¡Qué me cure el imperio! Letras de una lengua suicida
Alejandra Gayol
Ya son más de quinientos años de resistencia. Cristóbal Colón abrió boca a una ambiciosa Europa que surcó los mares encarnada en la piel de conquistadores como Hernán Cortés. La historia se llena de puntos de vista. Héroes o villanos, traidores o estrategas, asesinos o civilizadores. Las cabezas más arcaicas dejan su pulso en escribir libros sobre la bendición cultural que España regaló a los indios de América.
La aculturación floreció en ciertos estratos de los países colonizados. La inyección letal vino enfrascada en la lengua castellana. Introdujeron el español, imponiendo, castigando y creando una nueva visión donde todo lo que no venía de Europa, era considerado inferior. Las lenguas no hispánicas eran acorraladas, perseguidas y estigmatizadas. Eres lo que hablas. Si no hablas lo que yo hablo, no eres lo que yo soy. Se perfumó el español de novedad y desarrollo, de capacidad de adaptación, de ser la lengua de los dioses. Una fragancia que ocultaba la peste de los nativos americanos. Y así manipularon el sentimiento de identidad, incitaron al autodesprecio y promovieron la vergüenza de ser indígena.
Hoy en día la vieja Europa aún se cubre de gloria recordando sus posesiones de ultramar. Se siente la potente educadora que brindó noción a quien no la tenía. La propagadora de un sistema al que se le debe tanto. Pobres indios pobres, que de su riqueza nació su miseria.
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Lejos de la creencia de un continente que se consuela con una conciencia inmadura, los pueblos precolombinos siempre lucharon por seguir siendo dueños de su destino, sus creencias, su tradición y su lengua. Penetró poco a poco en la sociedad la emergencia de abandonar sus raíces y adaptarse al nuevo mundo que se les imponía. Generaciones resignadas vistieron el disfraz de la gratitud, y aparentaron el agradecimiento hacia los pueblos que llegaron del otro lado del atlántico. Pero América no olvida, entierra los pies en el suelo y muerde el polvo que algún día piensa escupir.
«Los pueblos precolombinos siempre lucharon por seguir siendo dueños de su destino, sus creencias, su tradición y su lengua»
¡Que me cure el imperio! Letras de una lengua suicida, se presenta como una sátira que se burla, desde la perspectiva de una lengua originaria que vive convencida de su mala fortuna por ser indígena, de aquellos que se cuelgan la capa de héroes colonizadores. Esos que sostienen que, como portadores de una cultura más avanzada, los hombres y mujeres que habitaban América en aquel entonces, no pudieron hacer otra cosa que rendirse ante la gran oportunidad de desarrollo que se les estaba brindando.
¡Que me cure el imperio! Letras de una lengua suicida.
Débil y asalvajada.
Pobre y bruta. Torpe, mal pronunciada.
Ignorante en ciencia, desinformada,
en la tecnología, desubicada.
Llegó la gran España, civilizada.
De santos y vírgenes uniformada,
blanca, altiva y adiestrada,
impartiendo cultura desde la espada.
Alcé los brazos, entregada,
¡cúrame, cúrame! ¡hazme educada!
La madre patria, gran ilustrada
tomó la plata sin ser cuestionada.
Vació las minas, despreocupada.
Bautizos cristianos, sangre derramada,
colonizando mentes por degeneradas,
desterrando raíces ya destripadas.
Me escondo en los campos, avergonzada,
cediéndole el paso a “la adelantada”.
Agonizo entre escombros, desalentada,
por ser ignorante y poco adaptada.
Una anciana inútil, desterrada.
Aprieto mis labios dejándome ahogada,
¡No quiero vivir! ¡No sirvo de nada!
ni hablo, ni canto, ni soy mencionada.
Merezco la muerte, por ser atrasada,
¿Quién quiere besar una lengua arrugada?
Me olvidan maestros que dejan cerrada,
la herida profunda de una piel quemada.
Me mira con pena, casi devastada,
un alma errante y desorientada,
no lamentes más, muda abandonada,
no llores ahora una muerte anunciada.