FUERA DE RUTA
Matar al mensajero
Alejandra Gayol

 

Los gritos no se ahogan entre los barrotes, ni el tiempo borra la memoria de los cuerpos que nunca volvieron. Las amenazas no son la epidemia del miedo, ni los golpes consiguen minar el coraje. Los cadáveres no son señales que advierten de una retirada a tiempo, sino que se convierten en los estandartes de una lucha que sí tiene voz, pero que vive en un mundo de sordos.

En un salón de la cinemateca boliviana de La Paz, el pitido de un micrófono corta el alboroto habitual del inicio de una asamblea. Domingo Hernández,coordinador de la asociación maya Uk’ U’x B’e, denuncia un asesinato. Un líder de una comunidad vecina es hallado muerto. Uno más. Otro objetivo enterrado, otra voz silenciada. La sala ni titubea. Es el V Encuentro Internacional “restos y desafíos” en la construcción de Estados Plurinacionales en Bolivia. En el aula, cien butacas que ocupan los comunicadores indígenas más importantes del país y otros invitados especiales. No hay sorpresa en los rostros, es la consecuencia de la lucha. Una noticia obscenamente cotidiana.
Se ruega un minuto de silencio. Las sillas retroceden empujadas por las partes traseras de las piernas creando un sonido acompasado. Todos en pie. Los sombreros, obedientes, no se escapan de las cabezas que casi rozan el suelo. Un minuto da para pensar mucho. Como en un oasis, todos se reflejan en esa muerte. Saben que pueden ser los siguientes. El miedo es inevitable, la supervivencia es el más primitivo de los instintos. Muchos se sienten solos, pero los compañeros que perecen se vuelven el combustible que alimenta un movimiento revolucionario. Los más bravos rumian la coca que se mezcla con saliva y agonía, como si al destrozarla despedazasen a los culpables. Se congelan las miradas, son los últimos segundos sin intervenciones.
Viñeta de El Roto
Hay que continuar el encuentro. Sobre la mesa el anticapitalismo, la despatriarcalización y la descolonización. Todos coinciden con la importancia de mantener su lengua para poder alcanzar un modelo social indígena alternativo, hablarle al pueblo en la lengua del pueblo. Hay lugares donde no hay televisión, solo la radio es la ventana al mundo exterior. Su idea sobre lo ajeno depende de lo que diga la voz que sale por ese aparato. Misión: hacerse un hueco en el escenario mediático del mundo. El porqué, simple, estamos en guerra. Las armas han pasado a ser de plasma, el campo de batalla se ha vuelto virtual y la munición no es otra que la ideología.

Los comunicadores indígenas son completamente conscientes del monstruo al que se enfrentan. Las empresas que dominan los países latinoamericanos tienen un importante control sobre los medios. Esto no es un problema al que solo se tienen que enfrentar los comunicadores de América Latina, sino que es algo que ocurre a nivel mundial. El rapero Valtonyc o los directores de la revista El jueves en España son un ejemplo de la universalidad del problema. Las víctimas de la manipulación mediática siempre son las minorías, aquellos sectores que no cuentan con el poder económico suficiente para hacer frente a este monopolio informativo. Los recursos de las elites económicas proyectan una sombra que es difícil de iluminar si solo se cuenta con una cerilla.

La desinformación es una poderosa herramienta de manipulación

Las victorias electorales, la canción de moda, los héroes y los villanos del mundo. Todo se decide por la presión de los medios. Hay grandes campañas de ataque, unas mas explícitas que otras, para conseguir que el mundo se mueva en una u otra dirección. La punta del iceberg está controlada por grupos de derechas que ven temblar sus intereses en cualquier acto revolucionario, por lo que cualquier medio que se manifieste anticapitalista es considerado un terrorista al que, por supuesto, hay que endemoniar. Consiguen sus objetivos inundando las redes sociales, bombardeando los informativos hasta hacer que las masas se posicionen. Y lo consiguen. La estrategia de mantenerse en el poder haciendo que el mundo odie a su enemigo.

 

“Comision Creel”, así se llamó a una de las primeras campañas que se usaron para manipular la historia mundial. Esto ocurrió en los Estados Unidos en 1916, cuando el presidente Woodrow Wilson vio que la sociedad estadounidense no tenía ninguna preocupación por la Primera Guerra Mundial, su lejanía le hacía perder interés, mientras Europa estaba inmersa en el conflicto. El presidente soñaba con la participación en la guerra, pero necesitaba crear esa necesidad entre los ciudadanos. Dicen, que en solo seis meses, el odio a Alemania recorría las venas de los estadounidenses, la Primera Guerra Mundial estaba en la boca de todos los ciudadanos, un debate abierto que hizo que un problema que veían ajeno poco tiempo atrás se convirtiera para ellos en una amenaza inminente. El pueblo quería poner a prueba esa invencibilidad que tanto había recalcado el presidente Wilson en su campaña psicológica. Edgar Bernays, años después de su desvinculación de la Comision Creel utilizaría la frase: “Las palabras ganaron la guerra y perdieron la paz”.

“¡Tanto es el miedo que nos tienen!”, grita una de las comunicadoras de la sala. Las lágrimas le resbalan hasta perderse en la comisura de sus labios. Hierve en su discurso. Recuerda a todas y todos los que han caído. Hay mucha censura y muchas condenas para los comunicadores en todo el mundo, pero las consecuencias para los indígenas son letales. No les silencian con cárceles ni denuncias, a los comunicadores indígenas les arrebatan la vida. “Yo hablo en nombre de mis hermanas que han muerto. Hablo de esos hijos de puta que al verlas mujeres no solo las matan, las violan, las torturan. Y sí, somos mujeres y tenemos una desventaja física en muchos casos, pero dentro somos fuertes, y yo lucharé por cambiar esto aunque también me cueste la vida”, continua la comunicadora tras pedir perdón por los gritos que han hecho tambalear el agua de todas las mesas. Los testimonios que exponen los participantes han encendido el ambiente. Bashe Charole, comunicadora qom del Chaco argentino, habla de la situación de los activistas en Argentina. “La derecha no es joda”, dice con un tono tirante. “El apagón informativo es un hecho. La comunicación era un derecho humano y pasó a ser un negocio para promover las inversiones y asegurar la estabilidad del mercado de la comunicación”. En sus silencios solo hay silencio. “Venimos informando de lo que pasa en nuestras comunidades, del extractivismo de Monsanto. Hace unos meses una compañera fue golpeada brutalmente, seguidamente violada sexualmente, torturada, y finalmente asesinada. Esto solo está pasando en nuestras comunidades.” Nadie respira, solo esperan a que siga su discurso. “Intentan vetar a los medios. La censura se ha incrementado. Tener voz ha sido una conquista nuestra, un logro nuestro. Pero quieren que los medios indígenas se debiliten. Si vienen a Argentina van a comprender de que el avance de la derecha no es broma hermanos, se pierden vidas, y nosotros la estamos padeciendo”.

La impunidad ante los asesinatos de periodistas y activistas indígenas está a la orden en América Latina
Fotografía de Yucatán News
Para llegar a las masas, mejor que estas sean monolingües. Un país o un mundo plural, donde se hablen muchas lenguas, es más difícil de manipular. Los mensajes tienen que llegar a un gran número de potenciales soldados. Para que las campañas psicológicas sean más rápidas, más eficientes, para matar millones de pájaros de un solo tiro, hay que concentrar al objetivo. El miedo de reconocer u oficializar las lenguas indígenas, o las lenguas minoritarias de cualquier país, es el miedo a que aparezcan movimientos que no puedan controlar, que los pueblos piensen por sí mismos, que se escapen de su dominio. Las lenguas son una amenaza para aquellos que mueven los hilos. Un líder indígena con poder en un canal de televisión o con total derecho de expresión en una radio local tendría demasiada ventaja. Por eso las lenguas indígenas son satanizadas, ridiculizadas, son las lenguas del terrorismo, del antiprogreso, del subdesarrollo. Las campañas mediáticas atacan a las lenguas, pues conocen su poder. Una lengua es un pueblo, una nación, una bandera. En el mundo existen aproximadamente 6000 lenguas, si todas tuvieran los mismos privilegios, el mismo espacio en los medios de comunicación, la manipulación de las elites sería imposible, caótica, pues ¿podría un jugador de futbol meter gol manejando al mismo tiempo 6000 balones? Que todos seamos uno, que todos hablemos y entendamos la misma lengua, que solo unos pocos idiomas tengan ese espacio en el mundo de la comunicación simplifica la manipulación. Cada lengua es una visión distinta del mundo, una forma diferente de comunicar, un pensamiento diferente que puede colarse en el panorama mundial y estropear los planes del negocio de la comunicación.
Se acerca el fin de la jornada. Domingo Hernández, sin dejar de pensar en la muerte de su camarada dedica las últimas palabras: “La criminalización no es reciente. Tiene una matriz colonial que empezó con la conquista hace más de 500 años. Creían que éramos unos sin cultura, seres incapaces, incluso se nos cuestionaba ser humanos”. Respira buscando la complicidad entre los asistentes. “Los indígenas eran clasificados como terroristas manipulados por los comunismos internacionales. Eso les servía de excusa para llevar a cabo los genocidios.” Domingo se percata de que todos le siguen con atención, no hay gestos aburridos y las caras desprenden impaciencia. “Los grandes consorcios de la comunicación sienten que sus intereses se ven amenazados si se legalizan las radios comunitarias. Los medios alternativos tenemos una responsabilidad. Es una lucha frontal, en este campo se definen las políticas, las ideologías. La única forma de derrotar la criminalidad nacional y transnacional es la conciencia, la articulación de los comunicadores con sus pueblos, con sus comunidades. Dice la alcaldesa indígena del Quiché que la pobreza económica no es el problema, sino que el problema es la pobreza del conocimiento”.

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