La avalancha que sepultó una lengua

La avalancha que sepultó una lengua

EL VIAJE

La avalancha que sepultó una lengua

Idoia Olaizola

 

 

6 de junio de 1994. La vida transcurría tranquila en Toez, municipio de Tierradentro. Pero a media tarde, la tierra tembló. La gente, asustada, salió de sus casas y se topó con un espectáculo terrible. De lo alto del Nevado de Huila, bajaban por el río Paez a gran velocidad una avalancha de lodo y piedras que acabaron enterrando tres poblados: Irlanda, Yusayú y Toez. Mucha gente fue evacuada en helicóptero, pero la cifra de muertos ascendió a más de mil. Sepultados entre tierra y piedras quedaron seres queridos, recuerdos y una parte de su lengua, el nasa yuwe.

Tras la avalancha del 94 en Toez, los supervivientes tuvieron que buscar un nuevo hogar. Toez se encontraba en Tierradentro, territorio ancestral de los nasa. Era “tierra fría”, por lo que era una zona más difícil de cultivar y que, además, contaba con peores accesos a recursos y educación. Por eso, los mayores escogieron establecer su nuevo pueblo más cerca de la ciudad, en tierra caliente. Como todo, la decisión trajo ciertas ventajas y ciertos inconvenientes. Algunos mayores no soportaron las altas temperaturas así que volvieron a sus casas, años después. En los primeros años, el terreno era yermo, pero poco a poco y con paciencia, fueron plantando árboles que trajeron consigo un poco de alivio para el calor. Por otro lado, la ciudad estaba más cerca, y los muchachos tenían mejor acceso a los colegios. Ya no tenían que caminar largas horas para acudir a la escuela, en apenas diez minutos llegaban a clase. Pero la cercanía a la ciudad impuso un nuevo patrón cultural. Las tradiciones empezaron a perderse, y con ellas la lengua. Todos aquellos niños y jóvenes que hablaban el nasa yuwe en tierra fría, dejaron de hablarlo en tierra caliente. Y los niños que nacían, ya ni siquiera lo aprendían. La población se había duplicado en los últimos 25 años, pero el porcentaje de nasayuwe-hablantes había disminuido a niveles alarmantes.

Vista aérea del nevado de Huila

Fotografía de Creative Commons

En un intento por revitalizar la lengua, la profesora Doña Estela empezó a impartir clases de nasa. En un inicio los niños acudían a sus lecciones, pero con el paso del tiempo el número de alumnos se redujo hasta contarlos con los dedos de una mano. En otras zonas del territorio se trabaja en la implementación de los nidos lingüísticos o las semillas de vida, que tratan de dar una formación integral en nasa yuwe, no solamente en lengua materna si no también enseñando a los niños sobre cosmovisión y tradiciones del pueblo andino, pero aún no ha llegado a Toez.

El hándicap de la tradición oral

La lengua nasa yuwe es de tradición eminentemente oral. Se pasaba de padres a hijos alrededor de la tulpa, espacio sagrado que reunía a la familia en torno al fuego. Sin embargo, tanto lengua como cultura no supieron adaptarse a los nuevos tiempos. La llegada de la cocina moderna, el desinterés y la pérdida de comunicación en las familias propició que la herencia de la cultura a través de la palabra comenzara a perderse. Por eso el pueblo nasa se vio en la necesidad de adaptar una nueva tecnología, la escritura. En los años 60 hubo dos intentos por parte de grupos religiosos, el ILV y el IMA, de implantar un alfabeto. Sin embargo, los ensayos fracasaron ya que no tuvieron en cuenta las particularidades de la lengua, eran meras intentonas de facilitar la evangelización. No sería hasta años después, en 2001, que el CRIC, tras un estudio exhaustivo analizando los detalles del nasa yuwe, conseguiría aprobar una escritura unificada. El reto ahora consistía en enseñar a los hablantes a escribir.

«El trabajo siempre debe empezar por uno mismo, no podemos esperar a que la gente de afuera solucione nuestros problemas»

En Toez se están realizando esfuerzos por implementar la escritura. Cada sábado mujeres de distintos territorios se reúnen en la tulpa comunitaria para aprender a escribir su lengua. Doña Estela también impartía clases gratuitas de forma semanal a cualquier vecino de la comunidad, “el problema es que poca gente acudía y las tuvimos que suprimir”, se lamenta. Sin embargo, no tendría inconveniente en retomarlas si los alumnos volvieran a sus aulas.

Cuando los mayores se involucran

Es sábado a primera hora, Jamir, un joven, habitante de Toez que trabaja en ACIN nos acompaña a la reunión que hemos agendado con los mayores del pueblo. Se han juntado para explicarnos las razones por las que creen que se está perdiendo su lengua materna. La primera señalada es la tecnología: “Ahora los jóvenes están todo el día con los celulares o la televisión, ya no atienden a los mayores” explican. “Aquí, en Toez-Caloto a diferencia de Toez-Paez, estamos perdiendo la lengua. Allá en tierra fría, los niños siguen hablando la lengua, pero aquí, estamos demasiado cerca de la ciudad. Hay demasiadas distracciones”, atina a opinar otro. “Es que los niños ya no la quieren estudiar”, declara un tercero. “La iglesia también hizo un daño grande. No nos dejaban acudir si hablábamos nuestra lengua, sufrimos mucha discriminación. Aquí tenemos más miedo de que a nuestros hijos los discriminen de nuevo”, dice una señora finalmente.

Florinda, una de las «mayoras» de Toez, posa en el parque del municipio

Fotografía de Ignacio Espinoza

Otro de los mayores pide una universidad, cree que sería la solución para los problemas del pueblo. Jamir interviene rápido, “¿Cómo vamos a crear una universidad si todavía no hemos conseguido implantar bien la escuela, que es algo mucho más sencillo?”. Algunos de los presentes asienten ante sus palabras, otros muestran su rechazo.

En la esquina izquierda, una mujer menuda, vestida con camiseta rosa escucha con paciencia las intervenciones de sus compañeros. Es su turno de palabra.

—Les agradezco — se refiere a nosotros — que acudan a nuestro pequeño pueblo. Nos alegra, pero a la vez nos entristece que la gente de afuera se interese por nuestra lengua, y nosotros mismos no lo hagamos. El trabajo siempre debe empezar por uno mismo, no podemos esperar a que la gente de afuera solucione nuestros problemas. Pero al menos su presencia nos anima a seguir trabajando.

Jamir aprovecha la intervención para retomar la palabra.

—Si quieren universidad, hagan universidad. Pero no con las estructuras y los edificios que ustedes imaginan. La universidad es compartir conocimientos, dejar muestra de ellos a las siguientes generaciones. Quienes sepan escribir, que empiecen a redactar todo lo que saben sobre plantas medicinales, sobre cómo sembrar el campo. Que escriban sobre cómo se tejen jigras y sombreros. Escriban para que esa sabiduría no se pierda. Los que no, que intenten aprender. Doña Estela estará encantada de retomar sus clases de escritura en nasa yuwe — Doña Estela asiente —. Así crearemos una verdadera universidad en Toez.

Gran parte de los mayores asiente, sus ojos denotan ilusión. Aunque la avalancha sepultara muchas cosas imposibles de recuperar, ellos trabajarán por desenterrar aquello que aún sigue vivo después de tantos años bajo el barro, el nasa yuwe.

Revolucionarias

Revolucionarias

FUERA DE RUTA

Revolucionarias

Alejandra Gayol

No es fácil. El patriarcado se retuerce y se humilla ante aquellas que se le enfrentan. Pero no es fácil, la lucha nunca lo es. Cuando sientes el fuego en la espalda la reacción es despegarse, y tú eliges si de las heridas te nacen alas o cicatrices. Las protagonistas de este homenaje optaron por echar a volar. No se conocen, pero pelean juntas. En diferentes escenarios, por diferentes vías, pero pelean. En su corazón: la lucha por los derechos de su pueblo. En su figura: el feminismo. Mujeres de etnias minorizadas que luchan en un mundo de hombres blancos.

Lupita

Fotografía de Joseba Urrutikoetxea

Lupita. Cinco años luchando por los derechos de los indígenas rarámuri en Chihuahua, México.

No reconocer la cultura indígena es como intentar tapar al sol con un solo dedo. Aunque trates de ocultarlo, esto no le hará desaparecer.

Entre la multitud que recoge la plaza central de la ciudad de Chihuahua, aparece a lo lejos, con paso firme, una mujer de tamaño pequeño y gran presencia. El meneo de un vestido de flores y volantes hace despegar a decenas de palomas. Guadalupe Pérez se dirige a su lugar habitual de trabajo, el palacio de justicia, donde gracias a su insistencia y trabajo constante, ha conseguido  su propio despacho. Su trabajo, a vista de pájaro, es hacer de traductora en aquellos juicios donde los condenados, hablantes del rarámuri, no dominan el español. Pero su verdadera labor es otra. Lupita controla que en los juicios no se violen los derechos de las personas indígenas, y que la barrera lingüística no se utilice como herramienta para fomentar la desigualdad.

A su despacho llegan cartas desde todos los cerezos —cárceles— de los alrededores. Los presos rarámuri ven a Lupita como la luz al final del túnel. De forma voluntaria y sin remuneración ni medallas, Guadalupe lee cada carta que le llega y revisa detenidamente cada caso. Su experiencia le ha hecho conocer a la perfección las injusticias que hay detrás de cada frase que se traduce en cada juicio. Ha tenido que ver cómo la incomprensión de los presos —y la falta de interés de la justicia mexicana— ha llevado a personas completamente inocentes a cumplir condenas y sin oportunidad para expresar su inocencia. Esa es la razón por la que Lupita ha creado la asociación Nochaba Nikuuroka Anakupí Niraa —que en lengua rarámuri significa “Trabajar ayudando los unos a los otros”—, una organización apartidista, autónoma y sin ánimo de lucro para ofrecer asesoría y orientación legal en diferentes lenguas indígenas a personas que lo necesitan.

Mary

Fotografía de Alejandro González Amador

Mery. Profesora y promotora de la lengua garífuna en Lívingston, Guatemala.

El reconocimiento a la lengua garífuna como Patrimonio Inmaterial de La Humanidad por parte de la Unesco ha sido, así lo creo yo y siempre lo digo, algo que ha conseguido el mismo pueblo garífuna con su lucha, no ha sido ningún regalo.

Tras unas gafas transparentes aparece una mirada tierna que se alarga en una eterna sonrisa. La mujer que nos recibe en una silla del patio de su casa ha roto con la etiqueta de “mujer de”. Ha sido ella, tras horas de conversación, quien nos ha hablado de su difunto marido, eminencia de la cultura garífuna, creador del primer diccionario de la lengua de esta cultura. El resto del mundo ve a “Mama Mery”, una gran profesora y una gran conocedora de su cultura, independientemente de con quién haya estado casada.

Mery ha pasado su vida impartiendo conocimientos sobre la cultura y lengua garífuna. Profesora de vocación y profesión, quiere mantener el legado de sus ancestros. En los años en que ella fue a la escuela y se formaba como docente, hablar garífuna en las aulas estaba prohibido. Los maestros que en ese momento impartían las clases educaban a los niños de manera que ellos entendieran que el garífuna era una lengua inútil y sin futuro. Mery ha tenido que ver cómo, durante cuarenta años, su lengua estaba prohibida. Reconoce que la lucha ha sido muy fuerte. Cuando llegaron los tratados de paz a Guatemala y se empieza a permitir la introducción de otras lenguas que no sean el español en la educación, Mery no dudó en llevar a las aulas aquellos conocimientos que había podido poner en práctica con sus hijos, para que también otros niños pudieran conocer su historia. De igual manera, esos años de represión no han pasado en vano. En la actualidad la lengua materna del pueblo garífuna se ha convierto en L2, una asignatura más.

Fuera de las aulas, con mayor libertad de acción, no ha cesado de difundir su lengua, la que considera pilar fundamental de su cultura. Sus hijos son hablantes, e incluso uno de ellos, conocido artísticamente como Gouule Style, es productor de música en lengua garífuna. Mery confiesa que como profesora siempre intentó introducir la lengua en los jóvenes mediante la historia, generando interés a través de aquellas historias que explican cómo pudo ser que, con tantos momentos duros que vivió su pueblo, los antepasados hayan podido mantener su idioma.

Hoy Mery está jubilada. Pasa sus días tranquila, recibiendo visitas de todos aquellos interesados en la lengua garífuna, compartiendo el conocimiento de su cultura para hacerla eterna.

Martina

Fotografía de Alejandro González Amador

Martina. Presidenta de la asociación de tejedoras tz’tujiles Ixoq Ajkeem, San Juan de la Laguna, Guatemala.

Nuestra asociación se llama ixoq ajkeem en español significa mujeres tejedoras. Este nombre nos identifica como mujeres tejedoras que luchamos cada día para sacar adelante a nuestros hijos.

En 1992, en el contexto de una guerra civil, un grupo de mujeres retaron a una sociedad que planteaba el papel del hombre como el encargado de llevar el dinero a casa y el de la mujer como la responsable de las tareas del hogar. Así surgió la organización Ixoq Ajkeem, que en lengua maya tz’utujil quiere decir “mujer tejedora”, con la finalidad de contribuir a la educación de sus hijos, pues ellas no habían tenido la oportunidad de estudiar por la falta de ingresos en su familia y no querían que sus hijos pasasen por lo mismo.

La asociación tiene su tienda en el pueblo de San Juan de la Laguna, donde reciben visitas de todo el mundo. Trabajan manteniendo la misma forma de producción que sus ancestros para elaborar los tejidos. Todos los productos son sacados directamente de la naturaleza, hechos a mano con dedicación y siguiendo los patrones de los trajes típicos mayas.

El gran número de visitas del extranjero, ha obligado a Martina y a las otras mujeres de la asociación a aprender otros idiomas como español o inglés. Pero la llegada del turismo, que trae consigo nuevas lenguas y nuevas tendencias de moda, no ha logrado desplazar el modo de vida y el arraigo a la cultura maya de estas mujeres luchadoras. Martina reconoce que el inglés es muy importante para su negocio, al igual que el español, pero que jamás podrá dejar su lengua materna. El objetivo de su esfuerzo era la digna educación de sus hijos. Olvidar su lengua, sus raíces, sería perder sus principios. Además, para que su asociación continúe manteniendo su autenticidad, la lengua es un componente fundamental, pues hay una fuerte vinculación entre la lengua y el significado de sus trajes.

Virginia

Fotografía de Alejandro González Amador

Virginia. Profesora y luchadora incesante por la eliminación del analfabetismo en zonas de territorio indígena miskitu, Tuapí, Nicaragua.

Los niños, en su lengua, aprenden más, más rápido y mejor. Ahora no hay mucho analfabetismo porque los niños aprenden en el primer grado en su lengua. Esto es una ventaja y un desarrollo para la comunidad en educación, porque no hay analfabetismo ahora con los niños, pero antes, como era en español, todo era un proceso más lento y se notaba bastante en el analfabetismo.

El Caribe norte de Nicaragua es una zona fantasma para el resto del país. El acceso es casi  imposible. Veinticuatro horas de autobús en una carretera sin pavimentar, calor, polvo y mucha paciencia. Pero en esa tierra olvidada, la lengua miskita aún tiene una fuerte presencia, en parte por personas como Virginia, que han luchado sin descanso por una educación digna en territorio indígena.

Cuando Virginia era profesora, se dio cuenta de que algo fallaba en las comunidades. Los niños solo podían ir a clase hasta primaria, si querían seguir estudiando, debían dejar su comunidad para irse al pueblo más cercano. Esto suponía un esfuerzo económico imposible para las familias, y un problema para aquellos niños que se veían obligados a seguir estudiando en una lengua nueva para ellos. La dificultad de acceder a secundaria hacía que muchos niños en las comunidades dejaran de estudiar, desembocando esto, en algunos casos, en caminos como el narcotráfico. Virginia, como enamorada de la educación y de su pueblo, solicitó reiteradamente al gobierno la apertura de un colegio de secundaria en su comunidad de Tuapí. Pero poco le interesaba al estado lo que pasara con los jóvenes de las comunidades. El huracán Félix puso al Caribe norte en el punto de mira. Eso hizo que el ministro de educación visitara el lugar para tomar cuenta de la destrucción de colegios y de las consecuencias de esto para los niños del lugar. Virginia vio en la presencia del gobierno en su territorio una oportunidad. Redactó una carta de solicitud en la que firmaron muchos profesores y familias, y se la entregó personalmente al ministro. Tras muchos meses de insistencia, recibió una llamada para visitar al Gobierno en la capital. En ese encuentro, por fin, se aceptó su petición.

Gracias a la lucha de Virginia, los niños en la comunidad de Tuapí pueden seguir estudiando en su propio pueblo, sin tener que desplazarse a otros lugares y acatar nuevas lenguas que les hacen ir atrasados de sus compañeros, dejando de afectar así a la economía de sus familias. La alfabetización se ha notado a pasos agigantados. Además, la escuela imparte sus clases en lengua miskita, lo que demanda profesores de esta misma cultura, creando así nuevos puestos de trabajo a las personas locales. Esto genera que los jóvenes vean que conocer su cultura y saber su idioma es una oportunidad laboral que deben valorar.

Juanita

Fotografía de Alejandro González Amador

Juanita. Maestra y escritora de la cultura bribri. Keköldi, Costa Rica.

Ser indígena es ser algo grande, sí, viéndolo bien, como que uno piensa en esas cosas y yo me quedo así a veces como, es como increíble.

Hay personas a las que le gusta pasar desapercibidas. Sin hacer ruido, pero sin dejar de marcar su huella. En el sureste de Costa Rica, en la región de Talamanca, la cultura bribri tiene un testigo de carácter tranquilo pero incesante. Juanita es maestra de su cultura. Esto no quiere decir que dedique sus días a la enseñanza de las costumbres y la lengua bribri en una escuela. Ser maestra significa transmitir todo su conocimiento a otra persona de una forma atenta y específica. Una persona que ilustra y aconseja, para que la aprendiz, algún día, pueda ser también portadora y difusora de su patrimonio cultural. Juanita es una de las maestras bribri más capacitada en la enseñanza de la lengua, parte fundamental de la formación, pues sin dominar la lengua ninguna persona podrá ser un verdadero bribri y, mucho menos, un futuro maestro.

Juanita es una mujer con el corazón en el pasado y su mente en el futuro. Sabe que el mantenimiento de su cultura y de todo lo que la rodea no puede quedar simplemente en la transmisión de historias orales, aunque esto también sea una parte fundamental. Esto implica abordar el rescate de la cultura desde diferentes puntos. La escritura ha sido una de sus estrategias. Ha publicado cuatro libros en su vida para inmortalizar, de algún modo, la historia de su pueblo. Ha sido la presidenta de la asociación por los pueblos indígenas de Keköldi, y actualmente lleva una granja de iguanas donde cría estas en cautiverio y luego las devuelve a su hábitat natural. Esta última iniciativa también tiene que ver con la preservación de la cultura bribri, pues devolver la vitalidad al patrimonio natural tiene un fuerte vínculo con el patrimonio cultural.

Juanita vive junto a su hermana, con la que comparte todas estas iniciativas. Ambas son un ejemplo del empoderamiento de la mujer. Lideran las reuniones del INAMU (Instituto de la Mujer), donde se intenta capacitar a las mujeres que provienen de etnias minorizadas, al mismo tiempo que realzan el amor por su cultura. Sus hijos ya han crecido con dos valores escasos y fundamentales en nuestra sociedad: el poder y capacidad de la mujer, y el amor y respeto a sus raíces.

El empoderamiento de la mujer no es algo nuevo en muchas de las culturas originarias de América. La mujer ha sido una gran luchadora y estratega, mediadora de paz entre guerras, símbolo de la inteligencia y la sabiduría. En el presente, más allá de cualquier significado o papel que puedan tener dentro de su tradición, ellas se revelan ante el mundo. Pues no solo quieren devolverle la dignidad a su pueblo, sino que ellas, pueden hacerlo.

El fuego del nasa yuwe que vive en el ipx kweht

El fuego del nasa yuwe que vive en el ipx kweht

EL VIAJE

El fuego del nasa yuwe que vive en el ipx kweht

Ignacio Espinoza

 

Recuerdos de abuelas y abuelos, tradiciones y canciones. Valores que enseñaron las madres y padres a los hijos y conversaciones sobre cómo había que afrontar los problemas del día a día. Todo alrededor del fogón, con una flama que perdió vitalidad con el paso del tiempo junto a la lengua materna en un espacio de encuentro comunitario, la tulpa. 

Un balde de agua con hierbas. Una fogata custodiada por tres piedras con tres palos clavados atrás. Troncos que sirven como asientos rodean un espacio que tiene un techo de paja. En el centro cuelgan una mazorca de maíz junto a una pata de vaca disecada. Pilares de madera sostienen la construcción donde las paredes son reemplazadas por palos cruzados y los accesos están marcados por letreros donde se lee sek këenxi (se oculta el sol), sek wejxa (entrada de viento y lluvia) y sex kaanxi (salida del sol). El lugar es un centro creado en Yu’luuçx, resguardo de Canoas (Colombia), donde miembros del pueblo nasa se han reunido para hablar sobre la situación de la lengua nasa yuwe. La ocasión obedece a una reunión, pero para los nasa es el ipx kweht o tulpa.

Del balde con agua y hierbas se saca agua con un tarro que moja la cabeza de quien ingresa al centro ceremonial. Al entrar se toma una botella con agua ardiente y se acerca al suelo como gesto de agradecimiento a la tierra. Luego se voltea parte del licor en la mano derecha y se deja caer, una por una, sobre las tres piedras que representan al padre, la madre y los hijos. “Aquí nos reunimos a compartir, entonces cada vez que hay reuniones esto se armoniza con plantas frescas, para entrar en armonía dentro de esta tulpa”, explica Venancio Vargas que también detalla por qué se mojan las piedras con licor: “Como nosotros comemos, a ellos hay que brindarles también. Como bebemos ellos también tienen derecho a beber”.

Un centro ceremonial donde se reúne la gente para revivir el ipx kweh.
Fotografía de Ignacio Espinoza 
Venancio Vargas enumera sin titubear cada procedimiento de armonización. Uno de ellos es la forma de ingresar al centro. “Siempre andamos por la derecha, desde que entramos, porque los mayores nos explican que tenemos el espiral en las huellas de los dedos, en la planta del pie. Siempre tenemos el espiral. Si lo hacemos al contrario es que nos estamos desbaratando. Si lo hacemos bien estamos unidos y ese hilo va creciendo y no tiene fin”, sostiene.

Además de los procedimientos también tiene clara otra cosa, la importancia del ipx kweht, tulpa en español y fogón como primera traducción literal, pero que para la cultura nasa es un término que explicarlo, también requiere viajar a la memoria de cada persona. En el caso de Venancio se remonta a su niñez, cuando se sentaba alrededor del fuego mientras su madre preparaba los alimentos, un recuerdo que lo asimila con la unidad porque solo se hablaba en nasa yuwe. La situación hoy es distante, los fogones se apagaron y dieron paso a las cocinas a gas mientras que las mesas también desbarataron la forma en que la familia se reunía para esperar y comer la comida.

«Siempre andamos por la derecha, desde que entramos, porque los mayores nos explican que tenemos el espiral en las huellas de los dedos, en la planta del pie. Siempre tenemos el espiral. Si lo hacemos al contrario es que nos estamos desbaratando»
Unas veinte personas, hombres y mujeres, están sentadas alrededor del fuego. La lluvia cae tímidamente sobre el lugar mientras el humo juega a penetrar en los ojos de los asistentes. Un hombre enjuto, de entradas generosas, lampiño y pelo corto negro pide la palabra. Su nombre también es Venancio, se para y expone sus recuerdos sobre el ipx kweht, memorias direccionadas a personas mayores que antes se juntaban en un espacio para compartir, hablar sobre la identidad y planificar el día a día en la familia nasa. “Ahora nos colocaron la tecnología, la televisión, los celulares y nos quitaron el fogón. Las grandes multinacionales colocaron las hidroeléctricas, el gas, entonces si usted llega donde un nasa, ahora es pura cerámica, puro piso entonces ya no está el fuego, que alimenta espiritualmente a uno, por eso estamos como estamos”, dice Venancio.

Él también tiene cocina, pero confiesa que ahora se levanta a las cinco de la madrugada a prender una fogata, medida que tampoco le ha traído resultados y afirma que, si antes un 90% de las personas se comunicaba en nasa yuwe, la cifra se redujo a 4%. “Nos han quitado ese espacio de diálogo, de compartir y de planeamiento. Ahora planeamos de otra manera, hoy en día, uno lo dice por experiencia propia, no hablamos con la esposa ni con los hijos, porque el hijo está con el televisor, la hija está chateando. El marido por allá y la mujer por allá”, cuenta.

No todo es autocrítica, otro de los dardos lo lanza hacia 1985 cuando se instalaron los Centros de Atención Infantil —CAI— . “A los niños de seis meses los separan del papá y la mamá que hablan nasa yuwe, los mandan allá que tienen un centro de atención infantil y allá es una campesina que tiene sus usos y costumbres. No tiene la capacidad de hablar en la lengua materna y el niño no habló el nasa yuwe”, afirma. A futuro las expectativas tampoco son promisorias, con un tono de voz lento y firme, Venancio reconoce que, muerto los adultos, se acabará la lengua porque tampoco se piensa como nasa y tampoco en el ipx kweht.
 

Los recuerdos del profesor

Le dicen el profesor Marino. Cuando le toca hablar se para sin sacarse su sombrero de paja, el morral y el poncho. Los recuerdos los direcciona a su abuela y a cómo aprendió el nasa yuwe, en el fogón y a esperar mientras se preparaba el café y la comida. Ahí se hablaba sobre lo que cada cada persona vivió en el trabajo y la historia también formaba parte de las charlas. “Contaban cómo era la colonización, cuantos ricos habían y cómo éramos esclavos de ellos. Fluía la comunicación entre todos. Entre mayores, niños, todos nos sentábamos a escuchar ahí. Me acuerdo que me quedaba dormido ahí escuchando. Pero era un proceso hasta las diez u once de la noche”, recuerda.

Marino también aborda la naturaleza. Si el perro escoge un lugar para dormir, al igual que la vaca y el caballo, eso es porque ellos sienten el curso natural de las cosas, mientras que los nasa perdieron ese sentir espiritual con la tierra. “Esto es una familia, prácticamente estamos haciendo el ejercicio que hacían nuestros mayores. Hoy en todos los espacios educativos de asambleas hablan de los valores, pero si no volvemos a ese espacio es complicado volver a los valores”, sostiene y con otra autocrítica bajo el brazo, los ingresos: “Han sido millones que hemos invertido en lengua materna. Pero eso se está cayendo, yo decía que no será porque estamos haciendo lo contrario. Todo el nasa yuwe parte desde la casa, la familia”.

«Esto es una familia. Hoy en todos los espacios educativos de asambleas hablan de los valores, pero si no volvemos a nuestro espacio es complicado volver a los valores»
En casa de Venancio Vargas ya hay un ipx kweht. La idea e volver a generar, junto a su esposa, la instancia donde ellos crecieron y aprendieron la lengua. El objetivo, no perder la identidad y sentirse como nasa para también poder concientizar a otras familias. Marino confiesa que las vivencias se quedaban en la tulpa y que ahí aprendió la lengua. Por eso también sostiene que una forma de resistir, en la parte cultural, es no seguir la educación donde predomina el español. Por eso cuenta que no mandó a sus hijos al CAI, pero tampoco reniega de la educación superior. “Podemos estar en todas esas universidades convencionales, pero nuestro pensamiento parte desde aquí. Partamos de algo, resistencia y volver a recuperar la tulpa. Podemos tener una creencia diferente, pero de todas no nos olvidemos que somos nasa”.

Mujeres nasa contra la violencia

Mujeres nasa contra la violencia

EL VIAJE
Mujeres nasa contra la violencia
Idoia Olaizola

En el norte del Cauca, en Colombia, la violencia ha sido una constante durante muchos años. Allá habita el pueblo nasa, una comunidad que ha luchado ferozmente contra los embistes de los distintos actores del conflicto armado. Sin embargo, sus mujeres, como ocurre en tantos lugares, han sido más vulnerables a la violencia que se ha venido generando. Gracias a Oneira Campo y su equipo de trabajadoras del tejido de mujer de ACIN, muchas mujeres han sido apoyadas, y han conseguido empoderarse y así ganarse un espacio digno dentro de su comunidad.

 

La ley colombiana define la violencia contra las mujeres como: Cualquier acción u omisión, que le cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual, psicológico, económico o patrimonial por su condición de mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, bien sea que se presente en el ámbito público o privado. (Ley 1257/08, art. 2)

 

—Miedo por el conflicto armado, que en la zona norte se da bastante. Las perjudicadas somos nosotras principalmente. Los grupos armados reclutan a los hijos, matan a los maridos, nos violan. Estamos en riesgo por ser mujeres.

Esta es la realidad de buena parte de las mujeres en la zona del norte del Cauca en Colombia, históricamente ocupada por las FARC. Zona coquera y de marihuana, y ruta entre norte y sur del país, es una zona muy deseada por diversos grupos armados y el estado. La guerra lleva ya más de 50 años y las principales afectadas han sido ellas. Matan a sus maridos. Son violadas. Raptan a sus hijos. Las que tienen recursos se desplazan para evitarlo. En la ciudad no tienen mejores condiciones. Entran a puestos en los que son obligadas a doce horas de trabajo en condiciones de esclavitud. Y la firma de paz no ha mejorado las condiciones. La zona que ocupaban las FARC ahora está siendo disputadas por diversos grupos como el ELN, disidentes y nuevas bandas criminales surgidas en los últimos años.

Pero la violencia no solo es ejercida desde fuera. Tanto en la comunidad como en casa las mujeres siguen sufriendo violencia. Tanto agresiones físicas o verbales, como menosprecios surgen en el seno del hogar. De hecho, se estima que cerca del 70% de la violencia ejercida a la mujer proviene de casa, de padres, hermanos o amigos.

La capillaza Liliana enseña a los niños nasa yuwe en Toribío, una de las zonas más afectadas por el conflicto armado en el norte del Cauca
Fotografía de Idoia Olaizola
Mujeres que luchan

—Las mujeres somos poco reconocidas. Las mujeres no teníamos estudios. No hay apoyos para que la mujer estudie a nivel profesional. Cuando a una mujer se le presenta la oportunidad de coger un cargo contestan: “No, yo no soy capaz”. Tampoco nos apoyamos entre mujeres y a veces preferimos a un hombre porque él sí habla bonito —reconoce Oneira Campo, coordinadora del tejido de mujer de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (ACIN).

Hace dos años que trabaja como coordinadora del tejido donde se lucha por empoderar a la mujer nasa. En breves, cederá su puesto a otra mujer, en una asamblea en la que son sólo ellas las que deciden quién ocupará el próximo cargo.

Dentro de la cosmovisión nasa, el tejer es una parte fundamental. Tanto niñas como niños deben aprender desde bien chiquitos a tejer complejos sombreros y jigras como símbolo de su aumento de conocimiento de la madre tierra. Por eso, las diferentes áreas de la asociación son nombradas como tejidos que construyen vida. El tejido de mujer se creó en 1993, en un congreso en Corinto, en el que se reunieron los diez pueblos indígenas del Cauca. Pero la lucha ya se venía gestando. El padre Álvaro Urucué, ante el clima de violencia que sufrían las mujeres, ya en 1986 instó a mujeres y niños a organizarse. Es entonces cuando se crearon los primeros grupos de mujeres nasa.
Hoy en día el tejido de mujer cuenta con ocho trabajadores, que se encargan de las diversas líneas de trabajo que se llevan a cabo. Sus funciones abarcan desde capacitar y empoderar a mujeres para poder ocupar puestos de poder, el acompañamiento a mujeres y niños víctimas de la violencia tanto militar como familiar o el fomento de programas de autocuidado para equilibrar la salud de la mujer nasa. También cuentan con un área de producción para que las mujeres puedan ser autosuficientes. Pero la tarea en cualquier caso es acompañar a las mujeres de base en los diversos problemas que se les puedan presentar.

—Nunca tenemos tiempo para nosotras mismas. Vivimos en función de los hijos, de los esposos o del trabajo en el tul. Cuando invitamos a una capacitación siempre contestan: “no tengo tiempo”. Es un problema propio, no sacamos tiempo para nosotras —explica Oneira.

Tampoco cuentan con el apoyo de buena parte de los hombres. Los maridos no dan tiempo a que las mujeres se capaciten, les exigen otras tareas y no pueden acudir a los cursos de formación. Además, las autoridades de los cabildos no aprueban muchas veces el trabajo del tejido:

—Es necesario que las autoridades se apropien del trabajo y ayuden a fomentarlo.

«Las mujeres están denunciando hoy en día porque ya tienen la formación, porque ya están conociendo los derechos que tienen como mujeres indígenas»
En el tema del idioma también sufrieron violencia. Las religiones hicieron que se perdiera la cultura y la lengua. De ahí viene gran parte de la pérdida de la identidad.

—Yo no hablo nasa yuwe, mi papá sí, mi mamá lo entendía pero no lo hablaba. Por eso a mí no me lo enseñaron. Porque cuando mi madre iba a estudiar, las profesoras monjas le prohibían hablarlo. Hay resguardos como Caldono o Jambaló que sí lo hablan. Pero cerca de Popayán y Cali ya lo han perdido. El deber como asociación indígena y como mujer indígena es trabajar por fortalecer las prácticas culturales y en especial la lengua nasa yuwe, nuestro idioma propio.

Hay motivos para la esperanza

Gracias a toda la formación que imparten desde el tejido de mujer, ya se empiezan a ver a mujeres que están ocupando los cargos políticos.

—Hoy en día ves a una mujer con su bastón de autoridad como aquí en la organización que ya hemos tenido mujeres consejeras. Eso nos enorgullece, porque demuestra que no hemos trabajado en vano.

En algunos resguardos dicen que se han incrementado los casos de violencia familiar:

—Y nosotras decimos no, eso es que las mujeres están denunciando hoy en día. ¿Por qué? Porque las mujeres ya tienen la formación, porque ya están conociendo los derechos que tienen como mujeres indígenas. Entonces ya han empezado a hablar, ya han empezado a denunciar —explica con satisfacción Oneira.

Oneira en su despacho de trabajo en ACIN, en Santander de Quilichao
Fotografía de Idoia Olaizola
“Los retos a futuro son muchos”, continúa. “Hay que seguir formando a más mujeres, pero también hay que hacer mucha prevención frente a toda la violencia que se está dando por diferentes actores. Pero como mujeres también somos muy cuidadoras de nuestra madre tierra, y así como tenemos nuestra semillita también tenemos nuestras semillas, las de la alimentación. Porque si tenemos una buena alimentación, nuestros hijos van a estar bien físicamente y espiritualmente. Pero también tenemos ese reto, que con toda esa formación que hemos impartido también recuperemos lo principal, que es nuestro idioma”.

—Estoy muy contenta porque tengo una niña de seis años, estudia en una escuela propia y ella en este momento ya habla palabras. Eso me enorgullece y me da más valor para yo decir a pesar de que estoy adulta: “voy a entrar a una escuela y voy a aprender”.

Para finalizar la entrevista hace una invitación al resto de mujeres:

—No importa qué edad tengamos, debemos empezar a formarnos, a recuperar lo propio de nosotras, lo que nos identifica. Nuestra lengua, nuestras creencias, nuestros ritos. Que tomemos conciencia y que recuperemos lo que hemos perdido como pueblos y mujeres indígenas.