Café, maíz, pérdida y memoria

Café, maíz, pérdida y memoria

EL VIAJE
Café, maíz, pérdida y memoria
Idoia Olaizola

 

 

Atraída por el intenso aroma a café, entré en la habitación. La encontré sentada en una hamaca, junto a la ventana. A través de ella, observaba a los niños jugar. Su sonrisa acentuaba las arrugas adquiridas con el paso de los años, pero mostraba un semblante firme, daba la impresión de rejuvenecer por momentos. Tenía las manos labradas por los años en la milpa, por las horas moldeando barro. Era una señora apacible, aunque en sus ojos se intuía el sufrimiento pasado.

—Pase muchacha, tome asiento —me dijo.

Diligentemente agarré la primera silla que vi y me senté junto a ella. Permaneció unos minutos callada. De repente, rompió el silencio.

—Dicen que los salvadoreños somos expertos en recuperarnos tras las caídas. Y es que, siendo tierra de volcanes y terremotos, nos hemos tenido que reconstruir una y otra vez.

Ella no podía ser menos. Como más tarde iba a averiguar, como buena salvadoreña, había conseguido resurgir una y otra vez de sus cenizas.

Hace muchos años, cientos dice ella, viajó hacia el sur junto a sus hermanos y se estableció en El Salvador. Sus hermanos lo hicieron en Guatemala, Honduras y Nicaragua. Pero era una mujer con gran autonomía así que pronto se independizó de ellos. Sin embargo, eso no rompió sus lazos familiares. Se quisieron mucho hasta que unos extranjeros, “con un habla extraña”, tal y como ella comenta, llegaron a sus tierras y la dejaron huérfana de hermanos. Fue un duro varapalo, se quedó sola, y sin la ayuda de hasta entonces sus pilares, pensaba que pronto caería en el olvido y desaparecería.

Pero el pueblo se volcó en ella. A pesar de las molestias que seguían causando en su comunidad los asesinos de sus hermanos, era feliz ayudando a los campesinos a sembrar el maíz, ayudando a las mujeres a moldear el barro. Salía a la calle a menudo, pues le llenaba de dicha que niños, adultos y mayores la acompañaran a buscar agua, a hacer la compra.

Shu shiatzajtzaka —me decían—. E íbamos juntos a por el agua.

A veces recibía visitas, pues su característica habla causaba fascinación a más de uno. Ella aprovechaba para alardear y demostrar todos sus conocimientos.

—Pero una vez vinieron unos compañeros mexicanos de visita. Mi habla les pareció muy infantil, pues no había podido acudir a la escuela. Quizás por eso me empezaron a llamar pipil, que en castellano significa niño —explica con melancolía—. Aunque a mí esa designación no me gusta.

Conforme los extranjeros comenzaron a ganar fuerza, la gente empezó a dejarla de lado y poco a poco fue envejeciendo.

—Las personas ya no se interesaban tanto por mí. Lo que realmente me daba fuerza es el contacto humano, en especial los niños. Pero al perder a los jóvenes, mi mundo se fue apagando.

Aunque no volvió a ser la misma, su gusto por el café la ayudó a recuperarse. Y a cultivarlo se dedicó hasta hace no mucho tiempo. Pero a inicios de siglo, una grave crisis económica provocó que arrasaran con sus cafetales. Ella intentó luchar, pero los malos eran más fuertes, y fueron a por ella.

—Perdí nuevamente gran parte de mi ser, pero pude sobrevivir. Eso sí, el miedo inundó mi vida, y ya no volví a salir a la calle.

Se le notaba la tristeza en la cara, le duele recordar tiempos tan duros.

Pasó largos años escondida en casa, agazapada por si volvían. Después de tanto tiempo sin salir, los jóvenes ya no la conocían, se reían de ella cuando hablaba. Los mayores que aún la recordaban, se giraban con vergüenza a su paso. Poco a poco se iba desinflando, y cuando ya veía cerca su fin, apareció un labrador de la milpa que empezó a visitarla de nuevo.

—Después de tanta gente dándome la espalda, que me visitara Don Genaro fue toda una alegría.

Pero Don Genaro no vino solo, trajo consigo a un grupo de jóvenes. Solían reunirse a menudo junto a ella, para aprender de sus historias. Y eso hizo que volviera a florecer.

Tras todo ese tiempo oculta, había muchas palabras que desconocía, comentaba divertida. Las tuvo que aprender de nuevo:

—Por ejemplo, teléfono celular. ¿Cómo voy a saber qué es eso? Hace tiempo que dejé de tener a quién enviar cartas, mucho menos llamar a nadie. Pero los chicos pacientemente me explicaron: “Se dice tanutzalis”. ¡Claro! ¡Nutza es hablar de lejos, tiene sentido! —explica riendo. —Tampoco sabía cómo decir bicicleta, y así con tantas otras palabras. Pero con la fuerza de estos chicos, todo mi mundo cambió. Se empezaron a componer canciones y poemas sobre mí. Recuerdo con especial cariño a Paula. Tenía un talento especial, componía siempre bonitas letras acerca de mí. Sus palabras y canciones me hacían feliz.

El semblante le había cambiado por completo. Se notaba que esos chicos la querían enormemente y que ella les quería a ellos.

—Ahora tengo mi propio día, el 21 febrero —asiente orgullosa —. Después de tanto tiempo olvidada por fin tengo un día que celebrar.

Era apasionante oírle hablar, pero la noté cansada, así que pensé que sería mejor volver otro día a por nuevas historias. Antes de despedirme, caí en la cuenta de que no conocía su nombre, así que se lo pregunté antes de marchar:

—¿Y cómo se llama señora?

Ella levantó la mirada, y con una ligera sonrisa contestó:

—Mi nombre es Náhuat.

Los demonios de Yimba Cajc

Los demonios de Yimba Cajc

El VIAJE

Los demonios de Yimba Cajc

Joseba Urruty 

Una comunidad y una fiesta. Cabru^ Rojc o Fiesta de los Diablitos, es el evento más importante en Rey Curré, donde los niños, adultos y mayores utilizan máscaras de madera para burlar a un toro que simboliza al colonizador español. Los participantes beben chicha de maíz mientras desafían al animal que los embiste, en un evento donde se reúnen familiares de la zona que no se pueden ver durante todo un año. 

Juanita y Marbelli: el legado de la cultura bribri

Juanita y Marbelli: el legado de la cultura bribri

EL VIAJE
Juanita y Marbelli: el legado de la cultura bribri
Alejandra Gayol

 

 

La cultura pesa. Es densa como el osmio. Un peso que si no se comparte puede llegar a aplastar. No aplasta a las personas, sino a los pueblos. Encerrarla en un solo cuerpo la materializa, se impregna en una piel concreta, en un rostro con fecha de caducidad. Si la cultura se deposita en otra persona, si el peso se reparte en la balanza, seguirá siendo inmaterial, imposible de marchitar. La transmisión reside en la maestra y su aprendiz, un binomio necesario que hoy rescata la cultura bribri de Costa Rica.
Juanita no es una estrella mediática en Costa Rica, ni lo pretende ser. Pasea en Talamanca indiferente a las miradas. Sus vecinos saben que es una gran mujer, luchadora, pero su historia no tiene el reconocimiento que el pueblo costarricense debería de tener a una mujer que, en su menudo cuerpo, sostiene los conocimientos ancestrales que forman los cimientos de uno de los pueblos originarios de América. Juanita es la encarnación de aquellas costumbres que hoy son parte del patrimonio cultural inmaterial del país. Pero muchos no lo saben y a muy pocos les importa.
Además de preservar su cultura, Juanita lleva 30 años luchando por la supervivencia de la iguana en el proyecto Iguana verde, dentro de la Reserva indígena de Keköldi, donde cría en cautiverio la especie para luego liberarla en su medio natural
Fotografia de Alejandro González Amador
Ser indígena no esta de moda. Es curioso que un mundo que idolatra a los héroes y guerreros de las películas y videojuegos, en la vida real, se avergüence de pertenecer a aquellos que realmente lo han sido, que se han manteniendo erguidos frente al invasor, firmes, luchando por lo que les pertenece. Es extraño que rechacen su fisionomía, cuando esta se convierte en una carta de presentación que nos indica que su ascendencia no se rindió. Pero el autodesprecio es una epidemia sin cura hasta el momento. “Hoy en día el indígena se deslumbra más por tener cosas nuevas. Según ellos siendo indígena no se consigue eso. Entonces no hay orgullo de ser indígena. Ellos sientes que con el cambio son diferentes. Ellos hoy sienten orgullo por su carro, su televisor o su celular”, se lamenta Juanita. No obstante, la esperanza se mantiene mientras aún existan flores que crecen entre la intensidad del fango.
No importa la pureza racial, no importa la herencia morfológica o fisiológica, lo que prima es la herencia espiritual. Marbelli es una mezcla de ascendencia blanca, negra e indígena. Se crió en Limón, fuera del territorio indígena. Pero eso no es excusa para quien conoce su historia. “Desciendo del clan Duriwak, que significa los pájaros del agua sagrada, este clan fue catalogado ancestralmente y aún se mantiene hoy en día porque así lo declaro yo. Los hombres son médicos, tenemos la autorización de Sibö, “Dios”, para ejercer nuestra medicina natural con las plantas. Las mujeres somos guerreras, quienes defendemos nuestro pueblo, y así ocurrió en los tiempos de defender nuestros territorios”, explica Marbelli con un discurso apasionado. Y es que ella encarna todas aquellas virtudes heredadas de su clan.
“Para yo poder penetrar en las cuestiones más íntimas de mi cultura, era imprescindible y necesario entender y hablar bribri, y cada día se hace aún más necesario, porque cuando yo empecé e iba a las primeras ceremonias me daba vergüenza. Yo necesitaba saber el qué y para qué, el trasfondo de lo que se estaba haciendo allí.  La única manera de poder penetrar era aprendiendo el idioma”
Marbelli es el ejemplo de que nunca es tarde para conciliarte con tu origen. En la actualidad administra la única universidad dentro de un territorio indígena en Costa Rica, sede de la UNED, y lucha por fortalecer los programas académicos en pro de la acción social; esto lo compagina con sus lazos ancestrales. “Hace 6 años inicie con la práctica de mi cultura y a partir de ese momento el cambio en mi vida fue radical. Aunque ya traía una formación de liderazgo en la universidad, era la primera vez que asumía un reto tan personal, encontrarme a mí misma. Tome la decisión, y ya con el conocimiento del clan al que pertenecía, decidí autonombrarme bribri y que mi pueblo me reconociera como tal”, cuenta Marbelli emocionada. Pero para comenzar a introducirse en la cultura de sus ancestros le faltaba la llave maestra: el conocimiento del idioma.
“Para yo poder penetrar en las cuestiones más intimas de mi cultura, era imprescindible y necesario entender y hablar bribri, y cada día se hace aún más necesario, porque cuando yo empecé e iba a las primeras ceremonias me daba vergüenza. Yo necesitaba saber el qué y para qué, el trasfondo de lo que se estaba haciendo allí.  La única manera de poder penetrar era aprendiendo el idioma”, explica Marbelli. Declaraciones como las de Marbelli, basadas en la experiencia, nos muestran lo importante que es la lengua para poder penetrar en la cosmovisión de un pueblo. “Dije: ‘No, yo tengo que aprender, es mi pueblo, es mi gente, ¿cómo no me voy a saber comunicar con los míos?’ Así surgió la necesidad. Si no sabía mi lengua, yo no sabía que pretendían de mí como persona ni como institución”, añade.

Marbelli portando consigo la calabaza que le fue entregada por los embajadores de su cultura. Un símbolo de distinción que para ella significa el amor de su pueblo cerca de su corazón

Fotografía de Alejandro González Amador
Pero la lengua no navega sola. No brota en el aire vulnerable a ser cazada por cualquiera que tenga una red para cazar mariposas. La lengua necesita de la instrucción de una maestra y la voluntad de una aprendiz. Para lograr el conocimiento ancestral que se encierra en las palabras, Marbelli contó con la ayuda de una de las más importantes embajadoras de la cultura bribri: Juanita. Las clases entre una maestra y una alumna, cuando se trata de transmisión de una cultura, se salen de la habitual manera que tiene las escuelas de desnaturalizar el empleo de la lengua. Muchos centros de educación tienden a enseñar un idioma sin basar este en la relación de lengua y cultura. Al contrario, Juanita basa su transmisión en ese binomio inseparable. Utiliza el vocabulario bribri en contextos de la comunidad, empleando el idioma en el entorno que fue desarrollado. Los principales temas son la historia e importancia de los clanes como estructura de la comunidad, la resistencia a los invasores pasados y presentes, y la importancia de la naturaleza como parte de nosotros. Además de la forma teórica, una parte fundamental del aprendizaje es llevar la lengua y todo lo transmitido a la práctica. Hoy Marbelli ya ha cumplido diferentes rituales, considerada por los lideres una institución dentro del pueblo bribri, futura —y ya presente—  embajadora y maestra de la cultura, y un ejemplo para el resto de personas que aunque ahora estén lejos, quieren retornar a sus raíces.
Y así es el ciclo de una cultura. Maestros que comparten el peso de la historia, de la sabiduría, para que no se muera consigo, formando otros maestros que lleven el testigo hasta otro nuevo aprendiz. Y lo que es aún más importante, mentores que transmitan los valores, que rieguen las semillas del conocimiento indígena y hagan brotar el orgullo de su origen. “Todo tiene que ver porque el ser indígena es ser algo grande, sí, viéndolo bien, como que uno piensa en esas cosas y yo me quedo así a veces como, es como increíble, porque todas las personas que hayan hecho esas ceremonias son personas diferentes”, culmina Juanita con los ojos vidriosos de orgullo.

Los últimos hablantes del brunkajk

Los últimos hablantes del brunkajk

EL VIAJE
Los últimos hablantes del brunkajk
Natália Becattini

 

En riesgo crítico de extinción, el idioma brunkajk, originario del pueblo boruca que habita la selva en el Pacífico Sur de Costa Rica, encuentra un camino a la supervivencia en el rescate de la cultura y de la cosmovisión de su pueblo.

 

La carretera iberoamericana que corre paralela al Pacífico y cruza todo el territorio de Costa Rica divide en dos al pequeño poblado boruca de Rey Curré, como una enorme cicatriz. Por allí pasan todos los días decenas de camiones que transportan mercancías. Autobuses que llevan turistas y vecinos a ciudades cercanas y coches privados que interrumpen el silencio en la pacífica comunidad indígena con calles de tierra y donde el sistema aún se rige por autoridades escogidas por los vecinos que habitan en el lugar.

La mayoría de los habitantes tienen un pensamiento en común:  el camino de asfalto fue un golpe directo en el corazón del idioma brunkajk, uno que por siglos fue la  principal forma de expresión del pueblo boruca. «Por la carretera entra todo lo que es extranjero, cosas que aquí no se conocían, sin preguntar si las queremos o no. Diría que ella fue el 80% responsable del deterioro del brunkajk», cuenta Melvin González, conocido allí como «Camel». La pérdida restante se la atribuye al sistema educativo que durante décadas falló en enseñar al pueblo su propia lengua: «La educación se encargó de matarnos. Y no hace tanto tiempo, fue hace 50, 60 años, que el idioma sufrió su mayor declive. Está mal que tengas dos horas de inglés y francés en la escuela y apenas media hora de tu propio idioma».

La carretera interamericana que une las Américas pasa por Rey Curré.

Fotografía de Natália Becattini

Hoy, el número de hablantes fluidos en Rey Curré puede ser contado con los dedos y se restringe a los ancianos del pueblo. Melvin cuenta que incluso él encuentra alguna dificultad para expresarse en su lengua: «Mi padre y mi madre me enseñaron lo que sabían y aprendí mucho al participar en la organización de las fiestas y tradiciones, pero no hablo el 100% como mis abuelos. Muchas palabras ya se perdieron, ya no las sé y tampoco las sabe la generación anterior a la mía», confiesa.

“Por la carretera entra todo lo que es extranjero, cosas que aquí no se conocían, sin preguntar si las queremos o no»

El artista Saúl Morales, que vive en Cañablancal, a unos 40 kilómetros de la comunidad de Rey Curré por la misma carretera, comparte la visión de que la educación nacional es una gran villana en la cultura indígena: «Hay cosas que los jóvenes de mi edad nunca han visto en el sistema educativo. No hemos tenido una formación dentro de la cosmovisión boruca. Estamos aprendiendo, pero para eso se necesita un cambio de conciencia que no ocurre de la noche a la mañana». Él es uno de los pocos que aún dominan de forma fluida el idioma y hace 11 años investiga sobre el uso y la preservación de la lengua y las políticas sobre la autonomía de las poblaciones indígenas. «Ahora estoy involucrado en un trabajo de modernizar la lengua para el uso contemporáneo, pues hay muchas palabras que necesitamos hoy que no existían en el idioma», cuenta.
Ambos creen que el fortalecimiento de las tradiciones locales y de la cosmovisión es importante para salvar lo que todavía queda vivo del idioma. Melvin es integrante del Comité de Organización de las Tradiciones del pueblo de Boruca, localidad donde vive. El pueblo es otro refugio de esa población indígena que está cercano a Rey Curré. «Dentro del vocabulario boruca, tenemos palabras relativas a nuestras tradiciones que no existen en español, son conceptos que sólo se pueden expresar en brunkajk», explica.
Una de las máscaras usadas en el Cabrujc Rojc, el tradicional juego de diablitos boruca

Fotografía de Natália Becattini

Cuando lo encontramos, visitaba Rey Curré para ver de cerca el Juego de los Diablitos o Kabru Rojc, una de las manifestaciones culturales más populares de allí. Durante tres días, los varones indígenas boruca se visten con un saco de papas y se cubren el rostro con máscaras tradicionales hechas con madera de balsa. Son ellos quienes les dan forma de demonios con cuernos y plumas o de cerdos, águilas o mandriles. La confección puede durar un día o tres y en el reverso, va la fecha de elaboración y el nombre del creador que en ocasiones corresponde a un artesano del lugar.
En el juego solo pueden participar los varones y el objetivo es burlar a un toro para luego matarlo porque simboliza el colonizador español. Cuando se juega, las personas abandonan su identidad para incorporar el espíritu del indígena empoderado, que se levanta para derrotar al opresor y resiste a sus golpes.
Por muchos años, tanto la fiesta como el arte de la producción de las máscaras artesanales estuvieron a punto de desaparecer, pero en Rey Curré ganaron fuerza a fines de los 70 con el renacimiento del interés por la cultura local y el orgullo de ser boruca. «Hoy, los niños te saludan en brunkajk sin que nadie les pida. En las fiestas, mucha gente quiere usar la lengua, pero chocan en la dificultad de no saber hablar bien», explica Melvin. Para él, la particularidad cultural de agarrar conceptos extranjeros y moldearlos de acuerdo con su cultura, es un punto a favor del fortalecimiento de la lengua. «El idioma todavía existe, así como nuestras tradiciones. El toro de la fiesta de los diablitos deja de ser un toro y se transforma para nosotros en un espíritu. Este año, prohibimos llamar al toro de esa forma, sólo podemos referirnos a él en nuestro propio idioma, y ​​así ya es una palabra más que rescatamos», afirma.
Durante la fiesta, el toro llega a matar a los guerreros, que resucitan en el último día antes de dar el golpe final contra el invasor extranjero. Que esa sea la metáfora para la historia del brunkajk.