Los prisioneros enmudecidos de Chiapas

Los prisioneros enmudecidos de Chiapas

FUERA DE RUTA
Los prisioneros enmudecidos de Chiapas

 

Ignacio Espinoza 

 

 

Los obligaron a firmar un papel en blanco, acta de condena que los relegó a la cárcel. Ahí conocieron las torturas y los días sin ver a los familiares. Del sufrimiento sacaron una voz, con lápiz y papel denunciaron los abusos físicos y psicológicos que padecieron por ser de una etnia diferente. Los custodios no les permitieron hablar en la lengua materna y los baches de un sistema judicial les quitó la libertad, pero no la identidad.

 

La velocidad del auto hizo que las llantas resbalaran. Juan Collazo reconoció aquel sonido del frenazo y pensó que chocaron el vehículo de su primo Pedro Jiménez. Éste salió de la casa a ver que pasó, pero no volvió. Juan escuchó un nuevo ruido y repitió la misma acción. La escena siguiente obedece a un puzzle incompleto donde las pocas piezas que recuerda son una voz que le dijo: “manos arriba” seguido de una golpiza que le hizo perder la memoria.

Domingo por la mañana en San Cristóbal de las Casas. Juan Collazo maneja un automóvil que se aleja de la ciudad mientras el sol le da un respiro a los coletazos del frío que han conquistado diciembre. Se detiene a un costado de la carretera y en un puesto de comida compra un pollo asado, acelgas y tortillas. Luego retoma el viaje donde la parada final es el Centro de Readaptación Social Nº5  –Cereso– del Estado de Chiapas. Entrega sus documentos de identidad y entra. Los guardias lo saludan cordialmente y le abren rápidamente las rejas hasta que llega a un gran patio donde cuelgan hamacas con carteras hechas manualmente.

Juan Collazo es la celebridad, algunos reos lo reconocen y le estrechan la mano, él responde afectuosamente y sigue su trayecto que termina en un rincón donde hay una mesa de madera. En la pared se leen rayados que dicen “Anarquía, salud y reivindicación social”, junto a estampados del Subcomandante Marcos, Ernesto “Che” Guevara y Emiliano Zapata. En el lugar, también conocido  campamento, hay una larga banca y sillas rojas con el logo de Coca-Cola en el respaldo. Ahí lo esperan Adrián Gómez Jiménez, Diego López Méndez y Esteban quien viste una camisa roja, pelo corto al ras y una cicatriz sobre el labio. Juan Collazo saluda a los tres y se sienta en la cabecera del mueble firmemente: “Aquí hicimos historia, invitamos a mucha gente para que luchara”, recuerda.

 

Juan Collazo fue enjuiciado, condenado y torturado en la cárcel.

Fuente via Solidaridadchiapas.wordpress.com 

Tras perder la consciencia no recuerda como llegó a la fiscalía. La seguidilla de golpes que le dieron en el cuerpo terminaron por ayudarlo, al final cada embate lo sintió como una palmada y dos días después del arresto, al verse el cuerpo lleno de moretones, se hizo la primera pregunta ¿qué me ha sucedido?. Lo llevaron al ministerio público para declarar, pero en ese entonces la lengua española era una desconocía, no pudo descifrar lo que le dijeron, las respuestas solo se limitaron a asentimientos con la cabeza como consecuencia de las palizas sufridas. “Firmamos unos documentos y ni sabíamos el contenido de eso”, recuerda.

El motivo de la condena fue el rapto de una mujer, pero Juan Collazo prefiere culpar al amor por la injusticia cometida. Él tenía una amiga, con el tiempo la amistad creció y llegó el momento en que le dijo que le gustaba. La atracción era mutua, se hicieron novios y una noche de abril en que se celebró la Fiesta de San Cristóbal no volvieron a casa. “Decidimos vivir la vida juntos porque nos queríamos y sentíamos un amor intenso en nuestros corazones. Quedamos de visitar a sus papás y yo visitar a mi suegro  para pedirle perdón”, explica. Pero el plan no resultó, el padre de la muchacha puso cargos por secuestro.

El día de la detención estaba con su primo Pedro Jiménez porque ambos trabajaban en el comercio ambulante. “Había acabado de perder la elección de su pueblo. Quería ser presidente municipal de su pueblo y estaba bien corajudo, entonces al saber que su hija se había ido con mi primo se enojó mucho y acusaron a mi primo de secuestro”. Cuenta Pedro López. Recuerda que no entendían el castellano y por eso también las repercusiones fueron mayores.  “No saber hablar español es un delito para la gente indígena. Porque eso nos tocó vivir a nosotros, por tener una lengua somos más discriminados, hay más racimos, porque somos gente chaparra te humillan”, agrega.

Por estar junto a su primo, Pedro López también fue detenido. Cuando recuerda los episodios se apunta la frente y dice que quedó con una secuela en esa zona por las constantes golpizas que recibió. Hablante tzeltal también se queja porque, al momento de la defensa, recibió una traductora tzotzil, la lengua de su primo. “El tzotzil no conoce lo que es la lengua tzeltal, la cultura más que nada, los usos y costumbres,  en cada municipio son diferentes usos y costumbre y cultura”, afirma Pedro.

Juan Collazo define la cárcel como un pueblo, uno donde estuvo obligado a aprender  el español para sobrevivir. Hubo momentos en los que tuvo que hacer de médico y otros episodios donde debió estar en los juzgados y había que entender como fuese lo que decían de su caso. Pero también conoció otro lenguaje, el de señas. Dentro del penal estaba prohibido que los reos se comunicaran en la lengua materna. “Las autoridades cuando te ven se molestan, en aquel tiempo no podías juntarte con dos o tres personas, te malinterpretaban porque pensaban que se planeaba alguna fuga. No permitían hablar en la lengua, pero siempre se hablaba, así medio escondido y con miedo más que nada”, recuerda Pedro López.

Voz de los sin voz

El Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas (Frayba) fue creado en 1989 por el Obispo Samuel Ruíz. El centro se encarga de acoger las denuncias cometidas contra todo tipo de persona, sin distinción de religión, pueblo o género. Juan López es de origen tzotzil y trabaja en la organización donde atiende los casos. Cuenta que en el estado de Chiapas la mayoría de los hablantes de los pueblos originarios son de origen tzeltal o tzotzil. “Anular una lengua también es anular la agencia de los sujetos”, afirma. Ha estado en los procesos judiciales y ha visto como la labor de los intérpretes tampoco ayuda al ser un estado con mayor diversidad lingüística. “Las personas que entran a las cárceles tienen que estar hablando fundamentalmente en español a no ser que se encuentren tz¨tziles y tzeltales dentro del propio sistema, Pero el sistema no está preparado para atender a ese tipo de población sabiendo que existe”, dice.

 

 

«Las autoridades cuando te ven se molestan, en aquel tiempo no podías juntarte con dos o tres personas, te malinterpretaban porque pensaban que se planeaba alguna fuga. No permitían hablar en la lengua, pero siempre se hablaba, así medio escondido y con miedo más que nada».

Juan sostiene que la discriminación étnica no es reciente. El tema se remonta a la época colonial y persiste hasta la fecha. Cree que los avances han sido mínimos mientras que las expresiones racistas contra la lengua materna se mantienen presente. Un oscuro panorama corroborado por las denuncias de torturas y encarcelamiento por delitos no cometidos son los que llegan a la institución. Ahí también colaboran para que los miembros de los pueblos originarios se puedan organizar y conseguir aliados en la defensa de sus derechos, tanto humanos como territoriales.

Por el lado lingüístico la situación tampoco mejora, A pesar de que La Constitución mexicana reconoce los derechos de las comunidades indígenas, de que puedan hablar la lengua materna,  la discriminación en el sistema judicial, económico y cultural también está presente. “Que en este lugar podamos mirar a mujeres de pueblos originarios vestir sus vestimentas y hablar su lengua no quiere decir que hay una aceptación total de la presencia indígena en las zonas urbanas. El racismo, la discriminación es constante”, plantea.

 Aislamiento. Ese era el castigo que recibían si las autoridades escuchaban a un preso hablar en la lengua materna y no entendían lo que decían. No ver a los familiares por 15 días complementaba la sanción. Juan no tuvo que infringir aquella norma, cuando cayó preso sus padres se enojaron con él porque creyeron que era culpable, pero también cree que no acudieron al penal para evitar las humillaciones que reciben las personas de un pueblo originario. “Para una señora indígena que un custodio le toque las axilas o el pecho a una es una humillación. Como es el reglamento de la cárcel se tienen que someter a esa revisión hasta incluso se sacan la faja, con la que se amarran las enaguas que tienen”, explica.

Recién un año y medio después los padres comenzaron a visitarlo, sin quedar exentos de los vejámenes que imponía el sistema judicial. La madre no hablaba español mientras que lo poco que dominaba su padre les bastaba para saber donde tomar el carro y llegar al penal. Pozol era el alimento que llevaba la mujer de Pedro a la cárcel. Aquella sopa de verduras tampoco pasó los filtros de gendarmería, para las autoridades aquello podía fermentarse y generar licor. “Ella sufrió bastante. Hasta ahorita habla más o menos,  pero en aquel tiempo cero español, pura lengua. Entonces cuando vas y si les hablas en lengua ellos no oyen, te ignoran. Eso es lo que se vivía dentro de la cárcel, tuvo mucho problema”, agrega Pedro.

 

En la cárcel Alberto Patishtán les enseñó a los presos sobre la dignidad y lucha política.

Fuente via Albertopatishtan.blogspot.mx

 

Nació la rabia. Los dos primos quisieron dejar atrás las humillaciones y comenzaron a denunciar los abusos. La forma, la lucha política. “Nos organizamos escribiendo para practicar y después, cuando aprendimos a escribir, les mandamos cartas a diferentes partes de la tierra, hicimos un blog para relatar nuestra historia y dar a conocer por qué estábamos presos”, relata Collazo. Condenado a 37 años de cárcel Pedro López estaba desmoralizado, pero fueron las letras y el nuevo conocimiento lo que le permitieron salir adelante. Aprendió a escribir en tzeltal y español además de terminar la educación primaria. Juan Collazo hizo lo mismo pero, cuando habla de ese camino, no olvida un nombre, el profesor Alberto Patishtán.

Condenado por un crimen que no cometió, en 2009 fue trasladado al Cereso de Juan a quien le entregó los primeros consejos antes de comenzar la lucha política. “’Estudia ‘Juanito’ busca a dios en primer lugar’, me decía. Estudiamos, recibimos el libro del primer año, lo que es el abecedario y así como fue como empezamos a caminar con él”, recuerda Collazo. Su círculo creció, las amistades entre presos también y las denuncias fueron las primeras que lograron saborear la libertad. La lucha que inició el profesor ,también de descendencia indígena, fue bautizada como Solidarios la voz del Amate “Nació por el grupo que trajo, él empezó a luchar. El lugar que estaba no era para él, ni es para nadie y no se hizo para nadie. Solidarizamos con él, lo acompañamos en su lucha. Escribiendo ateniendo su visita y todo, y así quedó el nombre”.

Pedro también se unió a la lucha. La defensa de la cultura y su costumbres fueron la bandera ante un sistema judicial que tenía otro aliado. “Hay gente que está al lado de las autoridades penitenciarias, todo lo que escuchan van y se lo dicen al director. Allí empieza la represalia, yo fui amenazado muchas veces. Qué miedo iba a tener si ya estoy preso, me decía”, cuenta. Juan Collazo pagó el costo de su decisión. Fue trasladado al penal de Motlozinca donde las torturas físicas superaron a las psicológicas. Lo encerraron en un cuarto donde solo podían estar dos personas, el mismo número de salidas que tenía por día , una para comer y otra para cenar, todo con un margen de diez minutos, sin cubiertos y con las manos atrás. “Comíamos como perros, habíamos perdido todos los privilegios del penal”, recuerda sobre aquel lugar que lo motivó a continuar con su propósito. Construyó una pequeña iglesia y el director del penal perdió su puesto por las denuncias que interpuso el nuevo huésped. “Después de los cuatro días salió porque igual lo denuncié, llegó gente a  investigar que había en ese penal”. Cada sufrimiento lo tomó como un aprendizaje que le permitió visibilizar las violaciones a los derechos humanos que se cometían. Denuncias que no solo llegaron a través del papel y el lápiz. Durante 30 días permaneció sin comer como medio de protesta para pedir mejor alimentación y las visitas, que llegaban desde lejos, pudieran quedarse más de una semana en la cárcel. Aquello demandó una preparación mental de un años y un análisis de las consecuencias a futuro, Juan sorteó aquel examen al costo de una gastritis que hoy lo limita de saborear las comidas con picante.

.

 

«Hay gente que está al lado de las autoridades penitenciarias, todo lo que escuchan van y se lo dicen al director. Allí empieza la represalia, yo fui amenazado muchas veces «.

Juan y Pedro ingresaron al penal en 2007 acusados de un secuestro. Entraron como presos analfabetos y con el tiempo el adjetivo cambió al de políticos. Las repercusiones de su caso crecieron, sitios web y emisoras radiales, que apoyaban la causa Zapatista, también denunciaron los vejámenes sufridos al interior del penal. La bola de nieve creció y no pudo ser frenada.

Aquel episodio, de vivir haber sido condenados injustamente, terminó el 4 de julio de 2013, luego de haber pasado seis años y 54 días los primos de etnia indígena quedaron en libertad. “Cuando salí cambié de mentalidad, no había rencor ni odio, la lucha me liberó total. Me puse feliz de ver a mi familia y a la gente con quienes luchamos”, confiesa Pedro quien continuó la lucha de otra forma: ingresó a la universidad para estudiar leyes. Quiere recibirse de abogado para defender a la gente arrestada injustamente: “Hay muchos indígenas indígena que no puede pagar un abogado: Mi objetivo es estudiar y defender a la gente pobre de mi raza o no y es decirles que si no hablan español poderles traducir conforme es”.

Los tres convictos escuchan atentamente las palabras de Juan Collazo. “Ustedes ya no son cualquier persona. Son promotores de derechos humanos. Serlo es como despertar de un sueño”, les dice, aunque para los oyentes la labor corresponde más al escape de una pesadilla. Diego, Esteban y Gabriel también fueron torturados y confesaron delitos que no cometieron. Su estadía en el Cereso Nº5 es reciente y reconocen que durante el último tiempo la situación en el penal está más tranquila. “Cuando el mundo está más en silencio el peligro está más próximo”, les corrige Juan Collazo. Antes de abandonar el penal Juan se despide de los presos y saluda a la gente que se encuentra camino a la salida. La puerta de entrada al recinto se cierra. Camina hacia el auto, pero antes se gira y mira la cárcel desde una loma para entregar la última reflexión sobre los años que le cambiaron la vida: “Al venir siento que me rejuvenezco y que sigo viviendo con ellos el dolor que sufrí”.

Un waiwai perdido en Rio de Janeiro

Un waiwai perdido en Rio de Janeiro

EL VIAJE
Un waiwai perdido en Rio de Janeiro
Ignacio Espinoza 

 

Abandonó su aldea hace diez años. Deambuló por diferentes lugares hasta llegar a Rio de Janeiro. Ahí encontró la Aldea Maracaná, lugar donde se conecta con la espiritualidad y habla su lengua materna. En la ciudad Kaiah puede desenvolverse en inglés, español y portugués, pero para él lo más importante es el waiwai, la principal forma de resistir para que la cultura de su gente no muera.
Rio de Janeiro es carnaval, playa, rock y fútbol. De acuerdo a datos entregados por la Asociación Brasileña de la Industria Hotelera, hoy la ciudad es la más turística de Brasil y el turismo se duplicó en los últimos nueve años. Pero entre toda vorágine y ritmo carioca también hay silencios. Un joven los usa para hablar y marcar el tiempo de las ideas sentado afuera de la estación Largo do Machado, entre el ruido de adolescentes que pasan con parlantes con música anglosajona y la gente que marcha rauda para llegar a su destino. Kaiah Waiwai tiene el pelo largo sujetado con una coleta y  un rapado en los lados. Viste pantalón corto y una camiseta deportiva. Al hablar lo hace con lentitud, no quiere ocultar nada de lo que piensa y también porque es un trabajo adicional hilvanar las oraciones en español, una de las tantas lenguas que domina junto al portugués, inglés, holandés y francés.

–Para mí no cambia porque no es mi lengua y no hace mucha diferencia. Siempre voy a preferir mi lengua, pero acá nadie te entiende. –dice.

Hace diez años años abandonó su hogar. No fue la primera vez. Con 14 años se fue al pueblo de su papá tawana –guerrero en waiwai­–, donde aprendió una mixtura de idiomas que acompañaron su lengua materna. Donde vivía habían unas siete mil personas donde pululaba el inglés o francés por la cercanía del lugar con la Guayana Francesa. Aquellos idiomas fueron más habituales que el portugués que impera en territorio brasileño. En Rio de Janeiro vive hace ocho meses con sus dos hijas, una solo habla su lengua mientras que la menor también practica la de la madre. Con los familiares la situación es similar, Kaiah toma el teléfono y habla en waiwai. Y confiesa que su mamá no entiende si la conversación es en portugués. Incluso cuando va a un bar y, producto de las cervezas que se toma, fluye más su lengua originaria, aunque nadie le entienda. “Es una forma de mantener nuestra cultura firme y fuerte y resistir contra el sistema que quiere matarnos”, explica sobre una batalla que comenzó desde joven, que no ha sido solo lingüística y que le costó sangré, muerte y exilio.

 

«Si vuelvo a mi pueblo voy a matar. No puedo vivir mirando todo lo que pasa y quedarme sin hacer nada».
En 2015 junto a unos compañeros denunciaron a una compañía minera que amenazaba con destruir el terreno donde vivía. Pero el plan de resistencia se complicó. “Dos de mis compas murieron y los otros se tuvieron que ir. Se tornó muy peligroso en la época. Hoy creo que es mucho más tranquilo, pero a mi hermano de sangre lo mataron y yo no podía vivir allá. Me fui a caminar por el mundo, hasta que una vez al año vuelvo a mi pueblo a los rituales y para estar con mi mamá. Pero es muy difícil, la mineradora es muy fuerte”, confiesa. Su hogar está en el estado de Pará, para llegar debe adentrarse 12 horas y tres días en bote en la Amazonía.  La distancia es una barrera porque no hay un solo día en que Kaiah no piense en su familia, pero reconoce que aún no puede regresar.  “Si vuelvo a mi pueblo voy a matar. No puedo vivir mirando todo lo que pasa y quedarme sin hacer nada. Pero mi voluntad es que algunos años más adelante vuelva y empiece a hacer muchos trabajos”, dice.
En Rio de Janeiro Kaiah trabaja como futbolista en la división c del campeonato carioca .
Fotografía de Joseba Urruty
Para ayudar comenzó a jugar en un equipo de fútbol profesional que milita en la serie c de la liga carioca y parte de los ingresos los envía al pueblo. No tiene intenciones de proyectarse en el fútbol, el deporte solo lo ve como una forma de apoyar las causas que defiende: formó parte de una selección indígena de Brasil y hoy es dueño de la posición de marcador en punta. “Soy tan calmado que las personas piensan que cuando estoy jugando estoy desatento. Creo que el olfato de no impresionarme con las cosas ayuda, así creo que me ayuda a jugar mejor. No pensar en esto ni en nada”, sostiene. Pero también existe  otro lugar en la vida de Kaiah donde también encuentra paz: la Aldea Maracaná. El lugar es un recinto abandonado al lado del estadio Maracaná y que fue tomado por miembros de comunidades indígenas con el objetivo de denunciar la falta de políticas públicas relacionadas a las necesidades de los pueblos originarios, lengua, territorio y cultura.
«Nosotros empezamos a hacer bromas en nuestra lengua para mostrar los símbolos de la resistencia»
Pero antes del episodio de las denuncias Kaiah vivió un año en Rio de Janeiro, en 2012. No conoció mucho la ciudad porque todo el tiempo permaneció en la Aldea Maracaná. “Hay una universidad acá en Rio que hace muchos trabajos en mi pueblo y yo hacía la traducción de portugués para mi lengua. Cuando estaba en Rio, una amiga me invitó a ir a la aldea. Fui y empezamos la resistencia”. Producto de los Juegos Panamericanos de 2013, El Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos, las autoridades desalojaron a los ocupantes, pero ellos siempre regresaron  para continuar la toma. Para Kaiah el sitio es un imprescindible en su quehacer cotidiano. Vive a unas doce calles y va todos los días a compartir con la gente que acude al terreno. “Es un lugar que puedo hacer mi espiritualidad de mi pueblo muy tranquilo y puedo olvidarme de todo de la ciudad y hablar con los espíritus de la tierra de la pachamama”, sostiene.
Kaiah vivió un año en la Aldea Maracaná, ahí él se conecta con los espíritus de su tierra.
Fotografía de Joseba Urruty
En la aldea puede cantar en su lengua materna, una forma que lo hace sentir vivo y que también le da más fuerzas para combatir contra los sistemas capitales que amenazan con destruir su vida. “Una broma que hacemos, que incomoda al blanco, es que cuando hablamos en nuestra lengua lo empezamos a hacer muy serio. Piensan que estamos jugando como broma y acaba que nosotros empezamos a hacer bromas en nuestra lengua para mostrar los símbolos de la resistencia”, dice. La lucha de la aldea pasó a ser un enclave de la causa indígena en la ciudad de Rio de Janeiro y despertó el interés de los extranjeros que llegan al lugar para convivir con la gente que apoya la toma.
«Perder la lengua es el primer paso para perder la cultura, perder la cultura es perder la lucha, entonces la lengua es lo más importante de todo»
Cuando hay extranjeros a Kaiah le gusta conversar con la gente para conocer sobre sus respectivas culturas, sobre todo si son de países con población indígena. Lo toma como un entrenamiento, una forma para preparar el regreso a su tierra y continuar la pelea que dejó inconclusa, pero sabe que  todavía no es el momento del contraataque. “Cuando el indígena está fuera de su tierra en mi caso es como si no lo estuviera. Porque existe una ligazón que no se pierde, nunca se pierde”, afirma sin desconocer el peligro que viene generado por el hombre blanco que quiere destruir los pilares en la vida de Kaiah, la amenaza constante de las mineras en el territorio y la muerte de la cultura. “La resistencia empieza con la cultura. Perder la lengua es el primer paso para perder la cultura, perder la cultura es perder la lucha, entonces la lengua es lo más importante de todo. Cantamos las canciones en nuestra lengua, si hablamos de mi pueblo con otras personas, hablamos en nuestra lengua. Es una forma de sentirte más fuerte”, sostiene.

La tarde avanza y el tiempo que dispone Kaiah se acaba, el la hora de su entrenamiento de fútbol se aproxima y no puede llegar tarde. Pero antes de marcharse se para de la banca, mira la cámara nervioso y posa para una foto, luego  los nerviosismo desaparecen y sin titubear entrega la última reflexión antes de despedirse: “Si no nos hacemos fuertes no estaremos vivos, la religión entra en los pueblos y empieza a destruir todo. Los grandes plantadores empiezan a destruir todo. Estamos bien jodidos”.

Aguyje y el camino a la vida plena

Aguyje y el camino a la vida plena

EL VIAJE
Aguyje y el camino a la vida plena
Ignacio Espinoza 
Es utilizada para agradecer la cordialidad y buena voluntad. Pero bajo el pensamiento guaraní el trasfondo es otro: ahondar en la esencia de la persona y relacionarlo con el estado de gracia absoluto.

Hay palabras que no se escapan de los diccionarios bilingües. Términos o expresiones comodines que sirven para desenvolverse en un lugar donde una persona es neófita en un lugar con un idioma diferente. Hola, dónde queda aquel lugar, adiós o el infaltable gracias, palabra utilizada para agradecer un gesto de buena voluntad. Dicha expresión se puede decir en diferentes lenguas y, en un pueblo originario de Latinoamérica, la palabra tampoco es una excepción.

En las montañas de Chiapas el pueblo tzotzil y su lengua –del mismo nombre­– lo desenfundan con un kolaval, en el valle del cauca el pueblo nasa y su idioma nasayuwe lo remiten a un pay. Para el pueblo mapuche en la lengua mapuzugun es chaltu mientras que para los qom, en la zona del Chaco, Argentina, es Ña’achec.

En Paraguay, el guaraní es la lengua oficial en el país y también tiene tiene su expresión para dar las gracias. Aguyje se puede decir cuando alguien en la calle indica una dirección. Sirve para responder amablemente e a una camarera en el bar Bolsi por servir un par de empanadas y cerveza Sajonia. Aguyje es una palabra fácil de aprender por las reiteradas veces que uno la debe repetir para responder a la incansable cordialidad de los paraguayos. Pero la palabra contiene un trasfondo, uno acorde al pensamiento del pueblo guaraní y que trasgrede las líneas del vocabulario.

“Los guaranís tienen el concepto de que en realidad somos almas que nos incorporamos a los cuerpos y que después volvemos a migrar. Y en ese concepto dicen que la persona, una vez que desarrolla la vida plena, logra lo que se llama aguyje. Es la cumbre, el pináculo de todo y es un estado de gracia y con eso se transporta vivo o muerto a la tierra sin mal”,  afirma David Galeano, director del Ateneo de Lengua y Cultura Guaraní. Galeano, quien ha dedicado su vida a la difusión y enseñanza de la lengua, explica que bajo la cosmovisión del pueblo guaraní el agradecimiento es un concepto humano y va más allá de solo responder a un gesto de buena voluntad: “Lo que uno hace es reconocer la esencia misma de la persona. Es una cuestión de un punto de vista muy personal. Es lo que uno reconoce, lo esencial que tiene el gesto de la persona”.

«Dicen que la persona, una vez que desarrolla la vida plena, logra lo que se llama aguyje».

Pero para llegar al aguyje el ser humano debe emprender un camino donde la vida terrenal es solo una estación en el recorrido que tiene como fin la cúspide del sentido de la vida. Pero el concepto también tuvo un recorrido a manos del dios creador de los guaraní, Ñande Ru. El antropólogo especializado en la lengua y cultura guaraní León Cadogan, entre sus trabajos sobre la cosmovisión del pueblo, explicó que en un principio apareció un picaflor. Éste cuando volaba, dejaba rastros de claridad, pero por el otro lado estaba la lechuza que dejaba huellas de oscuridad. En un momento ambos s se cruzaron y dieron vida a Ñande Ru. “En algún momento asume la forma humana y el crea el amor al prójimo y crea el fundamento del lenguaje humano, que hizo que formara parte de su propia divinidad, las palabras son sagradas, y ahí es la razón de no ser parlanchines de hablar y decir las cosas por decirlas. Hay un momento en que salen las palabras y en vez de salir las palabras nuestras es dios el que se manifiesta”, agrega David Galeano.

En Paraguay el término es comprendido por toda la población guaraní hablante. Pero el trasfondo solo lo concibe la gente que habita en las zonas del interior del país. Según  David Galeano la principal razón es que, la gente que accede a hablar guaraní de oído, no tuvo la vivencia que de una persona que vivió en el campo y comprendió todo el proceso del sentido de las palabras. “Hoy un citadino reproduce porque el otro dice, no precisamente porque entiende. Ese segmento no sabe lo que significa, dice gracias de gratitud, pero no gracias del estado de gracia. Del estado de plenitud”, aclara el profesor.

En el interior de Paraguay todavía hay comunidades monolingües del guaraní y que entienden mejor la cosmovisión del pueblo.
Fotografía de Joseba Urruty 

Lo que se entiende por un agradecimiento no es todo, la esencia del ser humano tiene un propósito: lograr el aguyje. “Uno viene para eso, el gran propósito es lograr un estado de plenitud espiritual, que se comprende a través de la lengua que en este caso nos refleja un profundo sentido de humanidad y en esa búsqueda pelear con todo lo que está en el universo”, puntualiza David Galeano quien también reconoce que, hoy, las sociedades olvidan los sentidos del lenguaje.  Pasa en Paraguay sucede con la gente todavía, aunque aún confía en aquellos que comprenden el mensaje y lo puedan transmitir con plenitud, como el significado.

Cristopher Coñoman y el rakiduam bajo pavimento

Cristopher Coñoman y el rakiduam bajo pavimento

EL VIAJE
Cristopher Coñoman y el rakiduam bajo pavimento
Ignacio Espinoza 

 

 

Tiene 23 años y es mapuche. Vive en Santiago y desde hace un año trabaja en el metro donde canta el hip-hop en mapuzugun. Sostiene que la lengua materna debe salir de las casas para recuperar espacios y en julio lanzará su disco debut, Reivindicación, donde habla sobre su historia, los problemas y las demandas que le atañen al pueblo originario.

Cristopher Coñoman tiene 23 años y pasa desapercibido como cualquier otro joven de esa edad. Viste pantalones negros anchos, zapatillas blancas Reebok y un polerón rojo marca Underground, atuendo que coincide con el estereotipo de la profesión que ejerce, la de rapero. Pero cuando habla y canta, rápidamente acapara la atención de los oyentes por hacerlo de otra forma. Al flow le agrega versos en mapuzugun y el contenido aborda la situación que atraviesa la gente de origen mapuche.

“Soy músico itinerante, una bonita forma de decir que trabajo en el metro”, dice entre risas. De lunes a viernes, desde hace un año, toma la línea 4 del metro y rapea en mapuzugun con un pequeño parlante que lleva colgado y lo coloca en el suelo del vagón de turno. Sostiene que con perseverancia y constancia llegan los resultados y que, antes de ser rapero, ya sabía que todo lo que iba ligado al ser y sentirse como mapuche. “En ningún momento pensé en hacer otro tipo de rap. Yo vivo aquí, pertenezco aquí, a un pueblo, no voy a rapear sobre las cosas que no sé, las cosas que no he visto, que no he vivido, no he sentido”, confiesa. Cada vez que toma el micrófono y rapea, en lengua materna o español, tiene claro que lo que busca es fortalecer la identidad del mapuche en la ciudad y, también, hablar sobre los problemas y demandas que atañen al pueblo mapuche. Una de ellas es la situación del machi Celestino Córdova, preso político y quien padece un delicado estado de salud ­—inició una huelga de hambre— donde solo pide poder acudir a su rewe para renovar su espiritualidad y luego regresar a la cárcel. Petición que ha sido negada por el sistema judicial. “Mi música va en el respaldo y en el apañe de todas esas demandas y que todo nuestro pueblo considera que son justas y son legítimas”, sostiene el cantante.

Coñoman canta por las mañanas en la línea 4 del metro.
Fotografía de Joseba Urruty

Coñoman es su segundo apellido, pero lo revirtió. Y si antes de ser rapero entendió que él era mapuche, también hizo lo mismo con el mapuzugun y lo aprendió de joven. Sus padres no le enseñaron porque no hablaban la lengua así que comenzó a leer textos donde se enseñara, uno de ellos fue un libro de unos misioneros capuchinos que habitaron en el sur de Chile y que hablaban todo en la lengua del pueblo originario. Aquella educación también la complementó con oír a otras personas que hablaban en actividades y reuniones que se realizaban en Santiago. Viajó al sur a ceremonias mapuches, participó en asambleas y también definió los diferentes dialectos que se hablaban en el territorio. “Iba solo con el fin de escuchar a las personas mayores hablar y escuchar la pronunciación de las personas. Cuando no sabía una palabra la rebuscaba, la preguntaba”, confiesa. La lengua no es lo único que lo identifica, también las prácticas y costumbres de la cultura, uno de ellos es el trarilonco, cintillo que los hombres mapuche llevan en la cabeza y que Coñoman se ata cada vez que canta en el metro.

El palin es otra de las costumbres que también practica: deporte parecido al hockey donde la bola debe atravesar unas líneas marcadas en el suelo. Cristopher Coñoman todavía posee el wiño —el bastón— que fue de su abuelo y con el que juega. Pero adelanta que pronto lo cambiará por temor a que se rompa el recuerdo de una generación pasada, donde la cultura estaba presente a diferencia de la actual. “Lamentablemente nuestra juventud es penosa en términos de mapuche kimün, de sabiduría mapuche, de mapuzugun. Somos muchos mapuches en la urbanidad, en las poblaciones más de la mitad de la población es mapuche y ese porcentaje es súper precario el que está haciendo algo para retornar a su lengua”, afirma tajante.

«Somos muchos mapuches en la urbanidad, en las poblaciones más de la mitad de la población es mapuche y ese porcentaje es súper precario el que está haciendo algo para retornar a su lengua»
Entiende que, por procesos históricos, la cultura y la lengua sufrieron un desmembramiento. No juzga a los peñis que, producto de la religión, sufrieron una penetración en el espíritu. Pero Cristopher Coñoman advierte que, aquellos que aún saben la lengua, tienen como responsabilidad hablarla y los jóvenes —con ascendencia mapuche— aprenderla. “Si no nos responsabilizamos por volver a hablar nuestra lengua, en una generación o dos nuestro mapudugun se va a ver extinto. Van a morir nuestros abuelos, van a morir nuestras abuelas, va a morir la fuente de sabiduría, no vamos a tener a quien recurrir para aprender y ahí nos vamos a extinguir como pueblo”.

Para hacer frente a esta problemática, valida todo tipo de iniciativas que busquen fortalecer la lengua como el teatro, la poesía y, en su caso, el rap, música que considera como una herramienta pedagógica, Reivindicación es su tema más conocido y cuenta con un videoclip en Youtube. En la letra Coñoman rapea la frase: “Reinvidicación/ un acto de valentía/ de reconocer lo que soy y hacer algo por ello”. “Hay muchos peñis y lamien que están poniendo nuestros temas en el aula, hoy hay muchos peñis que se desenvuelven en el mundo de la pedagogía y que están estudiando nuestra historia con temas de nosotros”, sostiene. Mientras su forma de difundir el mapuzugun es bien vista por unos, también está el otro lado de la moneda. Reconoce que en el metro la gente lo ha insultado por difundir cosas de la cultura mapuche y el rap tampoco es bien visto por algunos ancianos mapuche. “Hay grupos que hacen reggaetón, que hacen cumbia ranchera mapuche y eso es poroso para las generaciones mayores. Es respetable también. Nuestro fundamento es que es un puente de llegada sobre todo para nuestra juventud, para los que están escuchando rap, que dejen de escuchar el rap que habla de jarana, de mujeres, de copete, de drogas, de que hacer eso es bacán”.

Aparte de cantar en el metro, Coñoman piensa todo el tiempo en mapuzugun y lo habla en todos los lugares que puede.
Fotografía de Joseba Urruty

Durante las últimas semanas Coñoman ha tenido un ritmo diferente al habitual. Colaboró en la preparación de eventos para el We Tripantu —21 de junio—, fiesta insigne de la cultura y también prepara el lanzamiento de Reivindicación, disco debut que estará disponible a mediados de julio y que será en formato doble: la parte “Ayer” y la “Hoy”. Entre el ir y venir de shows en Santiago y regiones del sur, conversatorios sobre la situación de la lengua y su pueblo, sumado a terminar la impresión de las carátulas del disco y afinar los últimos detalles de la presentación, terminó resfriado. Pero tampoco puede dejar de cantar, junto a difundir la lengua necesita hacer dinero para llevarlo a su casa, lo otro es solo una herramienta más en la forma de vivir la vida que escogió. “En la pega, arriba de un metro, cuando estudio, en la casa, en la mesa de la casa, en la reunión política y en la asamblea me posiciono como mapuche, más que como rapero, pero el rap es un fortalecimiento a esta posición”, sentencia.

Pürüm Llemay! y la contra información en mapuzugun

Pürüm Llemay! y la contra información en mapuzugun

EL VIAJE

Pürüm Llemay! y la contra información en mapuzugun

Ignacio Espinoza

 

 

Publicó su primera edición impresa y está escrito completamente en lengua materna. El medio busca propagarse por todo el territorio de Wallmapu y Puelmapu para acercar a la gente con la cultura. Ilustraciones, opinión y  un relator que narra los partidos de fútbol en mapuzugun son parte de las noticias que fueron abordadas en el reciente número. Pero también buscan mostrar el otro lado de un pueblo que la prensa  ha estigmatizado como terrorista y delincuente.
El pasado 28 de mayo el equipo chileno Colo-Colo jugó por el campeonato nacional contra Unión La Calera. Mientras las radios, medios online y la televisión transmitieron la derrota  del Cacique por 2 goles a 0, una cuenta en Facebook hizo lo mismo pero de otra manera, en mapuzugun. El trabajo fue de Colo Colo Mapuzugun Mew, cuya historia acaparó la atención de un periódico. No fue El Mercurio, La Tercera o Las Últimas Noticias, el medio que abordó aquella iniciativa fue Pürüm Llemay!, diario que está escrito completamente en la lengua mapuche.

“El mundo está en español y tiene suficientes medios de comunicación para seguir masificándose. El Purüm Llemay! no tiene por qué ser otro medio más donde se reivindique otro medio que nos ha estado minorizando. Entonces nosotros y nosotras creemos que este podría ser el único espacio donde el mapuzungun tenga una hegemonía”, afirma Elizabeth Núñez, directora del diario. Ella, junto a un grupo de chicas y chicos, recuperaron la lengua materna, pero vieron que el mapuzugun no debía quedarse solo en las cuatro paredes de la casa, también tenía que estar en otros espacios del quehacer cotidiano como la radio, la prensa o los dibujos animados.

Elizabeth Núñez es la directora del diario y realiza clases de mapuzugun.
Fotografía de Joseba Urruti
A partir de eso surgió la iniciativa de impulsar el medio. Primero fue en internet y luego dio el paso a la primera versión impresa, los primeros ejemplares fueron vendidos en Temuco –donde vive el equipo– y luego mandaron 200 periódicos para que se adquirieran en Santiago. “La idea es que esto pueda llegar en papel a una comunidad o una persona que es de campo y sabemos que esas personas pueden hablar mapuzugun y pueden decir que se están hablando de cuestiones importantes en mi idioma”, agrega la directora.
«El mundo está en español y tiene suficientes medios de comunicación para seguir masificándose. El Purüm Llemay! no tiene por qué ser otro medio más donde se reivindique otro medio que nos ha estado minorizando»
Ilustraciones en mapuzugun, la publicación del cómic “Galvarino” –mapuche que luchó contra la colonización española– y una serie con muñecos que hablan en la lengua materna son parte de las temáticas que publicó el medio en la primera edición. El objetivo, abordar la cotidianeidad y, de paso, fortalecer la lengua. “Es un derecho lingüístico y un derecho político, contar nuestra propia historia en nuestro propio idioma. Es una reivindicación más y una señal a las próximas generaciones de que se puede hacer todo en mapuzugun”, añade Elizabeth Núñez, quien de paso reitera que no tienen contemplado agregar una traducción al español: “El cerebro es cómodo y no va a darse el trabajo de ver la noticia completamente sino que automáticamente va a ir a la columna que está en español. Eso va a significar que es un trabajo prácticamente perdido hacerlo en mapuzugun si, al fin y al cabo, van a leerlo en español”.
De tradición oral, Elizabeth corrige que la parte escrita de la lengua no es reciente, también cuenta con cinco siglos de escritura. Pero en la actualidad el porcentaje que escribe en mapuzugun es mínimo, cifra que se reduce a un margen que, además de libros, fortalece el idioma en las redes sociales. “El problema es que lo hacían muchas personas que venían aquí con objetivos de estudiar el idioma desde un punto de vista lingüístico como lo hicieron muchos religiosos de la época que eran jesuitas y ellos principalmente escribían mapuzugun. Hoy la idea es que todas podamos escribir y podamos comunicarnos porque es el objetivo principal de un idioma, comunicarse”, afirma.
En Santiago el diario está a la venta en la Librería Proyección por $1.000.
Fotografía de Joseba Urruti
La financiación del diario fue autogestionada por el equipo quienes lograron conseguir el dinero para imprimir los primeros 500 ejemplares a través de rifas. El mecanismo les permite ser independientes a la hora de publicar cualquier tipo de noticia. Elizabeth enfatiza que Pürüm Llemay! también busca hacer frente a la información que publican los otros medios tradicionales quienes han estigmatizado al pueblo mapuche  en el denominado Conflicto Mapuche con noticias donde se les carga el rótulo de terroristas o delincuentes.

“Es una forma de mostrar que nosotros no solamente vivimos en base a un conflicto, el conflicto en algún momento puede terminar y el mundo mapuche no, no va a terminar en un conflicto”, plantea y agrega que los temas abordados tampoco van a caer en el sensacionalismo con el fin de vender más ejemplares: “No tenemos esa cultura que está instalada del sexismo y de aprovecharse de la figura de las mujeres. Entonces en ese sentido si somos contracultura, si somos contra hegemónicos desde el punto de vista del idioma, que es un idioma minorizado y que se ha visto minorizado históricamente por el estado chileno”.