La tierra de los guajiros muertos

La tierra de los guajiros muertos

EL VIAJE
La tierra de los guajiros muertos
Alejandra Gayol
Un manto de arena blanca cubre el suelo de la Guajira colombiana. Un corazón negro de carbón y el espíritu transparente como el mar que le baña. La comunidad wayuu, pueblo nativo de la zona, lleva años resistiendo a la hostilidad de la sequía, a la adversidad del viento y a la intensidad del sol. Hoy tienen una amenaza real, los alijuna, aquellos que vienen de fuera, transformando su cosmovisión, ensuciando sus lugares sagrados y desplazando su lengua.
Las casas de palos de cardón, arquitectura típica del pueblo wayuu, se dispersan por todo el desierto de la Guajira
Fotografía de Alejandro González Amador
El sol tiñe el cielo de tiras rojas en los amaneceres de Jepira. Esta localidad de La Guajira, Colombia, es un lugar sagrado para el pueblo Wayuu. El sonido de los animales con los primeros claros de luz irrumpe en un silencio tirante. En las casas de palo de cardón también empieza la vida. Las horas de luz solar son imprescindibles, pues la electricidad aún no ha llegado a la localidad.
La presencia extranjera cada vez pisa más fuerte. Aún no aplasta, pero ya esta dejando huellas que quizás no se puedan borrar. El turismo se ve atraído por un paisaje exótico. Un desierto que acaba en el mar, y una cultura indígena que aún se mantiene con cierta vitalidad. Pero los visitantes no llegan solos. Consigo vienen los plásticos y los nuevos hábitos. Las necesidades que tiene el turista transforman el escenario, pero también genera una oportunidad para subsistir en un pueblo completamente olvidado por el gobierno del país.
El pueblo Wayuu es artesano, pescador y pastor. Tres profesiones que tiene mucho que ofrecer a la industria turística. Mochilas wayuu, langosta y carne de chivo. La atención al cliente genera la necesidad de nuevas herramientas de trabajo en las personas locales. La lengua wayuunaiki no permite una clara comunicación con el cliente, por lo que el español y el inglés se vuelven imprescindibles.

Jepira es extensa, y el núcleo turístico no deja de ser una pequeña parte un tanto alejada de la realidad que se vive en el lugar. El agua es un bien de lujo. Seis años sin llover son duros para cualquier cuerpo. Uribia es el pueblo más cercano, de allí llegan los tanques de agua con un coste demasiado elevado para muchas de las familias wayuu. Falta el agua, pero puedes comprarte una Coca-Cola en cualquiera de las tiendas de la localidad. Hay niños a los que les faltan productos básicos alimenticios, pero les sobran las galletas que los turistas les regalan cuando se juegan la vida a los costados de la carretera. El aislamiento de su tierra no es lo suficientemente largo para salirse de las garras del consumismo.

Algunos niños wayuu se han acostumbrado a la mendicidad. Arriesgan sus vidas acercándose a los coches para que estos les den galletas y dinero.

Fotografía de Alejandro González Amador
Pese a la invasión cultural, el pueblo wayuu resiste. Alejados de los lugares turísticos, su cultura se encarna en pieles oscuras y ojos rasgados. La chicha de maíz, el respeto por la tierra, las costumbres y la lengua. El español no tiene dominio sobre el desierto, ni capacidad de interpretarlo. El wayunaiki es la única lengua que conocen muchos ancianos y niños. Es fácil poder asociar el conocimiento de la lengua con el conocimiento de la cultura. Aquellos que aún hablan, dominan y utilizan su lengua en el día a día, más interiorizadas tienen sus raíces.
El Tío Flaco es una de aquellas personas que aún se mantienen más firmes a la cultura wayuu. Solo habla la lengua wayuunaiki y sigue vistiendo con el típico “guayuco”
Fotografía de Alejandro González Amador
El Tío Flaco es un ejemplo de que las historias, los saberes y la cultura de un pueblo no reside en los libros, sino en las personas. Un hombre menudo que ha resistido a la colonización hasta el punto de negarse a usar pantalones. Solo habla y entiende el wayuunaiki. Su contacto con el extranjero no va más allá de aquellos que se acercan a él para conocer más sobre la cultura wayuu. El comparte sus historias porque conoce la importancia de que la gente se interese por su cultura, tanto los alijuna como los jóvenes wayuu, de quienes dependen la conservación de su patrimonio. El Tío Flaco representa un ejemplo para el resto de personas de su comunidad, y no solo por su gran conocimiento y rebeldía. Mientras el resto de sus vecinos emprenden negocios vinculados al turismo y aprenden otros idiomas, este anciano, gracias al interés que siempre ha mostrado hacia su cultura, ha conseguido un trabajo, ahora a su avanzada edad, en una de las escuelas de la zona, donde comparte con los niños su lengua, sus saberes, su espiritualidad.

Uno de los factores que más influye sobre la subsistencia de una lengua es la profesion que desempeñen los integrantes de la comunidad, y como esta afecta a su estilo de vida. Algunas como la pesca, que son oficios wayuu ancestrales, siguen siendo pequeños núcleos donde la lengua wayuunaiki tiene gran presencia. Los nombres de las artes de pesca, de los peces o el estado de la mar. Los locales wayuu son quienes controlan este negocio en la localidad, desde los abuelos hasta los nietos. Otras prácticas vinculadas al mar, mucho más novedosas, también han llegado a Jepira. Este es el caso del kitesurf, donde el contacto con el cliente, la mayoría de ellos extranjeros, es directo. Esto hace que los monitores de esta práctica deportiva sientan la necesidad de saber inglés y español. Los hermanos Beto y Nelson, dos jóvenes wayuu que llevan una escuela de kitesurf en el pueblo, reconocen que las lenguas extranjeras son fundamentales para su negocio. pero ellos antes que kitesurfistas se sienten wayuu, conocen su lengua y la practican, aunque su estilo de vida les reduce a usarla únicamente en los ambientes familiares.

Los hermanos han aprovechado las excelentes condiciones de Jepira para la práctica del kitesurf y han montado una escuela. Practican varios idiomas, entre ellos, el wuayuunaiki
Fotografía de Alejandro González Amador

Pese esta corriente de nuevas tendencias que están llegando a Jepira, la comunidad lucha por mantener su tierra. Se ha creado una asociación de hosteleros wayuu. Su idea es mantener su cultura al mismo tiempo que crean nuevas fuentes de ingreso para la comunidad. Respetan tanto la arquitectura de la zona como la gastronomía, además de orientar las opciones de recreo de los turistas hacia las prácticas tradicionales, o bien a conocer la historia del lugar, para que estos no se vayan de Jepira sin haber conocido el mayor tesoro de esta zona de la Guajira, la cultura Wayuu. Incluso, algunos de estos establecimientos ofrecen la oportunidad de una sesión documental donde se explica a los visitantes, mediante cortos documentales, la realidad del pueblo wayuu, desde su cosmovisión hasta la crisis humanitaria que se vive en ciertas áreas.  Hoy ningún extranjero tiene posibilidad de emprender un negocio en el suculento Cabo de la Vela gracias a esta iniciativa.

Ediana Montiel trabaja en la ranchería Utta dando talleres de pintura wayuu y coordinando las sesiones de cine wayuu
Fotografía de Alejandro González Amador
La comunidad wayuu hoy padece la dualidad que muchos otros pueblos indígenas de América sufren. ¿Cómo se puede preservar la cultura una vez llega el turismo? La clave, para muchos wayuu, es que ellos sean quienes controlen los alojamientos y negocios turísticos de la zona, para que la presencia extranjera esté limitada y con esto también lo esté la intrusión de otras prácticas culturales que desplacen a las suyas. No obstante, el debate esta abierto en sus corazones. Jepira es un lugar sagrado para la comunidad. Es el lugar donde las almas de los muertos wayuu descansan en la eternidad. Quizás el turismo vuelva a despertar el interés por algunas tradiciones que la colonización ha intentado borrar. O quizás las nuevas influencias hagan que el interés se pierda para siempre, y solo quede un disfraz de lo que un día fue la cultura wayuu. Todo depende de que el pueblo no olvide aquello que no se vende, que no se puede sustituir ni tampoco imitar. Jepira necesita mantener su lengua, para así mantener viva la tierra de los guajiros muertos.

Wet wet fixexi

Wet wet fixexi

EL VIAJE

Wet Wet Fixexi

Idoia Olaizola
Es una palabra nasa que significa vivir con salud y en armonía con la naturaleza. Respirar aire puro, escuchar los cantos de las aves y ser feliz porque ellas están bien. Compartir con la comunidad, servir con alegría a las demás personas, estar feliz de vivir. En última instancia, vivir bien, vivir rico.
Su gran sueño es ser piloto de aviación. Lo explica con una amplia sonrisa mientras se columpia en el parque del pueblo. Es uno de los pocos niños que habla la lengua nasa yuwe en Toez, al norte del Cauca. Corren rumores sobre la creación de un nuevo aeropuerto cerca de su comunidad y se dice que se valorará conocer la lengua del pueblo nasa para acceder al puesto. Eso le anima aún más a conservar su lengua. Julio aprendió a hablar nasa en su hogar. Su padre era su mejor profesor, pero fue asesinado cuatro años atrás. En el norte del Cauca el conflicto armado ha causado mucho sufrimiento en las familias, en especial a los niños. La vida discurría tranquila para Julio, acudía al colegio jugaba con sus amigos y por las tardes aprendía junto a su padre la lengua propia. Pero un día, su padre no volvió a casa. Preocupados lo buscaron en las comunidades vecinas. Finalmente, apareció el cuerpo sin vida al amanecer. Tuvo la mala suerte de compartir nombre con alguien buscado por los militares. Y una “equivocación” tan insignificante, cambió la vida de Julio y su familia. Por eso para Julio, conocer y mejorar sus conocimientos de la lengua que su padre le enseñaba es su homenaje hacia él.
Julio juega en el parque de su comunidad en Toez
Fotografía de Ignacio Espinoza
La violencia que los niños han sufrido durante años se ha manifestado de diversas maneras. Los diversos actores del conflicto armado tenían un especial interés por los niños que sabían hablar el nasa yuwe. Conocían el terreno, eran más resistentes a las inclemencias y poseían un sistema de comunicación propio. Por eso muchas familias se trasladaban a la ciudad para evitar que sus hijos fueran secuestrados para la guerra. Otros muchos accedían por voluntad propia, era una manera “fácil” de ganarse la vida. Las comunidades son en su mayoría pobres y la falta de recursos provocó un aumento de la entrada de niñas y niños a las filas bélicas.
«Si no saben querer lo propio, no van a tener una base donde estar»

Sin embargo, hay jóvenes que luchan por evitar que los niños pierdan su infancia. La máxima del pueblo nasa es vivir rico, vivir bien, o como ellos dicen en su lengua: wet wet fixexi. Y eso trata de hacer Enuar. Es un chico alto, en apariencia tímido, pero al que se le atisba esa pasión por la lucha de un mundo mejor. Vive en el resguardo de López Adentro. Lleva años trabajando en un proyecto musical para que los niños puedan tener una vida fuera de la violencia. “Dentro del territorio se ve una problemática que es el conflicto armado y se ve la desmotivación del gobierno a apoyar el proceso. Eso hace que el joven se desmoralice, se quiera ir a otros lados, agarre malos rumbos e ingrese a grupos armados. Ahí se perdería un joven más” explica Enuar. “Esa es la problemática, entonces surge la necesidad de que el joven se ocupe de nuestro territorio, que haya algo que lo motive y se sienta orgulloso de estar en la vereda. Entonces vimos que la música es una salida para nuestros niños y jóvenes del territorio. Ellos se sienten felices tocando. Por eso se conformó la escuela de música del resguardo”.

El inicio fue duro, no tenían instrumentos, ni local en el que ensayar. Tuvieron que realizar diversas rifas y eventos en los que ganar un poco de dinero con los que tirar adelante el proyecto. “Nos tocó voltear por todos lados. No teníamos sitio dónde ensayar, pero los jóvenes hicieron el esfuerzo, me acompañaron y el cabildo nos apoyó. Con eso pudimos comprar instrumentos y pudo empezar a funcionar el grupo. De inicio éramos cinco, ahora somos quince y va aumentando el número de participantes. Eso me tiene muy contento, que nuestra escuela vaya creciendo cada día más”, comenta con una sonrisa en la cara.
Enuar trabaja por sacar adelante a los niños de su comunidad Pílamo
Fotografía de Joseba Urruti
La orquesta crea sus propias obras sobre los aspectos sociales de lo que está pasando en la comunidad o el país. “Me gusta mucho denunciar lo que pasa en este país por medio de la música. La base de nuestra música es la chirimía porque es un punto de referencia de nuestro territorio, es música propia que viene desde nuestros ancestros. Es música que se tocaba en todo ritual, toda fiesta, pero los jóvenes ya no se interesan por eso”. En su resguardo los niños ya no hablan la lengua nasa yuwe. Cada vez se sienten más alejados de su cultura. Por eso intenta a través de la música empezar a recuperar la identidad perdida y así propiciar en un futuro que los niños quieran aprender de nuevo el nasa yuwe.

“Escuchar música tradicional en mi territorio es muy difícil. El joven de acá siempre se va por otro género musical, generalmente de afuera. Uno toca la chirimía y se ríen. No ven lo chévere que es tocar un instrumento propio. A ellos les da pena tocar, por eso a los muchachos que se encuentran aquí yo intento que sientan amor por el arte, por la música, porque es muy importante querer lo propio. Porque si no saben querer lo propio, no van a tener una base donde estar”. Los niños que tocan con Enuar se muestran entusiasmados. Han llegado lejos, pero les queda mucho por recorrer. Su mayor deseo es empezar a hacer actuaciones por las comunidades cercanas y así poder mejorar el local de ensayo y conseguir instrumentos para todos. Con esfuerzo y cariño, los niños nasa del resguardo de López Adentro encontraron en la música su wet wet fixexi.

La tigresa de la cultura shuar

La tigresa de la cultura shuar

EL VIAJE
La tigresa de la cultura shuar
Ignacio Espinoza 

 

 

Recibió los poderes de su abuela y los llevó a la escritura. Ahí Raquel Antun habla sobre los mitos, cantos y la naturaleza de una cultura, pero también denuncia a las compañías mineras y petroleras que se han instalado en la zona donde vive su etnia. Todo a través de la poesía y narrativa, la herramienta que usa para decir que su lengua materna está viva y que no debe terminar como objeto de estudio en un museo o una biblioteca.

 

Un flechazo. Así describe Raquel Antun la forma en que adquirió los poderes y sabiduría de su cultura shuar. Recuerda que tenía 12 años cuando recibió el conocimiento que le traspasó su abuela. Desde ese entonces comenzó la batalla, una que llevó al campo lingüístico con la poesía como punta de lanza para clavarla en el conocimiento de su gente y derrotar al enemigo, el paso del tiempo y el olvido que barre con los pensamientos del pueblo indígena.
Al hablar sobre su cultura Raquel Antun lo hace sin problemas y en un estado de dicha. Sentada en el sillón de su casa, una construcción de madera adornada con colgantes de plumas y dibujos en el piso, explica parte de su trabajo como difusora del shuar chicham. Desde pequeña aprendió la lengua materna porque en su hogar todos la hablaban, pero el interés por las letras llegó gracias a su padre. Él tenía una biblioteca y, con siete años, la joven aprendió a leer. Recuerda que los primeros textos, que le llamaron la atención, fueron los de Mao Tse-Tung hasta el momento en que recibió los flechazos. Desde entonces el interés por la literatura tomó otra dirección. “Allí me di cuenta que todo lo que mi abuela me había enseñado debía quedar escrito. Nuestra enseñanza era oral, pasaba de los abuelos a los hijos, los hijos a su hijos y así con el pasar del tiempo se olvidaban cosas”, cuenta.
«Me di cuenta que todo lo que mi abuela me había enseñado debía quedar escrito. Nuestra enseñanza era oral, pasaba de los abuelos a los hijos, los hijos a su hijos y así con el pasar del tiempo se olvidaban cosas»

La herramienta fue la poesía. Allí Antun comenzó a escribir sobre los anent, plegarias que los abuelos cantaban en las huertas, cuando tumbaban un árbol o cuando iban a las cascadas y la selva. Todo en lengua materna y con traducciones al español. “Es lo más cercano que puedo hacer, no es exactamente como lo digo en shuar, no es literal. Es un aproximado del shuar”, explica. Los anent no son lo único, la flora y fauna de la selva también son tópicos que inspiran a la poetisa. La espiritualidad también tiene su espacio, arista que aborda con seriedad cada vez que tiene un sueño. “Hace unos meses me fui a Taisha y traje un cangrejo grande al riachuelo para que se reproduzca. Ese día soñé con él y me dijo: ‘Yo soy tu abuela, por qué me has traído tan lejos, yo quiero regresar a mi casa’, entonces sueños como estos me inspiran para hacer poesía. Son cosas de mi pueblo”, afirma.

Para cada charla o entrevista Raquel Antun viste su traje shuar

Fotografía de Captura de pantalla 

En la historia, el pueblo shuar se caracterizó por ser de caracter guerrero, los conflictos eran entre tribus y la solución era un duelo entre los jefes. El derrotado, era decapitado y con la cabeza se realizaba la tsantsa, ritual donde la piel se separaba del cráneo y se reducía el tamaño. Además la boca se cosía y la nariz se tapaba para que no se escapara el espíritu del vencido, un proceso que catalogó al pueblo originario con la estampa de primitivos o salvajes. Raquel Antun cuenta que hoy la guerra está en otro frente y los enemigos son las compañías mineras y petroleras que se han instalado en la provincia de Morona Santiago, al sureste de Ecuador. La situación tampoco le resulta indiferente y ha sido un tema que también ha abordado en los poemas escritos. “Es una lucha constante. Yo, a través de mi poesía, puedo decir mucho de la lucha de las mujeres y hombres del pueblo shuar en contra de la minería y las compañías petroleras”, confiesa.

«Es una lucha constante. Yo, a través de mi poesía, puedo decir mucho de la lucha de las mujeres y hombres del pueblo shuar en contra de la minería y las compañías petroleras»

Mientras la pelea contra las mineras es una batalla aparte, la lucha principal de Raquel Antun es para que se difunda la lengua shuar y que el pueblo pueda perdurar. Con la poesía no solo busca dar a conocer el pensamiento, también quiere motivar a los jóvenes para que aprendan a escribir y leer en su lengua materna, la fórmula: si yo puedo, tú también puedes valorar tu cultura y hacer cosas diferentes. “Hay algo que falta, no hemos creado dibujos animados y canciones en nuestro idioma. Hay que ver qué jóvenes hacen eso, necesitamos más jóvenes. Son la esperanza, ellos son los que van a seguir pasando nuestros conocimiento de generación en generación”, admite y de paso culpa a influencias extranjeras, como el K-pop, que provoca un desinterés de la juventud por la cultura propia. La escritura de una novela es otro de los proyectos que la mantienen ocupada, un genero literario diferente pero que persigue el mismo propósito. “Es una situación donde los pájaros cantan cuando va a haber verano por ejemplo y cuando los shuar lean la novela digan: “¡Ah! Este pájaro se llamaba tal y no sabíamos que era el que anunciaba el verano por ejemplo”, cosas así. Es todo lo que es nuestro, que es importante y la gente está olvidando”, adelanta sobre el proyecto que aún no tiene fecha de término.

 

En dos terrenos ocupa gran parte de su tiempo. El que está cerca de Macas donde vive con su familia —esposo y tres hijos— y una finca alejada de la urbanización rodeada de árboles de papaya, cañas de azúcar y un gallinero con pollos y patos. Ahí también tienen una vivienda shuar de madera y techo de paja con un fogón que tratan de mantener encendido  día y noche. En ese lugar Raquel Antun guarda su atuendo shuar, un vestido azul que utiliza para cada ceremonia importante. Con él asiste a charlas, eventos y da las entrevistas. La vestimenta se complementa con aretes de flores, collares y pulseras rojas mientras que el rostro se lo pinta con tinta extraída del achiote. “Ahora en el pueblo shuar no vestimos nuestro traje típico, pero siempre en los eventos importantes tengo que llevar mi traje típico para no olvidar quien soy y para identificarme y que no se pierda nuestra vestimenta”, reflexiona. Una perforación arriba del mentón sobresale de la piel de la poetisa. Explica que antes las mujeres se colocaban una madera y, el orificio, simbolizaba el crecimiento de niña a mujer. Cuenta que una de sus hijas pronto cumplirá ese proceso. La joven también pasará por el ritual que culminará con una fiesta donde los invitados brindarán y comerán. 

 

Con el achiote se extrae el rojo con que los shuar se pintan el rostro

Fotografía de Captura de pantalla

Con la vestimenta no es suficiente. Reconoce que si la persona no habla el shuar chicham, tampoco entenderá la importancia de cada prenda y  se perderán las piezas de una identidad para terminar en un futuro que Raquel ya visualiza: “Si nos perdemos como pueblo o nacionalidad, también se pierde todo, entonces solo nos van a conocer en los grandes museos y bibliotecas que ellos fueron los shuar”. Una de las estrategias que emplea es hablar en la casa con su esposo para que sus hijos entiendan. Afirma que no solo aprenden palabras imposibles de traducir o diálogos que un extranjero no entenderá, también serán visiones y pensamientos que resistirán una extinción o las flechas que en un momento ella traspasará a otra persona.

Las lenguas no entienden de fronteras

Las lenguas no entienden de fronteras

EL VIAJE
Las lenguas no entienden de fronteras
Alejandro González Amador

 

 

Una lengua no se detiene ante una línea imaginaria, no depende de un pasaporte en una aduana o no ve restricciones en límites territoriales políticos, sino que llega dónde lo hacen sus hablantes. Por esto, una lengua no entiende de fronteras y, en la mayoría de los casos, son las verdaderas delimitadoras de los territorios.
Uno de los temas de conversación recurrente en cada una de las lenguas que hemos documentado ha sido la referencia a gente, a quien vivía al otro lado del río, más allá de la montaña o a pocos kilómetros. En definitiva, al otro que diría Kapuściński, a un semejante, a un hermano. Y es que esa persona sigue estando presente en el colectivo imaginario y real de un pueblo por mucho que ahora lo separe un puesto fronterizo o una línea imaginaria.
Hombre maya admirando el color del lago Atitlán al atardecer en Panajachel, Guatemala
Fotografía de Alejandro González Amador
Las lenguas mayas están repartidas por parte del territorio de México —en Chiapas, Yucatán y Quintana Roo—, Belice, y, principalmente, por toda Guatemala. Algunas, como el Itzá, el lacandón o el jacalteco, estaban o están a ambos lados de la frontera, los hermanos de un lado y de otro comparten no solo su lengua, sino también muchos rasgos de su cultura. Cuando un kaqchikel te cuenta que su símbolo es el sotz —murciélago— siempre te dice que en Santiago de la Laguna es un pájaro y en San Juan esos cuadros de colores tan vivos. Y a estos tres pueblos ni siquiera los separa una frontera, sino “solo” las aguas del lago Atitlán, en Guatemala.

Los garífunas se reparten por las costas del Caribe de Belice, Guatemala, Honduras e incluso Nicaragua. En este caso, no se trata de una familia lingüística con muchas subdivisiones en un área extensa, sino que es la misma lengua —aún con variaciones léxicas— que se habla en las costas caribeñas de todos estos países. A los garífunas les une tanto su lengua y su cultura común, que muchas veces tienen más relación transfronteriza que dentro de su propio país. En nuestra estancia en Lívingston, Guatemala, pudimos compartir con ellos la celebración del Día Garífuna y vimos cómo la presencia de grupos de otras nacionalidades, pero igualmente garífunas, eran una parte muy importante de todos los actos.

«Una lengua no se detiene ante una línea imaginaria, no depende de un pasaporte en una aduana o no ve restricciones en límites territoriales políticos, sino que llega dónde lo hacen sus hablantes»
Paisaje del territorio naso cerca de Guabíto, Panamá
Fotografía de Alejandro González Amador
El pueblo naso, en Panamá, se encuentra en la provincia de Bocas del Toro, al norte del país. Al otro lado y en Costa Rica, en el Pacífico, sus hermanos los terraba, comparten con ellos la misma cultura y lengua. Durante siglos una ruta a través de la selva y las montañas los unía y hacía que tuviesen intercambios frecuentes. La creación de fronteras y parques naturales, principalmente, hicieron que su relación se interrumpiese a principios del siglo XX. A finales de siglo, una expedición naso se atrevió a rehacer el camino y llegó a territorio terraba, pero nadie reconoció a los hermanos que venían de Panamá. Sin embargo, una abuela, que aún recordaba la lengua (aunque hacía años que no la hablaba), entabló conversación con la expedición y certificó que, efectivamente, eran los hermanos que antaño se perdieron. Ese vínculo esencial que los volvió a unir fue la lengua, elemento principal en cada cultura.

Las fronteras no son más que una invención del ser humano —que sean intrínsecas a su naturaleza o no, ya es otro debate que podríamos analizar en el próximo artículo—. Al fin y al cabo, todos estos vecinos, los protagonistas de muchas de las historias que hemos documentado, no han hecho más que recordarnos la importancia de alguien a quien consideras tu hermano, que tiene tus misma cultura y habla tu lengua, pero que en algún momento de la historia, una decisión política o económica lo separó de ti.

El hombre decapitado del shuar-chicham

El hombre decapitado del shuar-chicham

EL VIAJE

El hombre decapitado del shuar-chicham

Ignacio Espinoza 

 

 

Naekat Tiwip montó una exposición con material reciclado donde explicó las verdades sobre la tsantsa, ritual que ha recibido el estigma de primitivo y salvaje. Pero las expectativas sobre la cultura no son promisorias: cree que con el mestizaje todo pensamiento indígena terminará por extinguirse y también sostiene que la lengua no es la herramienta para entender a un pueblo originario.

No se puede regresar atrás. Para el artista Naekat Tiwip la contaminación occidental que ha recibido la cultura shuar devendrá en la extinción de un pensamiento. Un futuro poco auspicioso donde la lengua tampoco se salvará de la situación y quedará relegada a un segundo plano, lugar en el que cree que siempre ha estado. Todo por culpa de una expropiación, tema que motivó al pintor y escultor a presentar su último trabajo donde habla sobre la tsantsa, uno de los rituales más afamados dentro de la cosmovisión del pueblo indígena, pero que al traspasar fronteras ha sido visto desde otra perspectiva, la salvaje.

“Fue tratar de hacerle ver a la gente que no es lo que los occidentales creen: que es una barbaridad o un asesinato, de eso era la exposición, era un pretexto de decirnos a nosotros y hacernos a un lado y cambiar”, afirma Tiwip. Con una camiseta negra ajustada y unas gafas de sol, el artista se sienta en el piso de su casa junto a una cobra elaborada con neumáticos de bicicleta y comienza a explicar en que consistía la tsantsa. Dice que el ritual se originaba cuando había un conflicto entre dos personas, por lo general era por mujeres o comida, hasta que la situación desencadenaba en una batalla donde el vencido era decapitado. La cabeza pasaba a un procedimiento que era sacada del cráneo y la piel se reducía para quedar del tamaño de un puño. Los orificios de la nariz eran tapados para evitar que el espíritu del guerrero se escapara, como también el olor y la fuerza que habitaban en el cuerpo. “No se le hacía a cualquier persona, muchos creen que alguien va y le van a hacer eso. Pero eso es un tributo, como un honor, se le hacía a una persona de mucha valía, que en este caso era el líder de otro bando” afirma y agrega: “La cosa hoy se ha distorsionado. el concepto yo lo transformo y le digo al mundo occidental que eso que hacíamos, nos lo hicieron a nosotros”.

Parte de las obras que expuso Naekat Tiwip sobre la tsantsa ahora están en su casa

Fotografía de Ignacio Espinoza 

Espuma flex, sogas y fierros fueron algunos de los materiales que utilizó para dar forma a las cabezas que formaron parte de la exposición que estuvo en La Casa de la Cultura en Quito hace dos años y donde algunas piezas se quedaron en el hogar de Tiwip. Todo es de material reciclado, con una lija y  un cuchilla moldeó algunas de las piezas y, al interior de éstas, colocó velas para  otorgarle mayor dramatismo a la propuesta. Pasado y presente que el artista se encargó de unir para hablar de las heridas que sufrió y tiene su pueblo originario. Cree que el mundo occidental le cortó la cabeza a la cultura shuar. Pero la intención no fue tomar la sabiduría del vencido, como se hacía en los rituales. El mestizaje conllevó en un desmembramiento del pensamiento. Solo quedó la imagen de una decapitación y posterior reducción, crítica que el artista compara con la lengua materna. “¿Si nos quitan esas cosas qué soy yo? Eso iba al idioma, el idioma no me dice mucho, todo el conjunto es lo que dice que soy algo. Es como cuando a alguien le quitan una pierna, ya no es un hombre completo, es medio hombre porque no tiene todas sus capacidades físicas, igual que si el cerebro no funciona, lo mismo ocurre con la cultura”, afirma tajante.

 

«El idioma no me dice mucho, todo el conjunto es lo que dice que soy algo. Es como cuando a alguien le quitan una pierna, ya no es un hombre completo, es medio hombre porque no tiene todas sus capacidades físicas, igual que si el cerebro no funciona, lo mismo ocurre con la cultura”

Su madre habla el shuar chicham y su padre también. Pero el artista no domina la lengua.  “En mi caso mi padre murió y no había contacto donde pudiera aprenderla, ese siempre ha sido mi problema”, confiesa. Sabe el significado de palabras como Arútam (dios de dioses) y también la etimología de su nombre Naekat Tiwip, textura de un árbol y el canto de un ave. El término tsantsa proviene de su pueblo que también se les conoce como jíbaros, palabra acuñada por los españoles tras la colonización y que siguió con aquella estampa a lo largo de la historia, rama que para Tiwip fue el despertar de su identidad. Desde pequeño vio cómo le enseñaron quiénes fueron los incas, Atahualpa y Simón Bolívar, pueblo y personajes que aprendió como parte de su historia sin causarle sentido. “Cuando me hicieron jurar a la bandera yo no juré porque sabía que esos próceres no me pertenecen a mí, de hecho la propia bandera tampoco me pertenece porque a nosotros no nos liberaron”, cuenta.

La educación que tuvo también lo lleva a recordar un pasado oscuro donde fue discriminado. Caníbal, corta cabezas o salvaje fueron adjetivos que relegaron el nombre de Naekat. Aquella situación lo llevó a aprender las cosas de golpe y también a que se avergonzara de su cultura. En el entorno laboral la situación no cambió, de hecho hoy se molesta cuando hablan de él y lo primero que dicen es artista ecuatoriano, indígena y, para el final, shuar. Un obstáculo que fue superado porque comenzó a leer la historia por cuenta propia, los cimientos de su saber se derrumbaron para dar paso a una nueva forma de entender el mundo. “Hoy no me da vergüenza, me siento muy contento de ser de allá. Si se habla de identidad sé de donde vengo, tengo un pueblo, hay magia y espiritualidad”, afirma. Recuerda que las conversaciones con su abuelo eran complicadas porque el anciano no hablaba español y lo que Naekat Tiwip aprendió fue gracias a su padre que oficiaba de traductor. Pero aquello hoy no se repite, los jóvenes cada vez respetan menos a los mayores y con ello las tradiciones ya no se pasan.

Para elaborar las cabezas Tiwip utilizó material reciclado

Fotografía de Ignacio Espinoza 

Además del arte también escribe textos de la realidad. Por eso sostiene que una de las verdades es que en diez generaciones más una cultura se perderá producto del mestizaje. La única solución que plantea, para evitar la desaparición, es que no exista el cruce mientras que la lengua es solo la articulación de un cuerpo y tampoco evitará el ocaso del pensamiento y costumbres. “El idioma no hace una cultura. Yo he estado leyendo sobre ese tipo de cosas, de que la lengua mantiene viva una cultura y eso no es cierto. Está comprobado que en el campo del idioma español, hay mucha gente que domina el idioma, pero culturalmente se han modificado, ya no se puede hablar de que mi cultura es esto exactamente hoy. La cultura es todo, es una cultura global”, plantea.

«Está comprobado que en el campo del idioma español, hay mucha gente que domina el idioma, pero culturalmente se han modificado, ya no se puede hablar de que mi cultura es esto exactamente hoy. La cultura es todo, es una cultura global”

A pesar del oscuro panorama, Naekat Tiwip afirma que tiene una deuda pendiente y esa es aprender a hablar el shuar. Cuenta que ya ha conversado con su madre y le propuso realizar clases donde ella enseñará la lengua, en ellas el artista también aprovechará de aprender nuevamente. Regresará al ritual de conocer con una maestra, pero será un regreso diferente con el fin de saber más sobre su historia. “A mí me preguntan cuál es la solución al tema de nuestra extinción y no tengo respuesta porque eso no es posible, no es posible regresar atrás”, afirma.

Además de desmitificar la visión occidental de la tsantsa, el artista se propuso presentar la obra desde un enfoque dramático

Fotografía de Ignacio Espinoza

Tsanta es una palabra shuar y al hablar de eso se remite a una tradición cultural del pueblo ¿Eso también mantiene la lengua viva y un pensamiento?

Eso es cierto. La verdad es que la palabra liga el concepto a la cultura y es un hilo conductor, así como lo hace Google y en conceptos no se pierde. Eso es muy cierto, cuando alguien mencione shuar ya solo lo liga.