El viejo que leía el pensamiento zapoteco

El viejo que leía el pensamiento zapoteco

EL VIAJE

El viejo que leía el pensamiento zapoteco

Ignacio Espinoza 

 

 

Pintor. Fue condenado a la cárcel por ser comunista durante la década de los 70 donde descubrió que la liberación estaba en su cultura indígena. Nicéforo Urbieta combina desde hace 40 años el xigaab —pensamiento— con el arte y plantea que hablar la lengua no es suficiente. Tiene que ir de la mano con la cosmovisión del pueblo.

 

Tres hojas paradas apoyadas sobre la pared, una mesa de cemento de 40 centímetros de ancho por 40 centímetros de largo y una luz que estaba a punto de apagarse. Los ruidos de los fierros y el carcelero que cerraba las celdas, una por una. Antes de que llegaran a la suya, Nicéforo Urbieta, preso político, tuvo un destello  en la mente. En el papel tenía dibujado el primer tomo de El Capital de Karl Marx, lo vio y encontró un camino ligado a las raíces, los códices mesoamericanos. Fue en 1977, todo lo que él entendía por civilización se había destruido. Cuestionó la cultura occidental y valorizó otra, la indígena.

Nicéforo Urbieta es un nombre conocido en la ciudad de Oaxaca. El maestro, como le dicen sus cercanos, se ha convertido en una eminencia en las artes plásticas y también en la difusión de la cosmovisión del pueblo zapoteco. La investigación del xigaab —pensamiento— es el trabajo al que ha dedicado más de 40 años. Para el artista cada palabra comprende un universo, pero confiesa que hablar por hablar no sirve y también critica las tendencias que han surgido por revitalizar el idioma. “Todas las lenguas sufren como las piedras del río. Pierden forma con el cruce de culturas, el zapoteco no es la excepción. Se pueden haber campañas de preservación, pero esa misma campaña puede ser una acción concreta de desaparición del pensamiento”, sostiene y agrega: “En la facultad de idiomas se han dado clases de zapoteco, pero el zapoteco que tiene más cantantes, poetas y pintores como Francisco Toledo que lo habla. Pero todo esto ha estado en el cruce de camino entre las culturas del Pacífico y Atlántico”.

«Se pueden haber campañas de preservación, pero esa misma campaña puede ser una acción concreta de desaparición del pensamiento”

Cuando habla, Nicéforo Urbieta pronuncia palabras en zapoteco con el respectivo sonido onomatopéyico que caracteriza a la lengua, un factor clave para entender el pensamiento. “Lo vemos en los simios como hacen gestos. En estos gestos está la sabiduría de la cultura zapoteca y olmeca. Creo que en la lengua existe ese mismo mundo arqueológico de hacer arqueología del pensamiento. Eso es buscando los sonidos ancestrales”, afirma. En 1987 el pintor tenía claro que lo que quería hacer era difundir el xigaab, pero como no sabía comenzó a investigar en textos de náhuatl hasta que encontró la respuesta, todo se remitía a una fecha calendárica, el nacimiento de Quetzalcóatl (Serpiente Empludada), la primera piedra con la que Urbieta cimentó su trabajo. “Xiigab es nueve viento, día en el que Quetzalcóatl puede dialogar con la humanidad, él buscaba el ser dialogante porque en el diálogo puede nacer en zapoteco. Por eso al ser humano se le dice ‘Bh’, que significa transformación. Cuando revisas el calendario, son etapas de evolución”, explica. Desde ese entonces siguió su trabajo como pintor, en cada obra plasmó el pensamiento de su cultura y siguió con la lectura. También participó de charlas donde explicó la etimología de la lengua y que esta va de la mano con una mirada sobre el universo. Pero no era todo, también era regresar a su historia y el encuentro con lo indígena.

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Con un calendario el pintor también plantea la cosmovisión de tiempo y espacio en zapoteco

Fotografía de IgnacioEspinoza 

La lengua la aprendió por inercia. Sus padres hablaban zapoteco y ese vocabulario fue el que reinó el ambiente donde creció hasta que salió de la comunidad para continuar con sus estudios. Ahí se produjo el choque cultural. Todo lo que se estudiaba era en español, pero la pasión por el dibujo y la pintura ya estaban. En 1968 ingresó a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca, un año donde la efervescencia política que vivía el país no eran ajenas en la ciudad. Las universidades bullían de propuestas y la mirada de la izquierda fue afín con la manera de pensar de Nicéforo Urbieta. Pero también fue un período oscuro en la historia de México. En 1971 se produjo el “Halconazo” en México, unos 120 jóvenes fueron asesinados por manifestarse en las calles de la capital. El hecho no fue ajeno en el valle de Oaxaca donde Nicéforo y sus compañeros de universidad se organizaron para expresarse a través del arte. La postura de izquierda, talleres de artes plásticas y la participación en casas de cultura no fueron suficientes, la represión por parte del gobierno fue sistemática a través de la publicidad, desarticulación de academias y asesinatos de quienes no eran posible de cooptar. Solo quedaba una solución, la militancia armada.

Al recordar esos años Nicéforo Urbieta aprieta el puño. Enfoca la mirada hacia el cielo mientras sus ojos pasan del blanco al rojo empañado. Las palabras son escuetas, la respiración se le corta hasta que finalmente logra expulsar una oración balbuceante. “Un factor determinante de eso fue Salvador Allende. Cuando vimos la experiencia chilena… Fue la democracia que se rompió. Para nosotros él era una esperanza de que había una tercera vida”, confiesa mientras espera unos segundos para reunir la fuerza y decir: “La historia que siguió fue difícil. Fue como despertar y decir fue una ilusión. Para los que vivíamos ese momento ese le dio fuerza a los movimientos. Lo que sucedió con la dictadura de Pinochet fue decirnos que no hay otro camino. Eso es lo que nos terminó de convencer. Fue muy doloroso para todos”.

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«Lo que sucedió con la dictadura de Pinochet fue decirnos que no hay otro camino. Eso es lo que nos terminó de convencer. Fue muy doloroso para todos”.

 

Entró en la clandestinidad y lo arrestaron. Lo condenaron a seis años de prisión, lugar donde también tomó consciencia de sus raíces. “Yo pienso que es el destino de todos los indígenas. Legalmente estuve condenado a cuatro años y fueron seis. Seguramente porque estaban buscando más delitos. Se decretó amnistía en 1978 y 1979 y continué en la cárcel hasta el 81 en que quedé en libertad. Habían presos de 60 años de condena que salieron antes”.

Pero gracias a ese oscuro período Nicéforo despertó y hoy vincula el pensamiento de un pueblo con otros tipos de artes. Para él todo es un diálogo que forma parte de la cosmovisión del Xigaab. Por eso desde 2013 creó un calendario donde explica parte del pensamiento zapoteco a través de 21 dibujos que representan la fase evolutiva del ser humano hasta alcanzar la felicidad, todo explicado según la palabra. Ha visto que la recepción de los jóvenes es buena cuando habla con ellos sobre la cosmovisión y se mantiene optimista porque también le han mencionado la posibilidad de enseñar un diplomado sobre la continuidad de la lengua con el pensamiento.

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En su obra el pintor toma como referencia el arte europeo

Fotografía de Ignacio Espinoza

Mientras mira un lienzo que hay frente a una pared, el artista reflexiona sobre las combinaciones que hizo para dar vida a su pintura. Una mujer indígena amamanta a un niño y de fondo se divisan líneas que dan forma a la geografía de México. La imagen es una referencia a Virgen de la Leche de Leonardo Da Vinci . “Me critican mi manera de trabajar. Pero para mí se revela una manera de hacer conocimientos. En base a ese pensamiento era claro que los zapotecos tenían que entrar en diálogo con los europeos. Siempre se espera que el diferente traiga cosas que pueden ser integrados al propia bagaje cultural del conocimiento”.

“Ruk’u’x keem”: el corazón del tejido

“Ruk’u’x keem”: el corazón del tejido

EL VIAJE
“Ruk’u’x keem”: el corazón del tejido

Alejandra Gayol

 

 

Un esqueleto de algodón cubre la desnudez de la mujer tz’utujil. La tierra en cada hilo, la vegetación en cada gota de color, y la intensidad de la luna en cada tonalidad. La sabiduría ancestral materializada en un traje. Formas que representan la cosmovisión de un pueblo. Colores que identifican tu origen. El vientre de una cultura tejido entre las manos de la mujer maya.
Hay palabras que carecen de significado. Las traducciones literales permiten hacerse una idea superficial de lo que quieren decir, pero nunca podrán explicar lo que significa para aquellos que las emplean. Ruk’u’x keem no es el corazón del tejido, es el motor que mantiene viva una historia de respeto, tradición y lucha.
A las orillas del Lago Atitlán, la expresión artística es cotidiana. Esta maravilla natural no solo ofrece una imponente belleza gracias a sus atardeceres rojos entre volcanes, sino que además, su agua descansa en los embarcaderos de pequeños pueblos repletos de artistas. Pintores, escultores y tejedoras de las comunidades mayas kaqchiquel y tz’utujil convierten las calles en galerías de arte.
Atardecer en el lago Atitlán desde Panajachel
Fotografía de Alejandro González Amador

Los pueblos que rodean el lago son doce, entre ellos, destacan por su artesanía Santiago de Atitlán y San Juan de la Laguna. Orgullosos de su cultura, sus habitantes usan sus dones plásticos para representar su cosmovisión. Uno de los indicadores que mejor refleja la vitalidad cultural de estos pueblos es el uso de su lengua, tanto el tz’utujil como el kaqchiquel son utilizados por un 99% de la población. Todo un éxito para la crisis que viven las lenguas no oficiales.

En el pueblo de San Juan de la Laguna, la costura aún es arte. Hace 25 años, un grupo de mujeres despertaron con la necesidad de generar ingresos. Ellas tejían en sus casas, golpeaban con maestría el maíz para hacer tortillas y cuidaban del hogar, al mismo tiempo que se preocupaban por la educación de sus hijos. Los hombres trabajaban en la pesca, retando al Xocomil, el viento que azota el lago, que en lengua kaqchiquel quiere decir “viento que recoge los pescados” de jocom (recoger) e il (pescado). En 1992, en el contexto de una guerra civil, este grupo de mujeres retó a una sociedad que planteaba el papel del hombre como el encargado de llevar el dinero a casa, y el de la mujer como la responsable de las tareas del hogar. Así surgió la organización Ixoq Ajkem que en lengua maya tz’utujil quiere decir “mujer tejedora”.

“El 85% de cada venta va directamente para la mujer que lo ha hecho, y el otro 15% restante para las necesidades de la asociación. Así que cada vez que una persona viene y compra ayuda directamente a la economía familiar de la tejedora”

Para sus primeros pasos contaron con el apoyo de una empresa ajena. Cada mujer recibió mil quetzales —unos 115 euros—  para poder comprar todo lo necesario y así elaborar los tejidos. Tiempo después empezaron a entender que los intermediarios hacían que su comercio no fuese justo, que su trabajo valía mucho más de lo que recibían. Se encontraron con la necesidad de invertir su propio capital, y así surgió la asociación como se conoce hoy en día. “Fue un proceso lento y duro, pero se logró poco a poco”, explica Martina, fundadora de la asociación. Empezaron siendo 15 valientes mujeres, hoy cuentan con 20.
Pero el trabajo de las tejedoras mayas dista mucho de cualquier otro mercado textil. Aquí, cada tejido tiene un significado especial, un trabajo dedicado y un material de calidad impecable. Una labor completamente sostenible, donde los derechos laborales de cada trabajadora son fundamentales. “El 85% de cada venta va directamente para la mujer que lo ha hecho, y el otro 15% restante para las necesidades de la asociación. Así que cada vez que una persona viene y compra ayuda directamente a la economía familiar de la tejedora”, añade Martina.
Fátima, miembro de la organización, tejiendo con el telar de cintura
Fotografía de Alejandro González Amador

El material y el proceso de elaboración es cien por cien ecológico.  Cada mujer tiene su parcela para producir algodón, de donde se extrae el hilo. Los niños y niñas ayudan a sus madres en la recolección de las semillas, momento que se convierte en un ejercicio de transmisión de la lengua y la cultura. El color que se le da al tejido se obtiene de las plantas, muchas de ellas crecen en los alrededores del lago. “Recolectamos hojas, semillas o troncos para teñir el hilo. Un ejemplo son las hojas de chilca para producir los tonos amarillos, o la flor de zacatinta para tonos azulados, pero en este caso también entra en juego la luna. Si recolectamos la flor en luna llena, obtendremos un color agrisado, en cambio, si recogemos la flor cuando no la hay, el color que sale es más bien azulado”, nos cuenta Fátima, miembro de la organización. Solo utilizan componentes extraídos directamente de la naturaleza, sin químicos dañinos, esto permite que las mujeres no tengan que usar ni guantes ni mascarillas a la hora de trabajar. El proceso está totalmente libre de riesgos. También los insectos ayudan a colorear las telas, como es el caso de la cochinilla del que se extrae el color rojo. Los nuevos colores surgen de las mezclas de estas plantas. Para evitar que los tejidos se destiñan con los lavados usan fijadores naturales como el agua de banano.

El método empleado para la elaboración de las prendas es el telar de cintura, una técnica ancestral que aún se mantiene como método principal en la actualidad. El paso previo al telar es el llamado ruk’u’x keem, el corazón del tejido, donde empieza todo. Con una urdidora y una devanadora se decide el largo del producto, su ancho y la mezcla de colores. Es la parte donde se gesta el producto, donde empieza la vida del tejido. También es la parte más creativa, donde se refleja la intención de la creadora. El embrión de la expresión artística.
Martina, una de la fundadores de Ixoq Akjeem, con el traje tradicional de San Juan de la Laguna
Fotografía de Alejandro González Amador
Los productos son variados. El catoon, que es la blusa de la vestimenta propia de la mujer tz’utujil, más conocido en México del sur y el resto de Centroamérica como huipil, es la prenda por excelencia. Sus adornos y colores representan la cosmovisión de cada pueblo. En el caso de San Juan de la laguna, su diseño sigue siendo el mismo que surgió con la fundación del pueblo, identificando a la mujer tz’utujil desde hace siglos. “Si se ve a una mujer en cualquier lugar con este traje significa que es originaria del municipio San Juan de la Laguna, no hay ningún otro municipio que porte el mismo diseño”, nos explica Fátima. En su catoon se pueden ver bordadas nueve cruces en representación de los nueve meses de gestación. Las rayas blancas que se aprecian en la manga son la pureza y esperanza del bebé, el azul se inspira en el cielo y en el color del agua del lago Atitlán. La franja verde simboliza las montañas y la naturaleza. A la altura del pecho se ve un conjunto de 24 cuadros, estos cuentan con doble significado. Por un lado, hay quien lo relaciona con el 24 de junio, fiesta patronal de San Juan de la Laguna. Por otro lado, está la interpretación maya, donde los cuadros representan a los 20 nahuales, símbolos que vinculan a las personas con las fuerzas y las energías del ecosistema según la cosmovisión ancestral, siendo los cuadros restantes las cuatro estaciones del calendario. El ujq q’aq, el corte que se asemeja a una falda, es de color negro por la madre tierra. Las franjas blancas que están bordadas encima relatan el camino de la mujer. El paas, la faja, refleja la seguridad de la mujer y sirve para la sujeción durante el embarazo. No hay detalle sin significado.
No obstante, las nuevas tendencias también se hacen espacio entre las mujeres tz’utujiles. La pasión por la costura y el diseño lleva a la innovación. En la actualidad ya se ven muchas chicas con adornos que no buscan un significado espiritual, sino la mera estética. Motivos como brillantes, volantes o nuevas formas en los bordados, se pueden aprecian en los trajes que portan las adolescentes. Ellas no quieren perder su tradición, pero tampoco quieren dejar pasar las nuevas ideas. Además de la juventud, la demanda turística ha creado una nueva oferta. Las prendas siguen teniendo el mismo proceso y calidad, pero cada vez se hacen más productos que se adaptan a otros estilos que vienen de diferentes lugares del mundo, como las mochilas o los batines con flecos. “Los antepasados usaban huipil blanco, y este no se metía dentro del corte. Conforme el tiempo y la moda, nosotras decidimos meterlo dentro y fuimos añadiendo aquellos colores que nos gustaban”, dice Martina.

Martina junto a su hija Ascelin que lleva un traje dónde se aprecian las nuevas tendencias

Fotografía de Alejandro González Amador
Asociaciones como Ixoq Ajkem son un pulmón en una sociedad de consumo que nos ha convertido en amantes efímeros de la moda textil, donde nos dejamos seducir por la cantidad de formas, colores, telas y marcas sin mirar la calidad o el trabajo que hay detrás de cada artículo. Compramos de forma insaciable, convirtiendo lo innecesario en imprescindible. El mundo de la moda cada vez pierde más sentido, nada es único, no hay dedicación, prima la cantidad a la calidad y, en muchas ocasiones, tras esta industria se esconde la explotación y la miseria que hace ricos a los miserables. Ixoq ajkem rompe los esquemas con solo un secreto, seguir el curso y la esencia propia de la cultura del tejido.
Gracias a la llegada de personas de diferentes partes del mundo que aprecian la artesanía, mujeres como Martina, Bonnie y Fátima pueden ayudar a su familia al mismo tiempo que crecen profesionalmente. En cierta manera, el turismo, cuando no es masivo y destruye, también contribuye a la preservación de ciertas costumbres, quizás dándoles una finalidad más comercial pero que no tiene, en algunos casos, porque ser menos auténtica. Mientras se mantengan tradiciones como tejer en familia y las tejedoras no tengan que abandonar su talento para huir a las ciudades en busca de otros oficios, la lengua también se mantendrá, ya que los espacios como los talleres donde se reúnen se vuelven pequeños momentos de transmisión de la cultura, donde la lengua tiene un papel fundamental. Solo hay que mantener la esperanza de que las madres y padres no olviden que su lengua es un tesoro de un valor incalculable y que, aunque otras lenguas como el español y el inglés sean necesarias para poder hablar con sus clientes, si se pierde el vehículo principal de transmisión de su cultura, se acabará por perder también la inspiración que da forma a sus tejidos, a sus cuadros o a sus esculturas. Pues no es casualidad que en aquellos pueblos que mayor número de hablantes tienen, mayor es su expresión artística tradicional. Martina reconoce la importancia de su lengua: “El inglés y el español son muy importantes para la asociación ya que son muchos los extranjeros que vienen a comprar a nuestra tienda, pero es más importante mantener nuestra lengua materna, el tz’utujil”.
Bonnie, Fátima y Martina en el taller
Fotografía de Alejandro González Amador

La tercera vía: la lucha diaria de los muxes y la fluidez de género en México

La tercera vía: la lucha diaria de los muxes y la fluidez de género en México

EL VIAJE

La tercera vía: la lucha diaria de los muxes y la fluidez de género en México

 

Natália Becattini

 

 

 

Desde pequeñas, las hermanas Mariana y Coral Aquino sentían que eran diferentes de los niños de su edad. Preferían pasar el tiempo con las niñas y siempre encontraban una manera de ponerse la ropa de sus otras hermanas a escondidas. Cuando jugaban, Coral era bailarina y Mariana le ayudaba a arreglarse. La madre fue la primera en darse cuenta de que las hijas eran muxes, personas con una identidad de género exclusiva de los indígenas zapotecos que históricamente habitan la región del istmo de Tehuantepec, en el sudoeste de México.
Mariana trabajaba en un bordado en el jardín de su casa en Juchitán de Zaragoza cuando la conocí. El tejido que ella llenaba de flores coloridas, características de la artesanía del estado de Oaxaca, se convertiría en un huipil, un traje femenino típico de aquella región. Con la renta generada con trabajos de ese tipo, se gana la vida. Ella usaba un cómodo vestido de algodón con estampando que imitaba la piel de un jaguar, y los largos pelos negros caían sobre el rostro maquillado. «¿Siempre te vistes?», pregunté. Ella confirma con la cabeza: «Comencé a los 11 años y nunca más paré. Ya no tengo ropa masculina, todo mi armario es de mujer».
Coral y Marina en el jardín de su casa en Juchitán

Fotografía de Natália Becattini

De acuerdo con la leyenda, los primeros zapotecos que poblaron la región donde fue fundada la ciudad de Oaxaca excluyeron de su convivencia a los hombres que presentaban características afeminadas y los enviaron a una ciudad alternativa fundada en el istmo de Tehuantepec. Con la llegada de los colonizadores españoles, en el siglo XV, esas personas pasaron a ser llamadas muxes, una zapotequización de la palabra mujer.
«Puedo haber adoptado un nombre y ropa femenina, pero nunca seré una mujer, soy muxe y estoy feliz de ser quién soy»
Aunque muchas veces son confundidos con transexuales, los muxes no se identifican ni como hombre, ni como mujer. Poseen características propias y forman un grupo social sui generis y, por eso, a menudo son descritos como un tercer género. «Puedo haber adoptado un nombre y ropa femenina, pero nunca seré una mujer, soy muxe y estoy feliz de ser quién soy», explica Mariana.
Un muxe es toda persona del sexo masculino que escapa al heteronormativo. Es un grupo diverso que incluye desde hombres homosexuales que mantienen su identidad masculina (muxes nguiiu), pudiéndose o no vestirse con trajes femeninos en fiestas y ocasiones especiales, a aquellos que prefieren vestirse y vivir su vida como mujer, adoptando incluso uno nombre femenino y desempeñando papeles que son socialmente reservados a las mujeres en la sociedad del istmo de Tehuantepec, como el comercio y la artesanía (muxes gunaa). «Muchas veces se vende esa idea de que los muxes son sólo aquellos que se visten, pero eso no corresponde a la realidad, no todos nos identificamos de la misma forma», explica Elvis Guerra, un muxe de 24 años que preserva su nombre e identidad masculina.
Elvis cuenta que en la lengua zapoteca no existe distinción de género. Por eso intentar definir los muxes entre masculino y femenino no tiene sentido en la cultura del istmo. La necesidad de definirlos en la perspectiva de la dualidad de género viene del español, ya que es una lengua en que todas las cosas o son masculinas o femeninas, lo que hace difícil para los hablantes expresar o comprender conceptos que escapan al binarismo. «Pero nosotros no somos ‘las muxes’ o ‘los muxes’, somos muxes sólo», afirma Elvis.
Tradicionalmente, son ellos quienes asumen el papel de cuidar de los padres en la vejez. Por eso, se cree que tener un muxe en la familia es una bendición. No todo, sin embargo, es un paraíso en la sociedad juchiteca. Aunque el género sea reconocido en la cultura del istmo, la experiencia homofóbica y la marginación es un aspecto destacado en la historia de cada uno de los muxes con quienes conversé. «Hay mucha discriminación, ser quién somos en esa sociedad es muy difícil, Juchitán es una ciudad pequeña y la gente todavía se asombra y te discriminan verbalmente», cuenta Mariana. Las «muxes vestidas» o gunaa no tienen el derecho de usar los baños femeninos y encuentran gran dificultad para insertarse en el mercado formal y en profesiones de mayor estatus social y, por eso, acaban dedicándose a la costura ya la artesanía, por ejemplo. «Hay gente también que finge que no nos conoce en la calle o que sólo nos ven como payasos, como diversión en fiestas», añade.
Hasta el papel de cuidadoras de la familia sólo les es concedido porque a ellas les está vetado el derecho de construir su propia familia. En el pasado, era común que los hombres tuvieran sus primeras experiencias con muxes. Era una forma de iniciar la vida sexual sin comprometer la virginidad de las mujeres. Hoy, eso ya no pasa con tanta frecuencia, pero muchos hombres heterosexuales continúan buscando los muxes para relaciones casuales e incluso extraconyugales. «Los hombres siempre van a casarse con una mujer y buscar los muxes a escondidas, es muy raro que un hombre asuma una relación con una muxe«, completa Coral.
Amigo de Elvis, Franzoá es muxe y solo se viste en fiestas y eventos especiales

Fotografía de Natália Becattini

Graduado en Derecho, Elvis frecuenta talleres y grupos de literatura y escribe poesía homoerótica zapoteca. En el futuro, pretende convertirse en el primer prefecto muxe de Juchitán de Zaragoza y, así, lograr crear políticas públicas específicas para atender las demandas de la población muxe y crear más oportunidades para ellos: «Nosotros los muxes no tenemos por qué limitarnos al ambiente doméstico, la artesanía, podemos ocupar cargos de poder, ser lo que queramos».

Sin embargo, aún hay un largo camino por recorrer. El preconcepto no siempre sutil que impregna la vida de los muxes es evidente en el vocabulario utilizado para referirse a las personas que se identifican con el género. En la lengua zapoteca, el adjetivo muxe se relaciona a la cobardía, al miedo, a los carentes de valentía. Es una de las formas más fuertes de insultar a un hombre en ese idioma. «Es en su raíz es un término machista y homofóbico, una forma de decir que perdimos valor al acercarnos a lo femenino». Sin embargo, afirma que hay, por parte de los muxes, un movimiento de reapropiación del término para darle un significado positivo: «No nos ofendemos, al contrario, decimos que somos muxes sí, y con orgullo, que eso no nos hace menos que nadie «. Coral concuerda con él y añade: «No me arrepiento de nada. Si pudiera nacer de nuevo y elegir, volvería a nacer muxe para tener otra vez a todos los novios que tuve».

Choyatá: el símbolo del pueblo matlatzinca

Choyatá: el símbolo del pueblo matlatzinca

EL VIAJE

Choyatá: el símbolo del pueblo matlatzinca

Idoia Olaizola
Al dejar atrás Toluca la carretera empieza a serpentear. El verde de los árboles se intensifica, fruto de la pureza del aire. Una última curva y por fin el autobús se detiene. Nos encontramos en San Francisco Oxtotilpan, morada de los últimos matlatzincas de México. De los 2000 habitantes, aproximadamente 800, en su mayoría ancianos, continúan hablando su lengua. Son un pueblo orgulloso de su cultura y su lengua y eso se aprecia en uno de los días grandes del pueblo. El 29 de noviembre se celebra la ceremonia de cambio de mayordomos. La choyatá, que se podría traducir por “palabras del alma” en lengua matlatzinca, es el ritual más importante de la festividad.
Amanece en San Francisco Oxtotilpan. Doña Mari lleva horas cocinando. Todo debe estar listo para la entrega de tamales de su hijo Iván. Ha sido mbexoque durante el año y hoy cede su cargo. Junto con otras mujeres de la familia cocina arroz, pollo, mole, tamales. Cosen coronas de cempasúchil, flor de muertos, para adornar las cestas que serán entregadas a los familiares del nuevo mbexoque. A Jesús, el relevo de Iván, le espera la cesta mayor. Dentro encontrará un pollo entero, tamales y arroz, licor de ágave, cigarrillos y cerillas. El año que viene le tocará a él devolver esa cesta a su sucesor. Iván se siente emocionado: «Fue un año de mucha amistad, de logros y aprendizaje. Este cargo sólo se tiene una vez, y me siento feliz de participar en la iglesia».
Mujeres preparan la comida para la ceremonia
Fotografía de Joseba Urruty
En San Francisco hay dos fuerzas de poder. Por una parte, el poder político reside en tres delegados, que se encargan de las decisiones del pueblo y son los que dialogan con la política a nivel estatal. Por otra parte, está el poder religioso. El mayor cargo lo ostenta el fiscal y su ayudante, el fiscalito. En un nivel menor se encuentran los mayordomos y por último están los campaneros, o mbexoques. Éstos últimos son los encargados de cuidar de la iglesia y tocar las campanas, tanto para dar las horas, como para hacer llamamientos sobre festividades, defunciones o asambleas del pueblo.
A mediodía llega Jesús acompañado de su familia. También acuden los tatas, los sabios del pueblo, que aconsejan a los nuevos campaneros. Después de recibir las cestas y comer juntos, los tatas recitan la choyatá. En el pueblo se está perdiendo el idioma matlatzinca y muchos jóvenes ya no saben hablarlo. La gente de mediana edad, la cual sufrió gran racismo al incorporarse a la escuela, ha decidido no enseñar el idioma a sus hijos, priorizando la enseñanza del castellano. Por eso hoy en día los encargados de la choyatá son los ancianos del lugar. Sin embargo, la importancia de la choyatá en lengua matlatzinca es tal que los lugareños no dudan en afirmar que si ésta se pierde, el pueblo matlatzinca desaparecerá.
Tras la comida, Jesús asistirá a su primera clase práctica de toque de campanas. Tanto los antiguos campaneros como los nuevos se reúnen en lo alto del campanario para aprender los ritmos de cada llamada de campana. No es tarea fácil, tienen un mes para aprenderlo, pues el 1 de enero cambiarán de manera definitiva los cargos.
Llega la noche y es hora de coronar a los nuevos campaneros y mayordomos. Frente a la iglesia del pueblo, los salientes entregan su mando a los delegados y los nuevos lo reciben. Al grito de “¡Qué viva el nuevo!” Se corona con múltiples coronas de cempasúchil a los entrantes, en ocasiones tantas, que apenas pueden ver a través de las flores, lo que origina risas entre los asistentes. Los tatas vuelven a recitar la choyatá, esta vez para agradecer y bendecir a los nuevos y desearles un buen año de trabajo.
«Sin la choyatá el pueblo matlatzinca se extinguiría»
Las mujeres tienen un lugar importante. Aunque en apariencia se encuentren en segundo plano, sin ellas la fiesta no podría llevarse a cabo. Hay un gran sentimiento de unidad. Tal y como explica Doña Mari: «En estas fechas hay mucho trabajo para la mujer, y este compromiso lo solemos sacar nosotras. Las mujeres estamos muy unidas en estos compromisos, familiares y amigos me vienen a ayudar y me preguntan qué hay que hacer». Es por eso que, tras la coronación, los mayordomos y campaneros acuden a sus casas para pedir a las mujeres que colaboren en la realización de las tareas. Por cada petición, los ancianos recitan de nuevo la choyatá. A pesar de ser casas humildes, los anfitriones ofrecen todo lo que está en su mano. Se come pollo con mole y se bebe mezcal y tequila, normalmente alrededor de una hoguera, para escapar del frío. Antaño, este ritual duraba hasta el amanecer, pero hoy en día la procesión dura hasta altas horas de la madrugada.
Jesús es coronado como nuevo mbexoque
Fotografía de Joseba Urruty
Al día siguiente se corona al fiscal. Es un evento importante, y es el último cargo religioso al que se puede optar tras ser campanero y mayordomo. El cargo de fiscal tiene una gran importancia, y así lo explica él: «Me siento un poco nervioso pero estoy muy feliz. Es una gran responsabilidad porque soy un guía para los demás, tengo que dar buen ejemplo». Tras la ceremonia, y acompañados de una banda de viento y petardos, fiscal, mayordomos y campaneros caminan a casa del primero, pues éste prepara una gran fiesta con comida y música para todo el pueblo. Se respira la alegría. Las mujeres ultiman los detalles, colocan los tamales en sus cestas, empiezan a servir los platos. Algunas se pasean por la carpa repartiendo bebida a los comensales. Antes de sentarse a la mesa, los entrantes hablarán con los tatas, y en lengua matlatzinca agradecerán por los alimentos y pedirán permiso para sentarse a comer. Una vez éstos se sientan, todo el mundo empieza a comer. Los campaneros, formando una cadena humana, son los encargados de servir la comida. Iván y Jesús pasan los platos a sus compañeros, que los reciben bendiciéndolos con un breve gesto con la mano. Se les nota cansados, ha sido un día intenso, pero ya les queda poco. La música durará unas horas más y podrán retirarse a sus casas. Unos con la satisfacción del deber cumplido y otros con los nervios propios al ocupar un cargo de responsabilidad en la comunidad.

El salvavidas tecnológico de la cultura en Oaxaca

El salvavidas tecnológico de la cultura en Oaxaca

El VIAJE

 

El salvavidas tecnológico de la cultura en Oaxaca

 

Ignacio Espinoza 

 

Yalam, la aplicación gratuita que enseña 16 lenguas maternas del estado y que fue diseñada por cuatro jóvenes en la universidad.

 

 

Comenzó como una tarea para la carrera de Ingeniera en tecnología de la información. Cuatro jóvenes tuvieron que crear un proyecto para pasar la materia Integradora en la Universidad Tecnológica de los Valles Centrales (UTVCO). La propuesta: crear una aplicación donde se ideó una aplicación que enseñaba el mixteco. Pero la iniciativa traspasó las salas de clases y se convirtió en Yalam, app que enseña las 16 lenguas maternas del estado de Oaxaca como el mixteco, tzotzil, náhualt y zapoteco, junto a idiomas que están próximos a desaparecer como el chontal, triqui, cuicateco e ixcateco.

Un año ha pasado desde que nació el proyecto. Tiempo donde Rocío López, Gemma Citlali Yáñez, Félix Pérez y Richard Mendoza debieron organizarse para seguir los estudios y con Yalam, que en mixteco significa lengua. Diseñaron un plan, cada uno cumplía con las actividades académicas para luego trabajar en las tareas que requería el proyecto. “Nos fuimos con el Centro de Estudios y Desarrollo de Las Lenguas Indígenas de Oaxaca –Cedelio– porque necesitábamos más lenguas y, como tienen investigación, nos ayudaron en los audios y traducción de las palabras», cuenta Rocío.

 

 

 

Gemma Citlali y Rocío López muestran la aplicación que se puede descargar gratis.

 

 

Crédito: Ignacio Espinoza.

 

Sentada bajo un árbol, frente a la catedral de la ciudad de Oaxaca, saca su teléfono celular y con el dedo enseña la aplicación mientras su compañera Gemma la observa. “Podemos encontrar 640 palabras en total que se dividen en las 16 lenguas con una variante por cada una de ellas”, afirma mientras explica que, para enseñar cada idioma, se hizo una división de cuatro categorías; cuerpo, animal, fruta y verdura y hogar. “Cada una tiene diez palabras donde se ve la imagen y la traducción de la palabra”, añade.

Yalam también pronuncia la palabra con un audio del pueblo originario donde se sustrajo la lengua. Una marca que se remonta a la raíz del proyecto cuando visitaron la comunidad de donde vivía Richard y, al hablar con los niños, les hicieron ver la importancia de que ellos hablaran su lengua, el mixteco. “Tenemos una parte donde viene información de las poblaciones y un mapa de Oaxaca donde se dividen las lenguas y en que parte se hablan”, dice Rocío mientras que Gemma agrega: “Seguimos trabajando con comunidades, pero por falta de dinero no hemos podido ir a todas”.

 

 

«Nosotros recalcamos que es importante aprender la lengua extranjera, pero también conservar la originaria»

 

Por otra parte la aplicación también muestra los trajes representativos de cada comunidad. Estos están divididos en ocho hombres y mujeres con el motivo de visibilizar la equidad de género. Pero otro de los focos  que se propuso el grupo son los niños que quieren aprender algo nuevo. “Los papás les dicen que cuando se migren a la ciudad deben aprender español. Nosotros recalcamos que es importante aprender la lengua extranjera, pero también conservar la originaria”, recalca Rocío mientras que Gemma agrega que también es importante continuar con más variantes lingüísticas. La razón: están desapareciendo y las personas mayores ya no están dispuestas a compartir la lengua y los conocimientos.

 

El equipo visita las comunidades y les enseña a utilizar la aplicación.

 

Crédito: Gentileza

 

La intención es expandir Yalam y sumar las diferentes lenguas que se hablan en el estado de México. Por el momento el equipo trabaja para que la aplicación se pueda utilizar en los dispositivos iOS. “Hay un mercado extenso en Europa. Ahí son muy usuarios de iPhone,  entonces es nuestra intención es migrar para allá. Ya tenemos descargas de Grecia, España e incluso Argentina”, agrega Gemma sin olvidar que también trabajan para que el dispositivo esté en el sistema de gobierno para que sea enseñado. Es fácil de usar, no tiene algo complejo y tampoco necesitas datos de internet”, sentencia.