiduam bajo pavimento

Cristopher Coñoman y el rakiduam bajo pavimento

EL VIAJE
Cristopher Coñoman y el rakiduam bajo pavimento
Ignacio Espinoza 

 

 

Tiene 23 años y es mapuche. Vive en Santiago y desde hace un año trabaja en el metro donde canta el hip-hop en mapuzugun. Sostiene que la lengua materna debe salir de las casas para recuperar espacios y en julio lanzará su disco debut, Reivindicación, donde habla sobre su historia, los problemas y las demandas que le atañen al pueblo originario.

Cristopher Coñoman tiene 23 años y pasa desapercibido como cualquier otro joven de esa edad. Viste pantalones negros anchos, zapatillas blancas Reebok y un polerón rojo marca Underground, atuendo que coincide con el estereotipo de la profesión que ejerce, la de rapero. Pero cuando habla y canta, rápidamente acapara la atención de los oyentes por hacerlo de otra forma. Al flow le agrega versos en mapuzugun y el contenido aborda la situación que atraviesa la gente de origen mapuche.

“Soy músico itinerante, una bonita forma de decir que trabajo en el metro”, dice entre risas. De lunes a viernes, desde hace un año, toma la línea 4 del metro y rapea en mapuzugun con un pequeño parlante que lleva colgado y lo coloca en el suelo del vagón de turno. Sostiene que con perseverancia y constancia llegan los resultados y que, antes de ser rapero, ya sabía que todo lo que iba ligado al ser y sentirse como mapuche. “En ningún momento pensé en hacer otro tipo de rap. Yo vivo aquí, pertenezco aquí, a un pueblo, no voy a rapear sobre las cosas que no sé, las cosas que no he visto, que no he vivido, no he sentido”, confiesa. Cada vez que toma el micrófono y rapea, en lengua materna o español, tiene claro que lo que busca es fortalecer la identidad del mapuche en la ciudad y, también, hablar sobre los problemas y demandas que atañen al pueblo mapuche. Una de ellas es la situación del machi Celestino Córdova, preso político y quien padece un delicado estado de salud ­—inició una huelga de hambre— donde solo pide poder acudir a su rewe para renovar su espiritualidad y luego regresar a la cárcel. Petición que ha sido negada por el sistema judicial. “Mi música va en el respaldo y en el apañe de todas esas demandas y que todo nuestro pueblo considera que son justas y son legítimas”, sostiene el cantante.

Coñoman canta por las mañanas en la línea 4 del metro.
Fotografía de Joseba Urruty

Coñoman es su segundo apellido, pero lo revirtió. Y si antes de ser rapero entendió que él era mapuche, también hizo lo mismo con el mapuzugun y lo aprendió de joven. Sus padres no le enseñaron porque no hablaban la lengua así que comenzó a leer textos donde se enseñara, uno de ellos fue un libro de unos misioneros capuchinos que habitaron en el sur de Chile y que hablaban todo en la lengua del pueblo originario. Aquella educación también la complementó con oír a otras personas que hablaban en actividades y reuniones que se realizaban en Santiago. Viajó al sur a ceremonias mapuches, participó en asambleas y también definió los diferentes dialectos que se hablaban en el territorio. “Iba solo con el fin de escuchar a las personas mayores hablar y escuchar la pronunciación de las personas. Cuando no sabía una palabra la rebuscaba, la preguntaba”, confiesa. La lengua no es lo único que lo identifica, también las prácticas y costumbres de la cultura, uno de ellos es el trarilonco, cintillo que los hombres mapuche llevan en la cabeza y que Coñoman se ata cada vez que canta en el metro.

El palin es otra de las costumbres que también practica: deporte parecido al hockey donde la bola debe atravesar unas líneas marcadas en el suelo. Cristopher Coñoman todavía posee el wiño —el bastón— que fue de su abuelo y con el que juega. Pero adelanta que pronto lo cambiará por temor a que se rompa el recuerdo de una generación pasada, donde la cultura estaba presente a diferencia de la actual. “Lamentablemente nuestra juventud es penosa en términos de mapuche kimün, de sabiduría mapuche, de mapuzugun. Somos muchos mapuches en la urbanidad, en las poblaciones más de la mitad de la población es mapuche y ese porcentaje es súper precario el que está haciendo algo para retornar a su lengua”, afirma tajante.

«Somos muchos mapuches en la urbanidad, en las poblaciones más de la mitad de la población es mapuche y ese porcentaje es súper precario el que está haciendo algo para retornar a su lengua»
Entiende que, por procesos históricos, la cultura y la lengua sufrieron un desmembramiento. No juzga a los peñis que, producto de la religión, sufrieron una penetración en el espíritu. Pero Cristopher Coñoman advierte que, aquellos que aún saben la lengua, tienen como responsabilidad hablarla y los jóvenes —con ascendencia mapuche— aprenderla. “Si no nos responsabilizamos por volver a hablar nuestra lengua, en una generación o dos nuestro mapudugun se va a ver extinto. Van a morir nuestros abuelos, van a morir nuestras abuelas, va a morir la fuente de sabiduría, no vamos a tener a quien recurrir para aprender y ahí nos vamos a extinguir como pueblo”.

Para hacer frente a esta problemática, valida todo tipo de iniciativas que busquen fortalecer la lengua como el teatro, la poesía y, en su caso, el rap, música que considera como una herramienta pedagógica, Reivindicación es su tema más conocido y cuenta con un videoclip en Youtube. En la letra Coñoman rapea la frase: “Reinvidicación/ un acto de valentía/ de reconocer lo que soy y hacer algo por ello”. “Hay muchos peñis y lamien que están poniendo nuestros temas en el aula, hoy hay muchos peñis que se desenvuelven en el mundo de la pedagogía y que están estudiando nuestra historia con temas de nosotros”, sostiene. Mientras su forma de difundir el mapuzugun es bien vista por unos, también está el otro lado de la moneda. Reconoce que en el metro la gente lo ha insultado por difundir cosas de la cultura mapuche y el rap tampoco es bien visto por algunos ancianos mapuche. “Hay grupos que hacen reggaetón, que hacen cumbia ranchera mapuche y eso es poroso para las generaciones mayores. Es respetable también. Nuestro fundamento es que es un puente de llegada sobre todo para nuestra juventud, para los que están escuchando rap, que dejen de escuchar el rap que habla de jarana, de mujeres, de copete, de drogas, de que hacer eso es bacán”.

Aparte de cantar en el metro, Coñoman piensa todo el tiempo en mapuzugun y lo habla en todos los lugares que puede.
Fotografía de Joseba Urruty

Durante las últimas semanas Coñoman ha tenido un ritmo diferente al habitual. Colaboró en la preparación de eventos para el We Tripantu —21 de junio—, fiesta insigne de la cultura y también prepara el lanzamiento de Reivindicación, disco debut que estará disponible a mediados de julio y que será en formato doble: la parte “Ayer” y la “Hoy”. Entre el ir y venir de shows en Santiago y regiones del sur, conversatorios sobre la situación de la lengua y su pueblo, sumado a terminar la impresión de las carátulas del disco y afinar los últimos detalles de la presentación, terminó resfriado. Pero tampoco puede dejar de cantar, junto a difundir la lengua necesita hacer dinero para llevarlo a su casa, lo otro es solo una herramienta más en la forma de vivir la vida que escogió. “En la pega, arriba de un metro, cuando estudio, en la casa, en la mesa de la casa, en la reunión política y en la asamblea me posiciono como mapuche, más que como rapero, pero el rap es un fortalecimiento a esta posición”, sentencia.

Adá oyé nden

Adá oyé nden

El VIAJE

Adá oyé nden

Alejandra Gayol

 

 

Una lengua silenciada durante dos siglos. Mujeres que tejían, en secreto, los últimos hilos de una cultura. Palabras que nunca debían de llegar al hombre blanco. Doscientos años en la sombra. Un pacto de silencio interrumpido por el último chaná con la esperanza de no ver muerta su cultura.

La lengua chaná se consideraba una lengua perdida. Uno de esos idiomas que había devorado por completo el insaciable español. Dos siglos después del último testimonio registrado, cuando ya nadie consideraba a la cultura chaná como una de las culturas aborígenes vivas en Argentina, el último superviviente rompió el silencio para demostrar que los chaná no estaban extintos, sino que solo estaban ocultos. Una invisibilidad impulsada por el miedo, la opresión y la supervivencia. Ahora el chaná vive, enriqueciendo con su existencia el abanico de culturas y lenguas de la gran Abya Yala, nombre que los indígenas le dan a un continente bautizado como América por sus colonizadores.

El río Paraná cruza la ciudad que lleva su nombre.

Fotografía de Joseba Urruty

Paraná significa“pariente del mar” en lengua guaraní, nombre de la capital de la provincia de Entre Ríos, donde hace catorce años la cultura chaná dio fe de vida encarnada en la figura de un hombre de setenta años. Lingüistas y periodistas acudieron a su encuentro por lo sorprendente de la noticia, unos en busca de portadas o en busca de dar voz a las culturas originarias, otros con la intención de averiguar si se trataba realmente del último hablante de esta lengua originaria. Saber palabras no es saber un idioma, ni mucho menos tener el poder de transmitirlo. Al lingüista Pedro Viegas Barros solo le hizo falta media hora para darse cuenta de que este hombre que decía conocer una lengua ancestral no mentía. Su profundo conocimiento sobre la cultura, las palabras contrastadas con los escritos de Larrañaga —la última persona que había dejado documentada esta lengua— y otros análisis propios de una investigación lingüística le sirvieron para confirmar que no estaba frente a alguien que solo quería llamar la atención.

Los tató ta eran los considerados “hombres superiores” en la cultura chaná. Ante las atrocidades que el noá u hombre blanco llevaba a cabo sobre su pueblo, como podía ser el habitual castigo de cortar la punta de la lengua a las niñas y niños que sorprendían hablando en su idioma nativo, decidieron tomar medidas para ocultar sus conocimientos y que estos nunca llegaran a ser reconocidos por el enemigo. Su estrategia fue crear un “pacto de silencio» donde su lengua y la cosmovisión que la envuelve fuera transmitida únicamente entre las mujeres. Una de las hijas del tató ta, aquella que más inquietud mostrase hacia su cultura, se convertiría en adá oyé nden, la“guardiana de la memoria”, a la cual se le instruía en todo lo concerniente a la cultura, a la lengua y a la historia del pueblo chaná.

“Una de las hijas del tató ta, aquella que más inquietud mostrase hacia su cultura, se convertiría en adá oyé nden, la ‘guardiana de la memoria’, a la cual se le instruía en todo lo concerniente a la cultura, a la lengua y a la historia del pueblo chaná.”

La lengua se crea para transmitir, y en el momento que pierde esta facultad, pierde su sentido. Así, la mujer chaná fue desapareciendo al igual que sus palabras, hasta que llegó el día definitivo en que esa red de mujeres se quedo sin hilo. Había que tomar medidas desesperadas y saltarse las leyes era la única solución posible.

Blas Jaime era un niño de doce años, sus hermanas habían fallecido, su padre también. Su madre, la última adá oyé nden, no podía tener mas descendencia, así que si no pasaba su testigo, la cultura chaná se extinguiría con su muerte. Blas había nacido para ser cacique y en su familia se le tenía un respeto especial. Su madre le preguntó si quería ser un guardián de la memoria y así convertirse en tató oyé nden, el primer hombre que sería responsable de guardar la memoria del pueblo chaná. Una promesa silenciosa que rompería por la misma necesidad que la rompió su madre, hacer que su cultura sobreviviera.

Blas Jaime acude todos los martes al museo Antonio Serrano para dar charlas sobre la cultura chaná a los niños.

Fotografía de Joseba Urruty

Después de sesenta años de silencio, Blas Jaime se dio cuenta de lo importante de compartir su lengua y su cosmovisión, y no solo decidió hacerlo buscando un alumno, sino que consideró que era momento de mostrarlo al mundo. Recorrió radios haciendo un llamado para que cualquier persona que pudiese tener conocimientos del chaná se pusiera en contacto con él, pues quizás su lengua aún permanecía reprimida en algún otro cuerpo. Nadie contestó nunca. Se encontró solo, con el peso de toda una cultura milenaria. Su hija agarró con fuerza su legado cultural, y al igual que ella, cientos de alumnos hoy dedican parte de su tiempo a acudir a las clases de lengua chaná que Blas Jaime imparte todos los sábados en el Museo Antonio Serrano. Blas es la última persona que habrá aprendido su lengua desde el método tradicional, con sus abuelos, con su madre, cuando este idioma aún existía interpretando un mundo, descifrando un universo. Igualmente, la esperanza es lo último que se pierde, y Blas confía en que todo su esfuerzo se pueda ver recompensado en un espacio para la lengua chaná dentro de este imperialista mundo. Hoy Blas Jaime es la única persona que habla de forma fluida la lengua chaná, pero gracias a su esfuerzo, puede que no sea el último.

Rapanui: La isla de los renacimientos

Rapanui: La isla de los renacimientos

EL VIAJE
Rapanui: La isla de los renacimientos
Alejandra Gayol
Hija del Pacífico, perfumada en lava y sal, navega el océano en un barco de tierra llamado Nazca. Un remanso de arena donde descansa el mar que no opuso resistencia a los invasores. La cabeza de un volcán donde convergen la cosmovisión polinésica y europea. Le llamaron Pascua en su tercer bautizo, cuando renació sin perder del todo su memoria.
Nació sin saber hablar. Abrió los ojos y solo vio azul. Era, sin saberlo, el punto más alejado de cualquier otro lugar poblado del planeta.  Pese a su aislamiento, el océano desafío al azar, y embarcaciones llegadas del sudeste asiático se posaron en su orilla. La lengua llegó para describirla, para interpretarla entre palabras. Te Pito o Te Henua, así la definieron como “El ombligo del mundo”. Rapa Nui fue el apodo que le puso el misionero Eugenio Reynaud, que en tahitiano quiere decir “Isla grande”. Se acercaron los marinos holandeses para bautizarla por última vez, Isla de Pascua fue el apelativo. El honor cristiano en una lengua extranjera, el presagio de su destino en un nombre.
Moái de la isla de Pascua. Estatua monolítica que solo se encuentra en la isla.
Creative Commons
La Polinesia le debe su limite oriental y ella le debe su cultura a la Polinesia. Desde Marae Renga, llegaron los polinésicos cargados de tradiciones y leyes ancestrales, y como si de semillas se trataran, estos saberes germinaron en su tierra. Los rostros de aquellos que la consagraron le pusieron cara. Levantaron miradas de piedra que petrificaban, los hoy famosos moai de Isla de Pascua reflejaban el poder de las familias más poderosas. La llave que encerraba todos sus conocimientos fue la lengua, el Vananga Rapa Nui, y su escritura propia, nacida entre figuras de madera rasgada en las tablas Rongo-Rongo, uno de los grandes misterios que aún esconde esta isla. Los maorí, antiguos sabios, eran los únicos capaces de descifrar su contenido.
Tablillas Rongo-Rongo. Escritura rapanui.
Imaginaisladepascua.com

Ella cumplió años, y siglos. Seguía modificándose, transformándose para adaptar sus expresiones sociales y culturales, como su lengua, a las condiciones de su entorno. Pero un periodo de catástrofe ambiental llegó a la isla, lo que supuso un colapso de la cultura.  La adoración a los ancestros y la construcción de los moáis se paralizó alrededor del siglo XVII. El nuevo paisaje que la catástrofe ambiental había dejado cambió su económica, sus ideologías, e incluso desembocó en enfrentamientos entre clanes. En este panorama de guerras clánicas los hokos cobraron una vital importancia. Los ojos abiertos inyectados en furia, las lenguas húmedas colgadas de sus labios tocando la barbilla, los músculos tensos, mientras los golpes en el pecho y en las piernas salpicaban la sangre hasta enrojecer la piel. Una danza guerrera que los rapanui solían hacer para intimidar a sus rivales.

Danza de guerra Haka de Nueva Zelanda, muy similiar al Hoko rapanui.
Youtube.
En un panorama crítico, nace en el imaginario popular el Hombre-Pájaro, que simbolizaba con su huevo la renovación de la vida. Un destino renovado, aunque las renovaciones vinieran más del océano que de sus entrañas. Conoció a Europa por primera vez en el año 1722, un nuevo contacto que cada vez se presentaba de forma más frecuente. Y así, llegaron los neerlandeses con el neerlandés, los ingleses con el inglés y los franceses con el francés. El Vananga Rapa Nui fue adoptando palabras, e inevitablemente, sustituyéndolas.

Aún le quedaban por recibir los golpes más duros. Alrededor de 1860, los traficantes que llegaban desde Perú se llevaron a cientos de hombres para someterles a la esclavitud en las haciendas peruanas. Entre ellos estaban los sabios, los ancianos, los conocedores de los saberes que se encerraban en la antigua escritura Rongo-Rongo, los últimos intérpretes. Su lengua se tambaleaba, también sus tradiciones. Se quedó sin sus maorís y con solo un centenar de habitantes, pues aquellos que volvieron de la experiencia esclavista portaban enfermedades que contagiaron al resto de la población. Un hachazo irreversible para su cultura.

Noche estrellada en Rapanui.
Creative Commons

Amaneció desolada, pidiendo auxilio en silencio, estaba quedándose muda poco a poco. Los gritos se escucharon desde un barco de misioneros, que más que la palabra “necesidad” socorrieron a la palabra “oportunidad”. Descubrió al cristianismo, y sin poder de decisión, asumió la disciplina alejándose cada vez más de sus creencias. Sentimientos encontrados, la esperanza y la nostalgia.

Deseada y algo desorientada, fue a su encuentro el francés Jean Baptiste Dutroux-Bornier, que la convirtió en un criador de ovejas. Condenada a ser objeto de lucro para el francés y para su amigo inglés John Brander, su población empezó a descender hasta llegar tan solo a 110 rapanuis. Le arrebataron a sus hijos, junto a los que forjó una identidad única durante cientos de años. Solo 150 años atrás, esta madre abandonada en el Pacífico daba el pecho a 6000 rapanuis. Los intereses de los comerciantes extranjeros la desnudaron, no solo despoblándola de personas, sino también saqueando gran parte de su patrimonio arqueológico. Se llevaron su cultura tangible y transformaron – e incluso hicieron desaparecer-  su cultura intangible.

La isla de Pascua está en mitad del oceáno Pacífico limitando la Polinesia en su vértice oriental.
Fotografía: Michelle Clarke. Creative Commons.
Y se convirtió en mercancía. La cosmovisión rapanui cada vez sufría mas estragos. Pasó, como las monedas, de mano en mano. El inglés se la vendió a un francés de Valparaíso para luego caer en manos de la compañía escocesa Williamson & Balfour. Absorbe aquí nuevas corrientes culturales que la siguen transformando. Su reino, dirigido por Atamu Tekena, recibió las “Escrituras de cesión” con la intención de adherirla a Chile. Un nuevo capitulo de sometimiento para ella, donde el rey Tekena con un gesto, le prometió no abandonarla. Cogió un pedazo de tierra entre sus manos y, mirando a la cara al capitán Policarpo Toro, dijo: “Esto es para ti, nosotros nos quedamos con la tierra”, con la intención de aclarar que la soberanía y la administración se la cedían a Chile, pero que ellos seguirían siendo dueños de su tierra. La lengua cayó en combate. La marina chilena atacó directamente a ese elemento que se les escapaba de las manos, algo que nunca podrían dominar como lo hacían sus habitantes. La lengua rapanui fue prohibida.
El mareo le duro unos años. Un poco anestesiada y bailando al son de lo que traían las olas del océano. Demasiadas lenguas, muchas tradiciones y religiones se batieron como una licuadora en su estrecho cuerpo. Hasta que en 1966 se despertó. Alfonso Rapu lideró un movimiento nativo que denunciaba los abusos del Gobierno y exigía derechos fundamentales, como hablar su lengua nativa con libertad. El presidente de Chile aprobó la llamada “Ley Pascua”, reconociendo alguno de los derechos demandados. Y se abrió a nuevos visitantes. Empezó a enfocarse en el turismo con una doble personalidad, entre la Polinesia y el continente americano.
Atardecer en isla de Pascua.
Creative Commons
A veces se confunde, o la confunden. A veces se ofende con los jóvenes, se siente traicionada al ver su tradición hecha negocio. Otras veces se queda callada, pensando en que es la única manera de sobrevivir. A veces llora pensando en lo que pudo ser, y a veces se alivia pensando que a pesar de todo, sigue viva. A veces se monta en el lomo del hombre pájaro que tantas veces la vio renacer y se observa, desde arriba, y escupe palabras en la lengua rapanui, regando con su saliva la tierra, pero pocos la llegan a entender. Entonces, se muerde la lengua, tiene miedo de hacer ruido. Se quiere deshacer de su cuerpo, regalarlo, pues no se siente cómoda vestida de otro idioma. Luego vuelve a ser tierra y espera mirando sus cicatrices. Siempre, desde algún rincón, encarnada en alguna persona, aparece la esperanza. Llega hablando rapanui, para recordarle que reinventarse empieza por no perder la memoria.

La lengua que susurra el desierto

La lengua que susurra el desierto

EL VIAJE
La lengua que susurra el desierto
Idoia Olaizola
En el desierto de Atacama vive el pueblo Lickan Antay. Hablaban el kunza, pero la invasión española exterminó su lengua materna. Sin embargo, esta sigue viva en la memoria de los atacameños en el nombre de sus volcanes o en sus cánticos a la tierra. Pero sobre todo vive en la memoria de Tomás Paniri, líder que luchó en contra de los españoles durante la colonia.
 Sopla un aire seco. El calor es intenso. La arena se cuela entre los dedos de los caminantes. Van camino a su hogar, a su ayllu. Escasea el agua. Viven en condiciones extremas, en el desierto más árido del mundo. Son los atacameños, también conocidos como Lickan Antay, los habitantes del desierto de Atacama al norte de Chile. Lickan es ciudad o pueblo en lengua kunza mientras que antay es gente. Por tanto, el pueblo atacameño se autodenomina como “gente de esta tierra”. Ha sido un pueblo subordinado a otras culturas, pero que hasta hace no muchas décadas conservaba su lengua. Esta tenía una particularidad y es que la mayoría de palabras se apoyaban de gestos para poder entenderse. El kunza se perdió a finales de los años 40. Hasta 1949 se utilizaba como primera lengua, pero ahora pocos habitantes la saben hablar y solo conocen vocablos sueltos sin la certeza de estar pronunciándolos bien. Los últimos registros que de ella se tienen, los realizó en 1956 la investigadora Grete Mostny, sin embargo, la lengua sobrevive en cantos y en los nombres de las montañas y quebradas del lugar.
Vista general del volcán Licancabur
Fotografía de Idoia Olaizola

Licancabur es la montaña sagrada de los atacameños. Su nombre significa «cerro del pueblo” y se puede observar desde cualquier punto del desierto. Es tal su importancia que los muertos son enterrados en dirección al volcán. En la época de la conquista, con la intención de modificar sus creencias, los españoles cambiaron la entrada del cementerio para que ya no mirara en dirección a Licancabur. Los atacameños fueron más listos y cambiaron los muros de su cementerio, formando en la parte superior pequeños triángulos que representaban el volcán. Fue su manera de seguir ofrendando a sus muertos Y seguir con sus tradiciones.

«¿Por qué no pueden hablar en kunza, ustedes? ‘Porque vinieron los españoles y les cortaron la lengua’”

El atacameño ha sido un pueblo que estuvo en contacto con distintas culturas. Primero, la tiwanaku de la que adquirieron conocimientos como la fabricación de tejido o la creación de herramientas. Más tarde fueron conquistados por los incas, lo que se refleja en la adoración a los apus o la creación de pukarás o fortalezas. Por último, llegaron los españoles. Y con ellos, la destrucción. Fueron obligados a trabajar como esclavos, intentaron cambiar sus mitos y creencias y aniquilaron su lengua. Por miedo a una rebelión, los colonizadores cortaban la lengua a aquellos que no hablaban castellano. Esta práctica continúa hoy en día en el imaginario de los niños del lugar, como muestran las notas del diario de campo tomadas por el investigador Ramiro Catalán: «¿Por qué no pueden hablar en kunza, ustedes? dice la profesora. ‘Porque vinieron los españoles y les cortaron la lengua’ responde una niña”.

Cordillera de la Sal en el desierto de Atacama
Fotografía de Idoia Olaizola

Sin embargo, la lengua sigue viva en el desierto, y hay un nombre que susurra con especial fuerza. Es el de Tomás Paniri, que en lengua kunza significa “el que lleva o el que da”. Después de años de opresión a manos de José Fernández Valdivieso, Paniri se levantó en armas y lideró una revolución indígena en contra de la opresión española que duró diez años. Anteriormente había compartido y aprendido de los líderes quechua y aymara Tupac Amaru II y Tupac Katari, hecho que empezaría a gestar su imagen mitificada. En 1781 doscientos atacameños tomaron la casa de Pedro Manuel Rubin de Celis acusado de confidente. Fue llevado a la cárcel de San Pedro, igual que sucedió con otras figuras españolas de la zona. Pero la iglesia, de nuevo, volvió a actuar. Alejo Pinto, el cura de Chiu Chiu, municipio de la región de Antofagasta, acusó a Paniri de ser enviado del diablo, por hablar lengua kunza, y por llevar a cabo los ritos lickantay. Los habitantes pidieron diálogo entre ambas partes. Tomás aceptó. Pero durante las negociaciones los españoles lo traicionaron, llevándolo preso por el asesinato de cinco españoles. Igual que su análogo quechua, Tomás Paniri fue ajusticiado el 14 de mayo de 1781, en Iquique, atado de pies y manos a cuatro caballos que tiraron en direcciones opuestas hasta desmembrarlo.

La muerte del rebelde indígena no consiguió apagar las revueltas, y mitificó su figura en el imaginario popular. Los españoles y la iglesia intentaron destruir a Tomás Paniri, al pueblo lickanantay y su lengua kunza, pero lo único que consiguieron fue que el desierto susurrara sus nombres con más fuerza.

Pürüm Llemay! y la contra información en mapuzugun

Pürüm Llemay! y la contra información en mapuzugun

EL VIAJE

Pürüm Llemay! y la contra información en mapuzugun

Ignacio Espinoza

 

 

Publicó su primera edición impresa y está escrito completamente en lengua materna. El medio busca propagarse por todo el territorio de Wallmapu y Puelmapu para acercar a la gente con la cultura. Ilustraciones, opinión y  un relator que narra los partidos de fútbol en mapuzugun son parte de las noticias que fueron abordadas en el reciente número. Pero también buscan mostrar el otro lado de un pueblo que la prensa  ha estigmatizado como terrorista y delincuente.
El pasado 28 de mayo el equipo chileno Colo-Colo jugó por el campeonato nacional contra Unión La Calera. Mientras las radios, medios online y la televisión transmitieron la derrota  del Cacique por 2 goles a 0, una cuenta en Facebook hizo lo mismo pero de otra manera, en mapuzugun. El trabajo fue de Colo Colo Mapuzugun Mew, cuya historia acaparó la atención de un periódico. No fue El Mercurio, La Tercera o Las Últimas Noticias, el medio que abordó aquella iniciativa fue Pürüm Llemay!, diario que está escrito completamente en la lengua mapuche.

“El mundo está en español y tiene suficientes medios de comunicación para seguir masificándose. El Purüm Llemay! no tiene por qué ser otro medio más donde se reivindique otro medio que nos ha estado minorizando. Entonces nosotros y nosotras creemos que este podría ser el único espacio donde el mapuzungun tenga una hegemonía”, afirma Elizabeth Núñez, directora del diario. Ella, junto a un grupo de chicas y chicos, recuperaron la lengua materna, pero vieron que el mapuzugun no debía quedarse solo en las cuatro paredes de la casa, también tenía que estar en otros espacios del quehacer cotidiano como la radio, la prensa o los dibujos animados.

Elizabeth Núñez es la directora del diario y realiza clases de mapuzugun.
Fotografía de Joseba Urruti
A partir de eso surgió la iniciativa de impulsar el medio. Primero fue en internet y luego dio el paso a la primera versión impresa, los primeros ejemplares fueron vendidos en Temuco –donde vive el equipo– y luego mandaron 200 periódicos para que se adquirieran en Santiago. “La idea es que esto pueda llegar en papel a una comunidad o una persona que es de campo y sabemos que esas personas pueden hablar mapuzugun y pueden decir que se están hablando de cuestiones importantes en mi idioma”, agrega la directora.
«El mundo está en español y tiene suficientes medios de comunicación para seguir masificándose. El Purüm Llemay! no tiene por qué ser otro medio más donde se reivindique otro medio que nos ha estado minorizando»
Ilustraciones en mapuzugun, la publicación del cómic “Galvarino” –mapuche que luchó contra la colonización española– y una serie con muñecos que hablan en la lengua materna son parte de las temáticas que publicó el medio en la primera edición. El objetivo, abordar la cotidianeidad y, de paso, fortalecer la lengua. “Es un derecho lingüístico y un derecho político, contar nuestra propia historia en nuestro propio idioma. Es una reivindicación más y una señal a las próximas generaciones de que se puede hacer todo en mapuzugun”, añade Elizabeth Núñez, quien de paso reitera que no tienen contemplado agregar una traducción al español: “El cerebro es cómodo y no va a darse el trabajo de ver la noticia completamente sino que automáticamente va a ir a la columna que está en español. Eso va a significar que es un trabajo prácticamente perdido hacerlo en mapuzugun si, al fin y al cabo, van a leerlo en español”.
De tradición oral, Elizabeth corrige que la parte escrita de la lengua no es reciente, también cuenta con cinco siglos de escritura. Pero en la actualidad el porcentaje que escribe en mapuzugun es mínimo, cifra que se reduce a un margen que, además de libros, fortalece el idioma en las redes sociales. “El problema es que lo hacían muchas personas que venían aquí con objetivos de estudiar el idioma desde un punto de vista lingüístico como lo hicieron muchos religiosos de la época que eran jesuitas y ellos principalmente escribían mapuzugun. Hoy la idea es que todas podamos escribir y podamos comunicarnos porque es el objetivo principal de un idioma, comunicarse”, afirma.
En Santiago el diario está a la venta en la Librería Proyección por $1.000.
Fotografía de Joseba Urruti
La financiación del diario fue autogestionada por el equipo quienes lograron conseguir el dinero para imprimir los primeros 500 ejemplares a través de rifas. El mecanismo les permite ser independientes a la hora de publicar cualquier tipo de noticia. Elizabeth enfatiza que Pürüm Llemay! también busca hacer frente a la información que publican los otros medios tradicionales quienes han estigmatizado al pueblo mapuche  en el denominado Conflicto Mapuche con noticias donde se les carga el rótulo de terroristas o delincuentes.

“Es una forma de mostrar que nosotros no solamente vivimos en base a un conflicto, el conflicto en algún momento puede terminar y el mundo mapuche no, no va a terminar en un conflicto”, plantea y agrega que los temas abordados tampoco van a caer en el sensacionalismo con el fin de vender más ejemplares: “No tenemos esa cultura que está instalada del sexismo y de aprovecharse de la figura de las mujeres. Entonces en ese sentido si somos contracultura, si somos contra hegemónicos desde el punto de vista del idioma, que es un idioma minorizado y que se ha visto minorizado históricamente por el estado chileno”.