EL VIAJE
Garífuna: la transmisión de la lengua a través de la música
Alejandra Gayol
Todo empieza con el golpe seco de una mano. El garawon —tambor— insonoriza el patio de una casa del barrio París del municipio de Lívingston. Una anciana duerme en una silla, a la sombra, y sonríe sin abrir los ojos. El ritmo toma fuerza. Irrumpe con las sisira —maracas— un hombre que parece imitar el seseo de una serpiente. Las ventanas se abren dejando pasar el sonido. La gente se va acercando, con las palmas de las manos clamando al cielo. Todos esperan esa parte de la canción que hace prender la mecha. Aparece una mujer que se presenta con un grito agudo. Abre la boca, pero mantiene silencio, hasta que aparece la primera palabra. Esta se propaga como la corriente, contagiando todo a su paso. El canto se abraza al son de la música del Caribe. Entonces surge la magia, renacen las palabras que se guardaban en el baúl de los recuerdos. Las expresiones muertas cobran vida. Los niños hablan, a través de las canciones, con sus ancestros. Los unos se reflejan en los otros, moviendo unos labios perfectamente sincronizados. Su historia, su lengua y su identidad, se transforman en música.
Lívingston es una localidad del departamento de Izabal, en Guatemala. Su foto parece sacada de algún fondo de pantalla o de un calendario de viajes. A su lado, tranquilo, el Caribe mece barcas de colores desde las que los niños se lanzan a nadar. La humedad se vuelve visible en una selva de un verde casi radiactivo, tan intenso que parece intentar salir a respirar entre tantas palmeras. La naturaleza que rodea este municipio es tan exagerada que su acceso a tierra se vuelve imposible.
Vista de Lívingston desde su entrada por el río Dulce
Fotografía de Alejandro González Amador
Pero lo mejor de Labuga —Lívingston— no se encuentra en su paisaje. El pueblo es un rincón de multiculturalidad. En el conviven cinco idiomas: Q’eqchi’, hindi, español, inglés y garífuna. La vida en la calle es pletórica. Los incesantes tuk tuk parecen tener un depósito de gasolina eterna. No falta la comida en la calle, el coco es el elemento principal de la gastronomía. La artesanía tiene muchas formas y colores, predominando los instrumentos, pues la música es un ingrediente esencial de su día a día.
«Muchas veces dicen que solo sabemos bailar, pero tras nuestras danzas, hay una historia de resistencia»
Los garinagu —garífunas— son los responsables del paisaje musical livingsteño. Esta comunidad tiene origen en Yurumein —San Vicente—, una isla del mar Caribe. En 1635, dos barcos que trasladaban a personas desde África para utilizarlos como esclavos en América, naufragaron frente a las costas de esta isla, permitiendo que estos pudieran nadar hasta tierra. Allí fueron recibidos por los caribes, quienes poblaban en ese momento la isla, con los que vivieron y tuvieron descendencia. En el año 1795, los ingleses los echaron de San Vicente, provocando que los garífunas fueran en busca de una segunda oportunidad. Llegaron por primera vez a Honduras y de ahí se fueron desplazando hacia Guatemala, Belice y Nicaragua.
Un pueblo que ha vivido resistiendo, no se despega de sus raíces fácilmente. En 2001 la Unesco proclamó la lengua, la danza y la música garífuna como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, pero el pueblo no considera esto un acto de generosidad. “El pueblo garífuna siempre ha estado comprometido con su cultura, el reconocimiento de la Unesco no es un regalo, sino el triunfo de la continua lucha de un pueblo” dice Mery Lambei, maestra y promotora cultural de la lengua garífuna. “Muchas veces dicen que solo sabemos bailar, pero tras nuestras danzas, hay una historia de resistencia”, añade.
La música para la cultura garífuna es una parte fundamental en la vida. Es la forma de comunicarse con sus ancestros, de despedir a sus seres queridos o de mostrar sentimientos que, sin ser interpretados en una canción, nunca podrían expresar. La danza y la letra que acompañan a la música, cuentan su historia. Una forma de enseñarle al mundo su visión de sí mismos. La música supone para ellos una herramienta irremplazable de difusión y conservación de su cultura.
La danza es un relfjeo de la historia del pueblo garífuna
Fotografía de Alejandro González Amador
Y no solo en la teoría. El orgullo garífuna ha favorecido en gran medida la preservación de su lengua. Paseando por los barrios puedes escuchar aún a muchos jóvenes hablando en garífuna, cosa que no es habitual encontrar en otras comunidades donde existe una lengua minorizada. Quizás han sabido utilizar una cualidad común en todos, como es el gusto por cantar, para introducir la cultura en las nuevas generaciones, avivando el interés hacia las canciones a través de la facilidad de contagio que tienen los estribillos.
Los géneros musicales tradicionales garífuna, como pueden ser la punta o la parranda, aún tienen un público activo, tanto a la hora de escucharlo, como de producirlo. También es cierto que otras tendencias musicales como el rock o el reggaetón, cantadas en lenguas como el español o el inglés, cada vez están ganando mas terreno a los géneros tradicionales, introduciendo nuevos ritmos y con una finalidad más comercial que sentimental. Aún así, la música garífuna resiste: “Tiene que ver con la educación, tiene que ver con conocer tu origen, conocer tu historia. Si tu vienes con mil canciones y con diferentes géneros para mí y yo conozco mi historia, no me vas a mover de ahí”, dice Juan Carlos Sánchez, cantautor de música tradicional parranda, un género donde predomina la guitarra y que en la actualidad está sufriendo una fuerte decadencia. “Gracias a la música tradicional podemos mantener palabras que ya no se escuchan, las palabras que usaban nuestros abuelos. Cuando cantas garífuna solo se escucha letra garífuna, la lengua que debemos usar para ser escuchados por nuestros ancestros”, aclara Juan Carlos.
Milton Francisco, conocido en la escena musical garífuna como Gouule Style, en su productora La Buga Records
Fotografía de Alejandro González Amador
Introducir la lengua garífuna en un panorama musical más novedoso es lo que plantean artistas como Gouule Style. Este productor y artista musical crea canciones con ritmos más actuales como el trap, el afrobeat o el reggae, populares entre la gente joven, pero con letra garífuna. “La gente joven escucha la música si se sienten identificado con el ritmo, no les importa en que lengua este el tema, lo importante es que el movimiento esté en el ambiente. Por eso, la música con letra garífuna tiene tantas posibilidades de salir al mundo como las cantadas en cualquier otra lengua”, nos aclara Gouule en su estudio, La Buga Records, donde acuden muchos jóvenes garífunas para dar sus primeros pasos en la escena musical.
Siempre les quedara la música. El ritmo que une a toda la familia. Las letras que replican inconscientemente en las cabezas de abuelas y niños, como si fuera una constante vital más, un factor común que se presenta en su genética, imprescindible para el funcionamiento de su cuerpo. Cuando la música es resistencia, es parte fundamental de la identidad grupal de un pueblo, transciende a un nivel que va mucho más allá de un momento de fiesta. Mientras los pies no se cansen de bailar la chumba, las manos no se aburran de dar vida a la punta, o las palabras no se resbalen entre las cuerdas de una guitarra que toca parranda, la cultura garífuna seguirá enriqueciendo el mundo.
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