Garífuna: la transmisión de la lengua a través de la música

Garífuna: la transmisión de la lengua a través de la música

EL VIAJE
Garífuna: la transmisión de la lengua a través de la música
Alejandra Gayol    
Todo empieza con el golpe seco de una mano. El garawon —tambor— insonoriza el patio de una casa del barrio París del municipio de Lívingston. Una anciana duerme en una silla, a la sombra, y sonríe sin abrir los ojos. El ritmo toma fuerza. Irrumpe con las sisira —maracas— un hombre que parece imitar el seseo de una serpiente. Las ventanas se abren dejando pasar el sonido. La gente se va acercando, con las palmas de las manos clamando al cielo. Todos esperan esa parte de la canción que hace prender la mecha. Aparece una mujer que se presenta con un grito agudo. Abre la boca, pero mantiene silencio, hasta que aparece la primera palabra. Esta se propaga como la corriente, contagiando todo a su paso. El canto se abraza al son de la música del Caribe. Entonces surge la magia, renacen las palabras que se guardaban en el baúl de los recuerdos. Las expresiones muertas cobran vida. Los niños hablan, a través de las canciones, con sus ancestros. Los unos se reflejan en los otros, moviendo unos labios perfectamente sincronizados. Su historia, su lengua y su identidad, se transforman en música.
Lívingston es una localidad del departamento de Izabal, en Guatemala. Su foto parece sacada de algún fondo de pantalla o de un calendario de viajes. A su lado, tranquilo, el Caribe mece barcas de colores desde las que los niños se lanzan a nadar. La humedad se vuelve visible en una selva de un verde casi radiactivo, tan intenso que parece intentar salir a respirar entre tantas palmeras. La naturaleza que rodea este municipio es tan exagerada que su acceso a tierra se vuelve imposible.
Vista de Lívingston desde su entrada por el río Dulce
Fotografía de Alejandro González Amador
Pero lo mejor de Labuga  ­—Lívingston— no se encuentra en su paisaje. El pueblo es un rincón de multiculturalidad. En el conviven cinco idiomas:  Q’eqchi’, hindi, español, inglés y garífuna. La vida en la calle es pletórica. Los incesantes tuk tuk parecen tener un depósito de gasolina eterna. No falta la comida en la calle, el coco es el elemento principal de la gastronomía. La artesanía tiene muchas formas y colores, predominando los instrumentos, pues la música es un ingrediente esencial de su día a día.
«Muchas veces dicen que solo sabemos bailar, pero tras nuestras danzas, hay una historia de resistencia»
Los garinagu —garífunas— son los responsables del paisaje musical livingsteño. Esta comunidad tiene origen en Yurumein  —San Vicente—, una isla del mar Caribe. En 1635, dos barcos que trasladaban a personas desde África para utilizarlos como esclavos en América, naufragaron frente a las costas de esta isla, permitiendo que estos pudieran nadar hasta tierra. Allí fueron recibidos por los caribes,  quienes poblaban en ese momento la isla,  con los que vivieron y tuvieron descendencia. En el año 1795, los ingleses los echaron de San Vicente, provocando que los garífunas fueran en busca de una segunda oportunidad. Llegaron por primera vez a Honduras y de ahí se fueron desplazando hacia Guatemala, Belice y Nicaragua.
Un pueblo que ha vivido resistiendo, no se despega de sus raíces fácilmente. En 2001 la Unesco proclamó la lengua, la danza y la música garífuna como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, pero el pueblo no considera esto un acto de generosidad. “El pueblo garífuna siempre ha estado comprometido con su cultura, el reconocimiento de la Unesco no es un regalo, sino el triunfo de la continua lucha de un pueblo” dice Mery Lambei, maestra y promotora cultural de la lengua garífuna.  “Muchas veces dicen que solo sabemos bailar, pero tras nuestras danzas, hay una historia de resistencia”, añade.
La música para la cultura garífuna es una parte fundamental en la vida. Es la forma de comunicarse con sus ancestros, de despedir a sus seres queridos o de mostrar sentimientos que, sin ser interpretados en una canción, nunca podrían expresar. La danza y la letra que acompañan a la música, cuentan su historia. Una forma de enseñarle al mundo su visión de sí mismos. La música supone para ellos una herramienta irremplazable de difusión y conservación de su cultura.
La danza es un relfjeo de la historia del pueblo garífuna
Fotografía de Alejandro González Amador
Y no solo en la teoría. El orgullo garífuna ha favorecido en gran medida la preservación de su lengua.  Paseando por los barrios puedes escuchar aún a muchos jóvenes hablando en garífuna, cosa que no es habitual encontrar en otras comunidades donde existe una lengua minorizada. Quizás han sabido utilizar una cualidad común en todos, como es el gusto por cantar, para introducir la cultura en las nuevas generaciones, avivando el interés hacia las canciones a través de la facilidad de contagio que tienen los estribillos.
Los géneros musicales tradicionales garífuna, como pueden ser la punta o la parranda, aún tienen un público activo, tanto a la hora de escucharlo, como de producirlo. También es cierto que otras tendencias musicales como el rock o el reggaetón, cantadas en lenguas como el español o el inglés, cada vez están ganando mas terreno a los géneros tradicionales, introduciendo nuevos ritmos y con una finalidad más comercial que sentimental. Aún así, la música garífuna resiste: “Tiene que ver con la educación, tiene que ver con conocer tu origen, conocer tu historia. Si tu vienes con mil canciones y con diferentes géneros para mí y yo conozco mi historia, no me vas a mover de ahí”, dice Juan Carlos Sánchez, cantautor de música tradicional parranda, un género donde predomina la guitarra y que en la actualidad está sufriendo una fuerte decadencia. “Gracias a la música tradicional podemos mantener palabras que ya no se escuchan, las palabras que usaban nuestros abuelos. Cuando cantas garífuna solo se escucha letra garífuna, la lengua que debemos usar para ser escuchados por nuestros ancestros”, aclara Juan Carlos.
Milton Francisco, conocido en la escena musical garífuna como Gouule Style, en su productora La Buga Records
Fotografía de Alejandro González Amador
Introducir la lengua garífuna en un panorama musical más novedoso es lo que plantean artistas como Gouule Style. Este productor y artista musical crea canciones con ritmos más actuales como el trap, el afrobeat o el reggae, populares entre la gente joven, pero con letra garífuna. “La gente joven escucha la música si se sienten identificado con el ritmo, no les importa en que lengua este el tema, lo importante es que el movimiento esté en el ambiente. Por eso, la música con letra garífuna tiene tantas posibilidades de salir al mundo como las cantadas en cualquier otra lengua”, nos aclara Gouule en su estudio, La Buga Records, donde acuden muchos jóvenes garífunas para dar sus primeros pasos en la escena musical.
Siempre les quedara la música. El ritmo que une a toda la familia. Las letras que replican inconscientemente en las cabezas de abuelas y niños, como si fuera una constante vital más, un factor común que se presenta en su genética, imprescindible para el funcionamiento de su cuerpo. Cuando la música es resistencia, es parte fundamental de la identidad grupal de un pueblo, transciende a un nivel que va mucho más allá de un momento de fiesta. Mientras los pies no se cansen de bailar la chumba, las manos no se aburran de dar vida a la punta, o las palabras no se resbalen entre las cuerdas de una guitarra que toca parranda, la cultura garífuna seguirá enriqueciendo el mundo.

Paquitos: muñecos indígenas que luchan contra el racismo

Paquitos: muñecos indígenas que luchan contra el racismo

EL VIAJE

Paquitos: muñecos indígenas que luchan contra el racismo

Idoia Olaizola

—¿Cuál es el muñeco moreno? ¿Y cuál es el muñeco blanco? —Los niños señalan sin dudar.

—¿Cuál muñeco es bonito?  —La mayoría opta por el blanco.

—¿Cuál es el malo? —Esta vez señalan al negro.

—¿Por qué es el malo?

—Porque es el negro.

Muchos recordarán el vídeo del colectivo 11.11 contra el racismo en México, basado en la Prueba de la Muñeca de Clark. En ella se pide a distintos niños que escojan entre dos muñecos, uno de piel clara y otro de piel morena, cuál les parece más bueno o bonito y cuál no. Los niños suelen otorgar los atributos positivos al muñeco blanco mientras que lo malo o feo se atribuye al muñeco negro.

El problema viene cuando les preguntan: “¿Qué muñeco se parece más a ti?”

Es entonces cuando aquellos de piel más morena se dan cuenta de que son “portadores” de todas las cosas negativas que han atribuido al muñeco de piel oscura. Algunos se resisten y se identifican con el muñeco blanco “porque tenemos las orejas similares”. Sin ser conscientes han aceptado los estereotipos racistas que actúan en su contra.

Es importante que los niños tengan muñecos con los que identificarse y generar empatía y aceptación por lo propio.
Tal y como reza el vídeo, para el experimento no se pudo conseguir un muñeco moreno en las jugueterías de Ciudad de México. Tuvieron que repintar uno y cambiarle los ojos azules a morenos. Esto muestra la falta de elementos de los que disponen los niños indígenas en los que apoyar la creación de su identidad. Los primeros agentes externos de socialización son los juguetes. Con ellos aprendes tus primeras palabras, los colores, ciertas pautas de comportamiento. Ahí reside la importancia de tener muñecos con los que identificarse y generar empatía y aceptación por lo propio.
El mismo problema encontraron los creadores de los muñecos Paquitos, unos robots diseñados por investigadores del Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica en Puebla, que enseñan lenguas originarias. “Buscamos algún juguete que se pudiera adaptar, pero los juguetes que hay para esas edades son completamente distintos. El niño no se identifica, no se parece a ellos. Esa fue la primera sorpresa.” comenta Angélica Muñoz Meléndez, una de las creadoras de los Paquitos.
Los muñecos surgen a partir de una colaboración con CIESAS. El grupo trabaja en materiales educativos para niños indígenas en lenguas originarias, como una lotería en diversas lenguas o un gusanito que genera imágenes a partir de textos en lengua hñahñú.
Para los Paquitos tuvieron que empezar desde cero. Los muñecos, pensados para niños de entre dos y cuatro años, tienen rasgos indígenas y portan la ropa tradicional de los pueblos purépecha, wixarika, náhuatl y totonaca, creada por artesanas de Puebla. Hay cuatro monolingües y un quinto que cambia su lengua conforme cambias su ropa tradicional. La idea de los diseñadores es ofrecer un juguete que se vista como se visten los niños en su pueblo y así motivarlos a usar su lengua.

Paquita totonaca.

Vídeo gentileza: Angélica Muñoz

Por ahora son sólo un prototipo. La intención es sacarlos al mercado no como un juguete para un niño particular, sino para una comunidad, para la escuela o la biblioteca del pueblo. No se ha extendido a más lenguas porque es complicado conseguir hablantes para los audios. “Al entrar a una comunidad encuentras una cerrazón inicial, pero cuando uno se acerca y platica más, se percata que son hablantes de la lengua, o hablantes pasivos” explica Aurelio López López, otro de los creadores de los Paquitos. “Es una de las situaciones que estamos intentando revertir. Que los niños vean reflejados en los muñecos su cultura y no sientan vergüenza”. A su vez, los creadores creen en la necesidad de orientar la iniciativa a las lenguas que tienen mayor peligro de extinción, a aquellas que tienen menos hablantes y necesitan una más rápida revitalización.

Paquita purépecha.

Vídeo gentileza: Angélica Muñoz

Los muñecos se probaron en tres escuelas preescolares y sus creadores pudieron ver a los niños interactuar con ellos. “Los niños estaban muy entusiasmados” comenta Aurelio López. “La primera impresión fue que no esperaban un muñeco de tela. Tenían la impresión de que eso no era un robot, les tuvimos que explicar”:

—¡Pero los robots brillan! ¡Son de metal!” —decían los niños.

“Inmediatamente se identifican con ellos, muchos niños preguntan por qué no caminan” sostiene Angélica:

—Debería poder pararse, es un niño.

“Al final les gustó mucho a los niños, lo terminaron abrazando” continúa Angélica. “El día de la despedida de la robot totonaca vestida con su ropa, los niños vinieron con su traje típico también. Nos tomamos fotos, fue muy bonito.”
Presentación a cargo de Aurelio López y Angélica Muñoz de los muñecos Paquitos. Vídeo gentileza: Angélica Muñoz

«Xu»: el terremoto de México y el dolor de recomenzar

«Xu»: el terremoto de México y el dolor de recomenzar

EL VIAJE

«Xu»: el terremoto de México y el dolor de recomenzar

Natália Becattini

 

 

Gravemente herida por el terremoto, Juchitán ya empezó el proceso de sanación en las calles, cuerpos y mentes de sus habitantes.

Xu es la palabra en zapoteco para terremoto. El nombre deriva de una onomatopeya para el sonido que la tierra hace cuando tiembla. En Juchitán de Zaragoza, uno de los municipios del Istmo de Tehuantepec más afectados por el sismo de magnitud 8,2 que ocurrió en el sur de México el 7 de septiembre de 2017, el sustantivo ganó un nuevo significado en los últimos meses. «Antes, los pequeños temblores eran parte de nuestra vida, algo normal. Ahora, cuando escuchamos un ruido parecido al xu, se nos corta la respiración. A veces es un coche que arranca o el ruido de una moto, pero el corazón se dispara de miedo de que ocurra otra vez «, cuenta Griselda Santiago, una joven mujer que trabaja como voluntaria en la cocina comunitaria instalada en la séptima sesión de la ciudad. Su casa fue una de las cuatro mil viviendas que sufrieron daño total o parcial como consecuencia del sismo. «Perdimos el techo y algunas cosas, de eso nos recuperamos, hay gente que perdió la familia», dice.

El zapoteco es una lengua metafórica. Los nombres de las cosas llevan en sí analogías, imágenes, poesía. Para decir que llueve, se dice que caen piedras de agua. Estar feliz es tener el clítoris vivo. En aquel día, para los zapotecos, el mundo había perdido su rostro, tamaña la desolación que se encontraba por las calles. Tres meses después de lo ocurrido, las marcas todavía son visibles en las grietas de las casas que permanecieron de pie, en las ventanas rotas y en la memoria de los moradores de Juchitán. Los escombros que aún no han sido recogidos obstruyen las calles y aceras y se mezclan con el material de construcción que poco a poco llega para levantar las paredes donde quedaron solamente vacíos.

Mujer trabaja en su tienda armada en frente al antiguo mercado, que sufrió daños severos con el terremoto.

Fotografía de Natália Becattini

Quien vive allí sabe que Juchitán tendrá que convivir con las cicatrices de la tragedia por mucho tiempo. Se estima que la recuperación total de la ciudad llevará hasta 10 años. Mientras tanto, la vida local se adapta al nuevo panorama. El puente principal que conectaba las dos orillas del río todavía permanece cerrado, pero los habitantes ya se acostumbraron a los caminos alternativos. El edificio en el que funcionaba el mercado se derrumbó, pero los feriantes montaron sus tiendas en las calles y plazas cercanas a él. Agencias bancarias enteras se redujeron a polvo, por lo que es necesario viajar a municipios vecinos. Las escuelas, que estuvieron cerradas en los últimos meses, retoman las clases a ritmo lento. Cada grupo de estudiantes asiste un día a la semana, a menudo para tener las clases en patios abiertos, ya que los edificios todavía están afectados.

Ante este escenario, la cultura comunitaria del pueblo zapoteca ha sido de gran importancia. Los vecinos y amigos trabajan juntos para superar las dificultades. El pequeño galpón que sirve de sede para la Asamblea Popular del Pueblo Juchiteco está repleto de donaciones de alimentos, ropa, material de limpieza y de construcción. A través de Radio Totopo, una radio comunitaria que da avisos de interés general y promueve la cultura y el uso de la lengua zapoteca, Carlos Sánchez convoca voluntarios, administra la distribución de cestas básicas y creó un sistema de uso colectivo de herramientas, dependiendo de las necesidades de cada familia. «El terremoto nos ha traído muchos daños, pero también nos ha traído solidaridad. Tenemos que saber sacar algo positivo de lo que sucedió, como el fortalecimiento de nuestra hermandad», dice.

La Radio Totopo recibe y distribuye acopio en la comunidad de Juchitán.

fotografía de Natália Becattini

Para fortalecer ese sentimiento de colectividad, el artista plástico juchiteco Francisco Toledo organizó, con la ayuda de voluntarios, 45 cocinas colectivas repartidas por toda la región. En los primeros días, los militares enviados por el gobierno mexicano se encargaron de preparar y distribuir las comidas, pero el artista se dio cuenta de que eso individualizaba el proceso y pasó a visitar los albergues para proponer una forma diferente de organización. «La adhesión fue inmediata, luego las señoras empezaron a buscar sus ollas y utensilios de cocina en los escombros, usaron la madera que encontraban para hacer leña», cuenta el historiador Rodrigo López, que ayuda llevando donaciones a las cocinas. Cada cocina consume 10 kg de carne por semana, 400 kg de tortilla, 4000 panes, y 360 huevos al día. Por eso, la movilización de toda la comunidad es importante para recaudar los alimentos necesarios, ya que no todo llega a través de las donaciones. Para él, la iniciativa funcionó tan bien porque se basa en la cultura y tradición del pueblo, que fue fuertemente sacudida en los primeros días post-terremoto. «Las cocinas reproducen la misma estructura de organización comunitaria que ya existía en nuestra cultura. En las bodas, las mujeres mayores se reúnen para cocinar por toda la comunidad, y cada uno tiene su función. Ahora, lo mismo sucede a la hora de preparar las comidas colectivamente «, explica.

Se estima que cada cocina comunitaria atiende cerca de 300 personas. Las mujeres mayores se encargan de la preparación de la comida, pero cada persona beneficiada ayuda de alguna forma. Zequele, de 5 años, es uno de los voluntarios más jóvenes. Él carga y distribuye artículos de higiene personal. Su hermana Italia, de 10 años, y la amiga Isabel, de 8, distribuyen el pan y cuentan cuántas tortillas fueron entregadas cada día.

La cultura también influyó en otras acciones. Al recibir las ropas que llegaban por las donaciones, muchas mujeres zapotecas se sentían incómodas. Acostumbradas a vestirse con el huipil, el traje tradicional compuesto por una camisa de algodón bordada con flores coloridas y una falda larga, ellas tendrían que conformarse con pantalones y camisetas. Fue observando esa situación que el escritor Elvis Guerra movilizó a la comunidad con el proyecto «Mi indumentaria es la otra mitad de mi corazón», que tiene como objetivo recaudar donaciones de tejido para la confección de los trajes y reactivar la economía local a través de la contratación de costureras y modelistas. «Hemos recorrido las colonias de Juchitán y distribuimos casi 2000 piezas hasta el momento», cuenta.

 

«Estaba temblando. Xu.

Tembló más fuerte. Xu.

Fue un terremoto. Xu.»

— Poesía de una de las niñas participantes de los talleres de creación literaria

Con el apoyo del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI), la escritora y poeta zapoteca Irma Pineda convocó a otros escritores y artistas locales para ministrar talleres de música, pintura y escritura creativa con niños cuyas familias perdieron las casas. Rodrigo López fue el responsable de los talleres en un albergue instalado en el quinto sector. Él cree que las actividades fueron una importante herramienta para que los niños expresaran sus sentimientos con respecto al terremoto y aprendieran a lidiar con ellos. «En momentos como estos, es normal que las personas se enfoquen en conseguir comida y artículos de primera necesidad y acaben olvidándose de la dimensión subjetiva. Los niños ya tenían dónde dormir y qué comer, pero sentimentalmente no estaban bien. Espontáneamente, empezaron a expresar sus angustias en los trabajos de escritura».

En las actividades, Rodrigo trató de rescatar las canciones tradicionales de su pueblo. Una de las madres relató más tarde que, cada vez que había una réplica, los niños comenzaban a cantar esas canciones para espantar el miedo. En otro ejercicio, él pidió que los niños escribieran lo que eran hoy y de lo que se acordaban: «Me di cuenta de que para ellos, la vida se dividió entre antes y después del terremoto. Siempre trataban de relacionar la situación de contingencia en que vivían a las tareas, sin que yo les pidiera «.

Distribución de pan en la cocina comunitaria del quinto sector de Juchitán

fotografía de Natália Becattini

Rodrigo también trató de valorar la lengua zapoteca durante sus clases. Al notar que los niños tenían miedo o vergüenza de expresarse en la lengua materna, él pasó a incentivar su uso a través de canciones y juegos. Para él, después del terremoto, los patrimonios inmateriales de Juchitán adquirieron una dimensión aún más importante. «El representativo del zapoteca en Juchitán era nuestro templo, la casa de cultura, el palacio que cayó, las fiestas que se interrumpieron con la tragedia. Eso ha cambiado, ya no tenemos nuestros patrimonios materiales para referencia, pero tenemos las tradiciones, la organización comunal, la lengua. Si rescatamos eso, podemos reconstruir Juchitán a través de nuestras manifestaciones culturales y de toda la red simbólica que se organiza a través del idioma zapoteco. Estos serán los pilares para recomponer nuestra identidad después del sismo», afirma.

Los jóvenes zoques que luchan al ritmo del ska

Los jóvenes zoques que luchan al ritmo del ska

EL VIAJE

Los jóvenes zoques que luchan al ritmo del ska

Ignacio Espinoza

Los tildaron de satánicos y delincuentes. Los menospreciaron por ser indígenas y les cerraron las puertas por no cantar en español. Ellos no hicieron caso. Crearon sus canciones en la lengua zoque bañadas en ska: música de resistencia y fiesta que los convirtió en referentes de Ocotepec. Es La Sexta Vocal, siete muchachos que ríen, denuncian los problemas que sufre un pueblo y con un mensaje, que cantar en la lengua materna es posible. 

Ocotepec, en el estado de Chiapas, no goza del cartel de metrópoli, tampoco con el aval del turismo. Las montañas de los alrededores son la mejor carta de presentación en un lugar donde el invierno no descansa. Pero hay un grupo de siete jóvenes que quieren convertir el pueblo en una referencia musical, La Sexta Vocal, banda que toca al ritmo del ska y en la lengua zoque.

Inicios. «La Sexta Vocal nace en el pueblo de Ocotepec, Chiapas, para la diversión. Siempre hacer una banda es para pasarla bien, cotorrear. Conocemos el ska a partir de recopilaciones y siempre en estos discos venía alguna canción de ska de Los Auténticos Decadentes. Nos latió el ritmo, pero no sabíamos nada, no teníamos experiencia en tocar instrumentos y realmente no sabíamos la trascendencia que esto iba a tener, nunca fue la idea de trascender en un principio. Luego se vinieron dando cosas y fue cuando  extendimos nuestros sueños».

Canciones. «Nunca tuvimos la idea de hacer canciones propias. Tocábamos La Tremenda Korte o grupos de México, eran mal tocados pero lo tocábamos.  En una ocasión nos invitaron a una radio y nos dieron la propuesta de que tocáramos esos covers, pero en zoque. Primero las tradujimos, pero luego vimos que algunas no se adaptaban tan bien al zoque, entonces tuvimos la necesidad de hacer temas propios para que sonarán mejor. Entonces estuvimos así hasta que se fue perdiendo la idea de hacer covers para enfocarnos en hacer canciones propias».

Zoque. «Es muy natural entre nosotros. Nacemos con este idioma, nuestros papás, amigos, abuelos y primos siempre estamos hablando en zoque. Es nuestra lengua materna, entonces no es como que quieran enseñarnos a hablarlo, es natural, no se impone, es lo que tú eres como zoque. Entonces ha sido muy natural vivir este idioma, más bien fue el español la imposición que se nos ha dado. Igual es complicado porque el zoque desafortunadamente se ha venido perdiendo. Con el pasar del tiempo se ha dejado de hablar, muchas personas ya no quieren hablarlo, los abuelos se están muriendo y están llevando todo su conocimiento de la lengua a la tumba. Entonces creo que, en un lapso de tiempo, nosotros ya no hablamos un 100% del zoque, es decir ya mezclamos las otras palabras con el español».

Miembros de la banda de ska zoque Sexta Vocal

Fotografía: Gentileza

«Nos han metido esa idea de que los pueblos originarios no pueden ser más de lo que son»

Problemas. «En un principio todo esto fue muy satanizado. Pensaban que nosotros hacíamos cosas del diablo. Eso era por parte de la gente tradicional, para ellos la música tradicional es tambor y flauta y con instrumentos prehispánicos. En México se le puso esta etiqueta al rock desde un principio: música del diablo o música de banda de delincuentes. Pero de a poco fuimos demostrando, en cada lugar que tocábamos, que no hacíamos nada malo y que no éramos vándalos. Más bien queríamos hacer música, que era lo que nos gustaba».

Discriminación. «Siempre va a haber críticas, unas buenas otras malas pero tienes que aceptarlas. Hemos tenido estas críticas de por qué no en español, o pinches indios no pueden hacer rock ustedes porque no es su lengua y también comentarios de que está súper cabrón. Entonces son dos partes: la gente que está optimista y la que no quiere salirse de lo que está establecido. Nostros siempre aceptamos estas críticas, tratamos de mejorar nosotros, en cuanto nos hablan, nos escuchan. También hemos sido discriminados de que no nos quieren invitar en eventos. Siempre fue así desde un principio que no nos querían. Pero poco a poco, con el esfuerzo, fuimos ensayando y mejorando musicalmente hasta el momento en que nos invitaban ellos mismos a los eventos.

Ska. «Es resistencia.  La idea es darlo a conocer. Son un montón de cosas con que se conforma Ocotepec, nosotros en las canciones tratamos de reflejar eso. Mantener ese esfuerzo de lucha, de resistencia y consciencia porque están pasando muchos problemas en nuestro pueblo y sobre todo en esa zona zoque donde ahorita se pretende hacer proyectos mineros y despojar de las tierras del pueblo y de otros municipios. Entonces nosotros en nuestras canciones tratamos de llevar estos mensajes, lo que sabemos lo llevamos a cualquier parte donde vayamos a estar.  Pero siempre llevando la voz de nuetro pueblo, eso es lo más importante que lleva La Sexta Vocal, el mensaje de nuestra gente porque eso es lo que somos, somos zoques y representamos a nuestro pueblo».

El grupo también quiere entregar un mensaje de orgullo indígena.

Fotografía: Gentileza

La Sexta Vocal. «En el idioma zoque  existe una vocal más, aparte de las cinco conocidas en español. Es lo que como zoques nos representa. Que tenemos una vocal más, tienen una particularidad más los zoques, y cuando nos preguntan por eso decimos lo de la vocal. Todo el tiempo la usamos cuando nos comunicamos».

Ser indígena. «Nos han metido esa idea de que los pueblos originarios no pueden ser más de lo que son, de vender en chicles, estar en la calle o estar en su pueblo. Te meten esa idea de que no puedes porque te discriminan. Pero hacerlo desde la parte artística ha sido distinta, ha sido ir a un escenario y gritar lo que sientes en tu lengua y que la gente esté bailando con tu voz y con tus instrumentos. Eso me hace sentir que sí se puede. Todos somos iguales, todos podemos hacer música, hacer pintura y cualquier expresión artística. Todos los pueblos originarios pueden y van a poder siempre.

Futuro. «Nos gustaría que la escena de Ocotepec siga creciendo. Ahora hay seis grupos de punk, metal y hip hop que cantan en zoque. Me gustaría ver que en diez años exista una escena como tal con bandas que vayan al pueblo. Es esencial en la vida de que puedas conocer personas y compartir tu cultura y pensamientos, no todos tienen esa oportunidad y la que tenemos la vamos a aprovechar hasta el máximo».