EL VIAJE
El guaraní crece entre ríos
Idoia Olaizola

El guaraní es el idioma oficial de Paraguay, donde cerca del 90% de la población lo habla. Pero también existen hablantes de guaraní, o avañe’ẽ, que se traduciría como «la lengua del hombre», en países colindantes como Bolivia, Argentina o Brasil. Ara Mimbi Olivia Vera vive en Paraná, Argentina. Es referente del idioma y la cultura guaraní, y lleva 29 años trabajando por reforzar los saberes ancestrales de su pueblo.

Llegamos a su casa. Nos recibe en la puerta con una sonrisa. Su piel es blanca, viste una falda larga y una camiseta. Porta una diadema que adorna su pelo rizado, única característica que conserva de sus descendientes africanos. Nos invita a pasar a su casa. Esta es caótica, llena de cajas con documentos que ha almacenado a lo largo de los años. Varias wiphala cuelgan de las paredes y una figurita de un búho mira fijamente en dirección a la puerta de casa. “Es un animal protector. Él me avisa cuando vienen extraños”, comenta. Ella es Ara Mimbi Olivia Vera, referente de la comunidad guaraní y afrodescendiente. Lleva 29 años trabajando por el desarrollo de la cultura y lengua guaraní. Es avá-guaraní, uno de los subgrupos en los que se dividen los guaraní en su región junto con los tupí y los mbyá.

En el año 92 sufrió una grave enfermedad. Los médicos no le daban más de seis meses de vida. Entonces recurrió a la medicina tradicional, lo que la ayudó a contactar más profundamente con sus raíces indígenas. A partir de ahí empezó una investigación sobre su identidad y sus orígenes y una lucha porque estos no se perdieran. Nada más sentarnos, despliega dos grandes mapas, uno de Sudamérica y otro de Argentina, para explicar las migraciones del pueblo guaraní y sus asentamientos. Cuenta que los guaraníes provienen de la zona del Caribe, pues allá encontraron vestigios de este pueblo y que fueron bajando de forma gradual hasta la provincia de Buenos Aires. Es portadora del cetro de las cuatro naciones del intisuyo, como embajadora en las cuatro divisiones del antiguo imperio incaico.

«Sarmiento prohibió hablar cualquier lengua indígena»

Se oyen ruidos en la cocina de la casa. No vive sola. La acompaña Augusto Mechetti Martínez, un hermano de la comunidad guaraní con quien lleva a cabo las tareas ancestrales. Es profesor de Idioma y Cultura Guaraní en la cátedra de Historia Contemporánea de la UADER. Ambos hablan avañe’ẽ, la lengua del hombre. Fundaron en el año 90 el curso superior de Idioma, Historia y Cultura guaraní de Entre Ríos e imparten clases también en el CILEN, el centro intercultural de lenguas en Paraná. Cuando preguntamos por los gobiernos de Videla y Sarmiento, se miran y se sonríen con cierta incomodidad. Cuentan que Sarmiento tenía una máxima: mejorar la raza argentina mezclándola con los europeos. Las personas que presentaban características que denotaran la procedencia de algún pueblo indígena o afrodescendiente eran duramente castigadas. Esa es la razón por la que prohibió hablar cualquier lengua originaria. En el periodo de Sarmiento, durante la guerra de la Triple Alianza, envió a los esclavos negros e indígenas a luchar contra los paraguayos. Esa es una de las mayores causas por la que casi desaparecieran del país.

Como buenos argentinos, nos ofrecen mate, lo que ayuda a distender la conversación. Pero no enlazamos con un tema tranquilo. Hablamos de religión. Los jesuitas tuvieron una fuerte presencia en el norte de Argentina, e influyeron en la cultura guaraní. Por eso ahora la mayoría de guaraníes son católicos, aunque conservan ciertas costumbres prehispánicas. Además, una de las razones por las que el guaraní tenga tanta fuerza es porque fue la lengua escogida para evangelizar a los pueblos de la zona, en detrimento del resto de lenguas cercanas. Ava y Augusto no tienen reparo en aceptar su fe, aunque no siempre siguen sus preceptos a raja tabla. Para Ava la muerte no es símbolo de tristeza, por eso insiste a su familia que no quiere que sufran en su entierro. Pide que hagan una gran fiesta con un asado, que es como ella querría festejarlo.

Se hace tarde y tenemos que marchar. Antes de irnos decide compartir con nosotros una ceremonia de purificación y de buena suerte. Busca entre sus muchas cajas un poco de carbón y tabaco. Lo quema y mientras apoya sus manos en el corazón, nos pide que cerremos los ojos y pidamos nuestros deseos. Al finalizar nos abraza y nos desea suerte. Al llegar al umbral de su casa, nos explica que quien llega a la entrada es un conocido, quien pasa de la puerta es un amigo, pero quien se sienta a su mesa es su hermano. Ahora somos, entonces, sus hermanos.

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