EL VIAJE
Las lenguas no entienden de fronteras
Alejandro González Amador

 

 

Una lengua no se detiene ante una línea imaginaria, no depende de un pasaporte en una aduana o no ve restricciones en límites territoriales políticos, sino que llega dónde lo hacen sus hablantes. Por esto, una lengua no entiende de fronteras y, en la mayoría de los casos, son las verdaderas delimitadoras de los territorios.
Uno de los temas de conversación recurrente en cada una de las lenguas que hemos documentado ha sido la referencia a gente, a quien vivía al otro lado del río, más allá de la montaña o a pocos kilómetros. En definitiva, al otro que diría Kapuściński, a un semejante, a un hermano. Y es que esa persona sigue estando presente en el colectivo imaginario y real de un pueblo por mucho que ahora lo separe un puesto fronterizo o una línea imaginaria.
Hombre maya admirando el color del lago Atitlán al atardecer en Panajachel, Guatemala
Fotografía de Alejandro González Amador
Las lenguas mayas están repartidas por parte del territorio de México —en Chiapas, Yucatán y Quintana Roo—, Belice, y, principalmente, por toda Guatemala. Algunas, como el Itzá, el lacandón o el jacalteco, estaban o están a ambos lados de la frontera, los hermanos de un lado y de otro comparten no solo su lengua, sino también muchos rasgos de su cultura. Cuando un kaqchikel te cuenta que su símbolo es el sotz —murciélago— siempre te dice que en Santiago de la Laguna es un pájaro y en San Juan esos cuadros de colores tan vivos. Y a estos tres pueblos ni siquiera los separa una frontera, sino “solo” las aguas del lago Atitlán, en Guatemala.

Los garífunas se reparten por las costas del Caribe de Belice, Guatemala, Honduras e incluso Nicaragua. En este caso, no se trata de una familia lingüística con muchas subdivisiones en un área extensa, sino que es la misma lengua —aún con variaciones léxicas— que se habla en las costas caribeñas de todos estos países. A los garífunas les une tanto su lengua y su cultura común, que muchas veces tienen más relación transfronteriza que dentro de su propio país. En nuestra estancia en Lívingston, Guatemala, pudimos compartir con ellos la celebración del Día Garífuna y vimos cómo la presencia de grupos de otras nacionalidades, pero igualmente garífunas, eran una parte muy importante de todos los actos.

«Una lengua no se detiene ante una línea imaginaria, no depende de un pasaporte en una aduana o no ve restricciones en límites territoriales políticos, sino que llega dónde lo hacen sus hablantes»
Paisaje del territorio naso cerca de Guabíto, Panamá
Fotografía de Alejandro González Amador
El pueblo naso, en Panamá, se encuentra en la provincia de Bocas del Toro, al norte del país. Al otro lado y en Costa Rica, en el Pacífico, sus hermanos los terraba, comparten con ellos la misma cultura y lengua. Durante siglos una ruta a través de la selva y las montañas los unía y hacía que tuviesen intercambios frecuentes. La creación de fronteras y parques naturales, principalmente, hicieron que su relación se interrumpiese a principios del siglo XX. A finales de siglo, una expedición naso se atrevió a rehacer el camino y llegó a territorio terraba, pero nadie reconoció a los hermanos que venían de Panamá. Sin embargo, una abuela, que aún recordaba la lengua (aunque hacía años que no la hablaba), entabló conversación con la expedición y certificó que, efectivamente, eran los hermanos que antaño se perdieron. Ese vínculo esencial que los volvió a unir fue la lengua, elemento principal en cada cultura.

Las fronteras no son más que una invención del ser humano —que sean intrínsecas a su naturaleza o no, ya es otro debate que podríamos analizar en el próximo artículo—. Al fin y al cabo, todos estos vecinos, los protagonistas de muchas de las historias que hemos documentado, no han hecho más que recordarnos la importancia de alguien a quien consideras tu hermano, que tiene tus misma cultura y habla tu lengua, pero que en algún momento de la historia, una decisión política o económica lo separó de ti.

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