EL VIAJE
La tierra de los guajiros muertos
Alejandra Gayol
Un manto de arena blanca cubre el suelo de la Guajira colombiana. Un corazón negro de carbón y el espíritu transparente como el mar que le baña. La comunidad wayuu, pueblo nativo de la zona, lleva años resistiendo a la hostilidad de la sequía, a la adversidad del viento y a la intensidad del sol. Hoy tienen una amenaza real, los alijuna, aquellos que vienen de fuera, transformando su cosmovisión, ensuciando sus lugares sagrados y desplazando su lengua.
Las casas de palos de cardón, arquitectura típica del pueblo wayuu, se dispersan por todo el desierto de la Guajira
Fotografía de Alejandro González Amador
El sol tiñe el cielo de tiras rojas en los amaneceres de Jepira. Esta localidad de La Guajira, Colombia, es un lugar sagrado para el pueblo Wayuu. El sonido de los animales con los primeros claros de luz irrumpe en un silencio tirante. En las casas de palo de cardón también empieza la vida. Las horas de luz solar son imprescindibles, pues la electricidad aún no ha llegado a la localidad.
La presencia extranjera cada vez pisa más fuerte. Aún no aplasta, pero ya esta dejando huellas que quizás no se puedan borrar. El turismo se ve atraído por un paisaje exótico. Un desierto que acaba en el mar, y una cultura indígena que aún se mantiene con cierta vitalidad. Pero los visitantes no llegan solos. Consigo vienen los plásticos y los nuevos hábitos. Las necesidades que tiene el turista transforman el escenario, pero también genera una oportunidad para subsistir en un pueblo completamente olvidado por el gobierno del país.
El pueblo Wayuu es artesano, pescador y pastor. Tres profesiones que tiene mucho que ofrecer a la industria turística. Mochilas wayuu, langosta y carne de chivo. La atención al cliente genera la necesidad de nuevas herramientas de trabajo en las personas locales. La lengua wayuunaiki no permite una clara comunicación con el cliente, por lo que el español y el inglés se vuelven imprescindibles.

Jepira es extensa, y el núcleo turístico no deja de ser una pequeña parte un tanto alejada de la realidad que se vive en el lugar. El agua es un bien de lujo. Seis años sin llover son duros para cualquier cuerpo. Uribia es el pueblo más cercano, de allí llegan los tanques de agua con un coste demasiado elevado para muchas de las familias wayuu. Falta el agua, pero puedes comprarte una Coca-Cola en cualquiera de las tiendas de la localidad. Hay niños a los que les faltan productos básicos alimenticios, pero les sobran las galletas que los turistas les regalan cuando se juegan la vida a los costados de la carretera. El aislamiento de su tierra no es lo suficientemente largo para salirse de las garras del consumismo.

Algunos niños wayuu se han acostumbrado a la mendicidad. Arriesgan sus vidas acercándose a los coches para que estos les den galletas y dinero.

Fotografía de Alejandro González Amador
Pese a la invasión cultural, el pueblo wayuu resiste. Alejados de los lugares turísticos, su cultura se encarna en pieles oscuras y ojos rasgados. La chicha de maíz, el respeto por la tierra, las costumbres y la lengua. El español no tiene dominio sobre el desierto, ni capacidad de interpretarlo. El wayunaiki es la única lengua que conocen muchos ancianos y niños. Es fácil poder asociar el conocimiento de la lengua con el conocimiento de la cultura. Aquellos que aún hablan, dominan y utilizan su lengua en el día a día, más interiorizadas tienen sus raíces.
El Tío Flaco es una de aquellas personas que aún se mantienen más firmes a la cultura wayuu. Solo habla la lengua wayuunaiki y sigue vistiendo con el típico “guayuco”
Fotografía de Alejandro González Amador
El Tío Flaco es un ejemplo de que las historias, los saberes y la cultura de un pueblo no reside en los libros, sino en las personas. Un hombre menudo que ha resistido a la colonización hasta el punto de negarse a usar pantalones. Solo habla y entiende el wayuunaiki. Su contacto con el extranjero no va más allá de aquellos que se acercan a él para conocer más sobre la cultura wayuu. El comparte sus historias porque conoce la importancia de que la gente se interese por su cultura, tanto los alijuna como los jóvenes wayuu, de quienes dependen la conservación de su patrimonio. El Tío Flaco representa un ejemplo para el resto de personas de su comunidad, y no solo por su gran conocimiento y rebeldía. Mientras el resto de sus vecinos emprenden negocios vinculados al turismo y aprenden otros idiomas, este anciano, gracias al interés que siempre ha mostrado hacia su cultura, ha conseguido un trabajo, ahora a su avanzada edad, en una de las escuelas de la zona, donde comparte con los niños su lengua, sus saberes, su espiritualidad.

Uno de los factores que más influye sobre la subsistencia de una lengua es la profesion que desempeñen los integrantes de la comunidad, y como esta afecta a su estilo de vida. Algunas como la pesca, que son oficios wayuu ancestrales, siguen siendo pequeños núcleos donde la lengua wayuunaiki tiene gran presencia. Los nombres de las artes de pesca, de los peces o el estado de la mar. Los locales wayuu son quienes controlan este negocio en la localidad, desde los abuelos hasta los nietos. Otras prácticas vinculadas al mar, mucho más novedosas, también han llegado a Jepira. Este es el caso del kitesurf, donde el contacto con el cliente, la mayoría de ellos extranjeros, es directo. Esto hace que los monitores de esta práctica deportiva sientan la necesidad de saber inglés y español. Los hermanos Beto y Nelson, dos jóvenes wayuu que llevan una escuela de kitesurf en el pueblo, reconocen que las lenguas extranjeras son fundamentales para su negocio. pero ellos antes que kitesurfistas se sienten wayuu, conocen su lengua y la practican, aunque su estilo de vida les reduce a usarla únicamente en los ambientes familiares.

Los hermanos han aprovechado las excelentes condiciones de Jepira para la práctica del kitesurf y han montado una escuela. Practican varios idiomas, entre ellos, el wuayuunaiki
Fotografía de Alejandro González Amador

Pese esta corriente de nuevas tendencias que están llegando a Jepira, la comunidad lucha por mantener su tierra. Se ha creado una asociación de hosteleros wayuu. Su idea es mantener su cultura al mismo tiempo que crean nuevas fuentes de ingreso para la comunidad. Respetan tanto la arquitectura de la zona como la gastronomía, además de orientar las opciones de recreo de los turistas hacia las prácticas tradicionales, o bien a conocer la historia del lugar, para que estos no se vayan de Jepira sin haber conocido el mayor tesoro de esta zona de la Guajira, la cultura Wayuu. Incluso, algunos de estos establecimientos ofrecen la oportunidad de una sesión documental donde se explica a los visitantes, mediante cortos documentales, la realidad del pueblo wayuu, desde su cosmovisión hasta la crisis humanitaria que se vive en ciertas áreas.  Hoy ningún extranjero tiene posibilidad de emprender un negocio en el suculento Cabo de la Vela gracias a esta iniciativa.

Ediana Montiel trabaja en la ranchería Utta dando talleres de pintura wayuu y coordinando las sesiones de cine wayuu
Fotografía de Alejandro González Amador
La comunidad wayuu hoy padece la dualidad que muchos otros pueblos indígenas de América sufren. ¿Cómo se puede preservar la cultura una vez llega el turismo? La clave, para muchos wayuu, es que ellos sean quienes controlen los alojamientos y negocios turísticos de la zona, para que la presencia extranjera esté limitada y con esto también lo esté la intrusión de otras prácticas culturales que desplacen a las suyas. No obstante, el debate esta abierto en sus corazones. Jepira es un lugar sagrado para la comunidad. Es el lugar donde las almas de los muertos wayuu descansan en la eternidad. Quizás el turismo vuelva a despertar el interés por algunas tradiciones que la colonización ha intentado borrar. O quizás las nuevas influencias hagan que el interés se pierda para siempre, y solo quede un disfraz de lo que un día fue la cultura wayuu. Todo depende de que el pueblo no olvide aquello que no se vende, que no se puede sustituir ni tampoco imitar. Jepira necesita mantener su lengua, para así mantener viva la tierra de los guajiros muertos.

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